Carta Pastoral de Adviento: «Dios visitará a su pueblo»

25 noviembre de 2022

«Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto» (Lc 1,78)

Queridos fieles diocesanos:

El próximo domingo, 27 de noviembre, comienza el Adviento y, con él, un nuevo Año Litúrgico. Es un tiempo de preparación espiritual para la gran fiesta de la humanidad: el nacimiento del Hijo de Dios.

La palabra Adviento significa “venida”, la venida inminente de algo o alguien que está por llegar. Nuestro Dios, que quiso ser «Dios-con-nosotros», entró en nuestra historia hace más de dos mil años en Belén, pero no es un hecho que se pueda relegar al pasado. Esta venida se actualiza sacramentalmente cada año, en Navidad. Ante Él se sitúa la historia humana entera: nuestro hoy y el futuro del mundo, que son iluminados por su presencia. Él es «el que vive» (Ap 1,18), «Aquel que es, que era y que ha de venir (Ap 1,4). Jesús es la verdadera y permanente novedad que supera todas las expectativas y sacia la sed del ser humano.

El Papa emérito Benedicto XVI, explicó el significado de este término, afirmando: «Con la palabra Adventus se quiere decir substancialmente que Dios está aquí. No se ha retirado del mundo, no nos ha dejado solos. Aunque no podamos verlo, tocarlo, como sucede con las realidades sensibles, Él está aquí y viene a visitarnos de múltiples maneras. Por tanto, el significado de la expresión comprende también el de «visitatio», en este caso visita de Dios: él entra en nuestra vida y quiere dirigirse a mí»[1]. El Señor quiere visitarnos y quiere que le abramos la puerta de nuestro corazón y lo acojamos en la casa de nuestra vida.

La Iglesia, a través del Adviento, nos llama a un pronto y decidido despertar del sueño de la rutina y de la mediocridad (cf. Rom 13,11-14), a abandonar la tristeza y el desaliento, y alegrar nuestro corazón porque el Señor está cerca. En definitiva, en este tiempo se nos invita a detenernos, en silencio, con recogimiento, gratitud y admiración, para acoger «la visita de Dios». Él entra en nuestras vidas si le abrimos nuestro interior.

Por lo que, esta deseada visita conlleva una preparación. Así nos lo anunciará de nuevo Juan el Bautista: «Preparad el camino al Señor, allanad sus senderos» (Mt 3,3). A través de la Sagrada Escritura, nos llegarán vivas estas palabras durante el Adviento. El precursor nos invita a revisar, allanar, enderezar y limpiar los caminos de nuestra vida, lo que impide encontrarnos con el Señor. También, nos alientan a este fin las grandes figuras de Moisés y los Profetas, San José y, especialmente, la Virgen María, que son los grandes anunciadores de la llegada de Jesucristo, Salvador y Guía de la Humanidad.

Hemos de emprender cada uno de nosotros un camino de cambio personal, de conversión en profundidad. Solo entonces, si intentamos transformar interiormente nuestro ser, estaremos dispuestos para la celebración de la Navidad y estaremos preparados para acoger esta esperada visita.

Visita que trae alegría

Si de algo podemos estar muy ciertos, es que su amor es tan cercano y eficaz, que cuando le hacemos sitio en nuestra vida Él nos llena de alegría, nos renueva de esperanza y nos transforma interiormente.

Como escribe el Papa Francisco: «La alegría del evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo, además, siempre nace y renace la alegría». Y, continúa diciéndonos el Papa: «Cuando, en cambio, la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se goza de la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo de hacer el bien»[2].

También, el apóstol Pablo nos recordará: «Estad siempre alegres», una invitación que nos puede parecer insensata: pretender que los hombres y mujeres estén siempre alegres, cuando hay tantos motivos de tristeza, personales y sociales. Pero esta invitación, a vivir en alegría constante, va dirigida a quienes tienen asentada su vida en el Señor, que es fiel y cumplirá sus promesas.

No se trata de una alegría cualquiera. Es la alegría que brota del interior de la persona que se sabe acogida y amada por Dios. Es tan cierto esto que, quien se convence de ello y vive esa fe, siempre será capaz de volver a abrir sus ojos, de levantarse, superar tristezas y dudas y “entonar con esperanza un canto nuevo”. Es la alegría que no se borra ni en la prueba, ni en la hora del dolor, porque nace de lo más profundo de la persona que se fía de Dios y confía en Él.

Visita que trae esperanza

Adviento también es anuncio de esperanza, un despertar para recorrer nuevos caminos. Son días que nos hacen descubrir que hay promesas más grandes que las vaciedades que nos ofrece la sociedad. Se trata de una nueva luz que envuelve nuestro ser, nos renueva, y hasta nos hace más luminosos y generosos para los demás.

La esperanza es lo que más necesitan los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Nadie puede vivir sin esperanza. Vivir es esperar, porque la esperanza es vivir con un futuro por delante, tener delante una meta deseada y querida que nos anima a seguir caminando y a superar las dificultades que se nos presenten. Quien no tiene esperanza no tiene futuro y se viene abajo, porque le faltan las ganas y las razones indispensables para seguir viviendo. Y, tristemente, hoy son bastantes las personas en quienes ha muerto la esperanza. Ya no viven esperanzados ni en nada ni en nadie. Sin esperanza, la humanidad carece de futuro, de una ilusión en que gastar sus energías vitales, en definitiva, de un sentido para la existencia.

La esperanza, la verdadera esperanza, ha surgido en el mundo con la encarnación del Hijo de Dios. “Él entra en el mundo y nos dona la fuerza para caminar con Él: Dios camina con nosotros en Jesús, caminar con Él hacia la plenitud de la vida, nos da la fuerza para estar de una manera nueva en el presente, a pesar de exigir esfuerzo. Esperar para el cristiano significa la certeza de estar en camino con Cristo hacia el Padre que nos espera. La esperanza jamás está detenida, la esperanza siempre está en camino y nos hace caminar”[3].

     Los cristianos podemos vivir con esperanza porque sabemos que Dios está con nosotros y nos tiene abierta la promesa de una vida eterna, feliz y dichosa. El amor y la fidelidad de Dios son las razones últimas de nuestra esperanza. La Navidad es la prueba de que Dios nos ama y está con nosotros definitivamente. Realidad de donde brota nuestra fortaleza, creatividad, dinamismo y alegría.

         Seamos sembradores de esperanza. Ayudemos a la gente a levantar sus ojos hacia Jesucristo como horizonte de vida nueva. Nuestro mundo, nuestros jóvenes, necesitan la felicidad honda de una esperanza verdadera.

     Queridos hermanos, este es un tiempo favorable para redescubrir una esperanza no ilusoria, sino cierta y siempre nueva por estar fundada en Jesucristo, nuestra roca de salvación.

Pido a María, Virgen de la espera y Madre de esperanza, que reavive en nuestra Iglesia diocesana el espíritu del Adviento, para que todos nos pongamos en camino hacia Belén, donde vino y de nuevo vendrá a visitarnos el Sol que nace de lo alto (cf. Lc 1,78), Jesucristo, nuestro Dios y Señor.

Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.

                                              +Sebastián Chico Martínez
Obispo de Jaén       


[1] Benedicto XVI, Homilía, 28 de noviembre de 2009.

[2] Exhortación Apostólica Evangeli Gaudium, nn. 1 y 2.

[3] Papa Francisco, Audiencia general, 21 de diciembre de 2016.

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