Carta Pastoral: “Cerca de Dios y de los hermanos”

14 marzo de 2017

Queridos diocesanos:

En el recorrido del año litúrgico, junto a la celebración de los Misterios de la vida de Jesucristo, la Iglesia llama también nuestra atención sobre algunos “misterios cercanos”, en los que Dios sigue estando entre nosotros con su generosidad y su gracia. Algunos domingos o fiestas, a través de Jornadas especiales, la Iglesia nos va mostrando algunos de los asuntos que considera que hemos de tener muy presentes. El 19 de marzo lo haremos con el Seminario, al que apreciamos como “el corazón de la Diócesis”. Es tradicional que esta Jornada se celebre en torno a San José. En el Día del Seminario se nos invita a mirar con ojos de fe y con afecto eclesial hacia el lugar en el que viven el grupo de chicos a los que el Señor, con su llamada, ha orientado hacia el sacerdocio ministerial.

Este es, como os decía, un “misterio precioso y cercano”. Jesús sigue llamando a los que quiere, en su familia, en su parroquia, en su pueblo; y luego los acompaña, como hizo con sus primeros discípulos, a través de la Diócesis, para ir poco a poco conformando sus corazones con el suyo, de Buen Pastor. En efecto, Dios sigue enviando jóvenes a su viña, que son nuestros pueblos y parroquias, para que trabajen en ella al servicio de su Reino, en favor de la felicidad del ser humano y para orientar a todos con el Evangelio en la tarea de hacer un mundo mejor. A los que Jesús llama y elige, la Iglesia los acompaña para que vayan moldeando su corazón y su vida en un modelo auténtico de identidad sacerdotal, cuidando en el Seminario su formación humana, espiritual, intelectual y pastoral.

Pero, como os he dicho, el proyecto formativo de la Iglesia en un Seminario ha de estar bien asentado en los sentimientos del corazón de Cristo. Es Él quien marca la identidad y la misión de un seminarista y de un sacerdote. Este año, el Día del Seminario se celebra bajo un lema que acierta de lleno al proponer una clave esencial de la vocación y de la vida sacerdotal: cerca de Dios y de los hermanos. En este lema la conjunción copulativa “Y” es esencial. Es más, un sacerdote nunca debería olvidarla ni dejar de tenerla grabada en su corazón como un gran “tatuaje espiritual”. La gracia amorosa de Dios llega siempre a las necesidades humanas a través del ministerio sacerdotal; del mismo modo que la vida de aquellos a los que sirve el sacerdote se enriquece del amor de Dios por el ministerio pastoral de los presbíteros.

El horizonte de Dios y el de los hermanos, siempre unidos, estarán siempre presente en la formación continua, tanto del Seminario como, luego, en la vida sacerdotal. El sacerdote, en todo momento y circunstancia de su ministerio ha de cultivar esa doble cercanía, sin separar ni alejar nunca la una de la otra. Con esa doble cercanía se ha de cultivar, por tanto, la espiritualidad de un seminarista, que siempre será la de un discípulo misionero. El Santo Padre Francisco, en Evangelii Gaudium, ha hecho un precioso diseño de una espiritualidad con esta doble cercanía. A ella se refiere cuando nos dice a todos, y de un modo especial a los sacerdotes, que hemos de ser evangelizadores con espíritu.

Para la cercanía de Dios recomienda cultivar un espacio interior en la adoración, en el encuentro orante con la Palabra, en el diálogo sincero con el Señor. Para eso recomienda respirar siempre con el pulmón de la oración, que nos sitúa en el espíritu contemplativo, ese que se alimenta en la intimidad con el Señor. Para la cercanía de los hermanos se ha de cultivar el gusto espiritual de estar cerca de la vida de la gente. Y esa doble cercanía se mueve por dos pasiones: pasión por Jesús y pasión por su pueblo. La “Y” que une esa doble cercanía, esa doble pasión, se armoniza en la unión con Jesús, para buscar lo que Él busca, amar lo que Él ama; y en el servicio con dedicación amorosa a nuestros hermanos. Es en el amor de Cristo, en definitiva, como se modela en el corazón sacerdotal esa doble cercanía, a Dios y a los hermanos.

Este proyecto de vida se forja en el Seminario, y se hace siempre a plena luz en la vida de la Iglesia. El Seminario es realmente el corazón de la Diócesis, la niña de nuestros ojos: del obispo, de los sacerdotes, de los consagrados y consagradas, de todo el pueblo cristiano y, en especial, de la familia. Todos hemos de mirarlo con un afecto especial, conscientes de que allí se están formando los futuros sacerdotes, aquellos que asumirán el servicio en estos tiempos nuestros, en los que la misión es evangelización.

Os invito, por tanto, a convertir esta campaña del Día del Seminario en una ocasión para apreciarlo con nuestra oración y, como siempre, con nuestra ayuda económica. Tenemos que sostener espiritual y materialmente a los que son nuestros y serán para nosotros.

Con especial afecto para todos.

+ Amadeo Rodríguez Magro
Obispo de Jaén

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