Carta Pastoral: «Con María y por María»
4 mayo de 2023Queridos fieles diocesanos:
Hablar de mayo en nuestra tierra de Jaén es hablar de María, por excelencia. Es tiempo de romerías y peregrinaciones, alegría, de cantos y alabanzas, de luz intensa y flores coloridas, es tiempo de María. Puedo afirmar, con seguridad, por lo que he ido observando en mis visitas a los pueblos y ciudades de nuestra tierra, que la Diócesis de Jaén es profundamente mariana. Cada zona, cada comarca, cada pueblo o aldea, cuenta con una devoción y santuario mariano. Siempre con María y por María.
El pueblo de Dios ha captado perfectamente que no se puede ser cristiano sin ser mariano, porque Cristo ha entrado en nuestra historia por la mediación de María. El Espíritu Santo ha venido sobre la Iglesia y sobre el mundo con la mediación de María. Y nuestra transformación en Cristo se produce, siempre, por obra del Espíritu Santo, con la ayuda de la Madre. Por tanto, la relación con María no es algo secundario en la vida cristiana, es una necesidad vital. Así lo entiende y lo vive el pueblo cristiano, a lo largo de todo el año, y particularmente en mayo.
Son muchas las plegarias que la Virgen, en sus distintas advocaciones, acoge de nosotros, los jiennenses. ¡Cuántos de nosotros al llegar ante su imagen le hemos abierto el corazón y le hemos contado nuestras preocupaciones: nuestras dudas y problemas, nuestras penas y heridas, nuestros anhelos más profundos! Todo el que pasa ante la Madre buscando el consuelo en la adversidad, encuentra a Jesucristo, renueva su fe, descubre la alegría y recupera ilusiones y esperanzas para seguir caminando. El pueblo cristiano siempre ha experimentado que María es consuelo de los afligidos, como rezamos en las letanías.
«María, asunta a los cielos, con su amor materno se cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y se hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada. Por este motivo, la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora» (Lumen Gentium 60-62).
Este título de abogada, auxiliadora, socorro y mediadora, lo vemos claramente reflejado en el pasaje de las Bodas de Caná (Jn 2,1-12), en el que los novios estaban pasando por un aprieto: se habían quedado sin vino. Y, María nos enseña tres actitudes importantes para nuestra vida de creyentes:
En primer lugar, a compartir las dificultades de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Comienza el relato diciendo, «Hubo una boda en Caná de Galilea y la madre de Jesús estaba allí». Significa solidarizarse con las angustias y las tristezas, con las esperanzas y las alegrías de nuestros contemporáneos. El amor es concreto y se manifiesta cuando el otro lo necesita, no antes, ni después. Quien vive para sí mismo y sus ojos no miran a los demás, cuando quiere reaccionar ya ha pasado el momento. En cambio, quien posee el amor de Dios y crece con Él, como la Virgen María, posee el fino sentido para responder con prontitud a quien lo necesite, en cada momento, porque es su forma de ser.
En segundo lugar, María nos invita a estar atentos a las necesidades de los demás, a vivir no centrados en nosotros mismos, sino en los otros. El hecho de que faltase el vino y María se preocupase –«La madre de Jesús le dijo: no les queda vino» –, es una prueba de su capacidad para darse cuenta de lo que falta. Significa conocer la realidad y las implicaciones; la falta de vino pone en peligro la continuidad de la fiesta y significa el fin de la alegría.
María intercede ante su Hijo, indicándole que los comensales han terminado el vino, y, de este modo, se convierte en portadora de una súplica de parte de los hombres hacia Jesús. Por primera vez, la Virgen deja de ser sólo una madre, para convertirse en portavoz de la humanidad ante su Hijo. Ella es la mujer cuya fe vuelve a dar la alegría a quien la ha perdido o el sentido de la vida cuando éste ha desaparecido, como el vino que, en las bodas, se había acabado, y Ella hace de intercesora ante su Hijo.
En tercer lugar, María nos enseña a descubrir la presencia de Jesús y orientarnos hacia Él, como el único que puede responder a nuestras necesidades más profundas y a los problemas existenciales. María nos ofrece su maternidad, su alegría, su protección, su auxilio, su bendición, su corazón de madre para que la sintamos muy cercana, para que vivamos fieles a su Hijo Jesucristo y a sus enseñanzas. Ella misma nos dice: «Haced lo que Él os diga».
Nuestra tierra es mariana porque siempre ha experimentado que en María tenemos una buena Madre que comparte nuestra vida y está atenta a nuestras dificultades, y nos ayuda a descubrir la presencia de Jesús orientándonos hacia Él, el manantial del Agua Viva. Ella nos habla, en cuanto miramos a sus ojos que es remedio de nuestras preocupaciones, como madre; Ella vela por nosotros, sus devotos, ante su Hijo; es espejo de santidad, modelo de entrega a la voluntad de Dios. Ella es la mujer fuerte y fiel que estuvo «de pie» al pie de la cruz en el Vía Crucis de su Hijo. Es modelo de fe y de esperanza; primera creyente en la Resurrección… y así continuaríamos estas letanías inagotables de las glorias de nuestra Madre.
¿Por qué extrañar que la sabiduría del pueblo cristiano honre a la Madre junto al triunfo pascual de su Hijo? ¿Cómo no seguir mirando a esos ojos misericordiosos quienes ahora atravesamos por este valle de lágrimas, como rezamos en la Salve? María es camino que nos conduce a su Hijo y marca el sendero de nuestras vidas.
Que la Santísima Virgen María, bajo las diversas advocaciones que profesáis, nos acompañe siempre y nos ayude a vivir con la alegría y la paz del Resucitado.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Sebastián Chico Martínez
Obispo de Jaén