Homilía en la apertur del Centenario del Bautismo de Manuel Lozano Garrido, «Lolo»

5 septiembre de 2020

El santo que vivió las bienaventuranzas con el más fino espíritu

Linares, 5 de septiembre de 2020

Ayer tarde, cuando me preparaba para compartir con vosotros una reflexión sobre el acontecimiento que hoy celebramos, me peguntaba qué debía realmente decir de Manuel Lozano Garrido, LOLO. Sabía que todo sucedía aquí, junto a su casa, en su ciudad natal y en la Diócesis en la que vivió su camino de santidad, ya se ha dicho de él casi todo y donde la historia de su rica existencia ha sido realmente muy bien guardado y contado. Las florecillas de la vida de este santo son muchos los que se las saben de memoria.

Me sentía un tanto confuso, porque no siempre es fácil hablar de nadie, aunque sea, como sucede en este caso, de un santo ya beatificado. No quiero tampoco que ocurra algo, en lo que a veces caemos: hablamos de los santos poniendo todo el énfasis en las cosas más secundarias y no tocamos el fondo de la verdad de sus vidas.

Por eso, lo primero que quisiera decir en este acto de memoria y de fe, en el que celebramos los cien años de vida cristiana de Manuel Lozano Garrido “Lolo”, es que es una criatura de Dios, quiero declarar solemnemente, y sin posibilidad de equivocarme, porque ya lo ha dicho la Iglesia en su beatificación, que “Lolo” es un modelo acabado de imagen y semejanza divina, quiero decir, que es un ser humano que, desde que fue tocado por la gracia primera que recibió en la pila bautismal, creció en un estilo de vida que ya marcaría toda su existencia: vivió en Cristo Jesús.

Así lo recordaba el Cardenal Amato, representante del Papa Benedicto XVI, en su beatificación. El secreto de la santidad de Lolo es revelado por la Palabra del Apóstol Pablo, que dice: “He sido crucificado con Cristo, y no soy yo sino Cristo quien vive en mí”. Nosotros, que lo veneramos en su santidad, podemos decir que Jesucristo fue ocupando un lugar en el alma de Lolo y por eso todo lo que hoy recordamos de él tiene olor de santidad. La esencia de su vida, de toda su existencia terrenal y celestial es “su vida en Cristo”.  Como nos ha dicho hoy la Palabra de Dios, en el libro del Eclesiástico: “temió al Señor, confió y esperó en Él; valoró los bienes que Dios da sobre todas las cosas y tuvo conciencia clara de que el Señor es compasivo y misericordioso y que salva en tiempos de desgracia.

En todo mostró la afirmación completa de Pablo sobre lo que significa la vida en Cristo: vivir en Cristo es haber sido crucificado con él. Manuel Román de la Santísima Trinidad, de la Sagrada Familia y de todos los Santos, los nombres del Bautismo que hoy evocamos, es evidente, como lo muestra su biografía espiritual, que estuvo crucificado con Cristo. Pero no solo en la enfermedad, sino también y sobre todo viviendo cotidianamente una existencia de seguimiento, que no está marcada por hechos y circunstancias externas, en la que se van grabando gradualmente las bienaventuranzas, que su caso resplandecen en su corazón con el más fino espíritu.

Todo sucede en una relación de intimidad, como un discípulo que sigue a Cristo y está con él; y se concretaba en la misión que le iba encomendando, especialmente la de ser su testigo en todas las etapas, circunstancias y momentos de su vida. Lolo vivió toda su existencia, lo decimos con palabras de hoy, como un auténtico discípulo misionero. Por eso, de su programa de vida decía: Por la mañana desayunarás con el buen pan de Dios, y después, enriquecido por su milagro, distribuirás tú los panes y los peces de tu corazón. Hermoso lema de vida: vivir recibiendo de Dios para dar amor de Dios a los demás. Todo lo hace, además, estando muy atento a lo que hay a su alrededor. Nunca estuvo ajeno a los signos y circunstancias de su tiempo: ni en lo social y político, ni en los problemas y pobrezas, ni en los gozos y dificultades para vivir la fe, en unos tiempos difíciles y de persecución. Por eso decía tan lúcida y bellamente: restriega y lava tus ojos en la fe, para ver siempre a Cristo que vive en la persona que es buena, en la mediocre y en el pecador. Eso es vivir en Cristo para todos.

Una vez que hemos entrado en el fondo de su alma y sabemos qué movía su vida, podemos hacer el diseño de sus rasgos esenciales de su santidad, esos que, en este año del centenario, queremos poner de relieve, para que Lolo sea un testimonio claro en toda la Iglesia y, de un modo especial, en la Iglesia española, en la diocesana de Jaén y para sus paisanos linarenses. Con la certeza que nos da la decisión de la Santa Madre Iglesia de beatificarlo, podemos decir que “Lolo” fue un niño santo y un joven cristiano comprometido; vivió con intensidad y hondura su vocación bautismal, la cultivó en la compañía ejemplar de su numerosa familia, en la que todos vivían en la fe, incluso en el dolor de la muerte de sus padres, siendo aún Lolo muy joven. Su iniciación cristiana fue tan sólida, siempre guiada por unos pastores santos y apostólicos; con la ejemplaridad de los suyos y de sus profesores; y con la complicidad de sus compañeros de juegos, rezos e ilusiones.

Muy pronto encontró un camino de compromiso cristiano, especialmente, en su vinculación a la Acción Católica, que, en su tiempo, como hoy lo hace, abría horizontes misioneros para niños, jóvenes y adultos y hacia de ellos militantes cristianos. En la Acción Católica, en su formación, compromiso y acción, se irá forjando un laico cristiano, que vive su fe en medio de las condiciones del mundo, esas que, para él, nunca fueron fáciles ni cómodas.

Siempre vivió su fe en la Iglesia, y con otros adolescentes y jóvenes; sin huir jamás de las luchas y los compromisos de la vida, en las que siempre estuvo con audacia y sin temor, incluso cuando en aquello que tenía que hacer y padecer encontrara un tono martirial. Fue en unas difíciles condiciones de vida como creció su fortaleza espiritual. Ese modo de ser y de vivir lo convirtió en un acompañante y líder admirable para otros jóvenes cristianos, que aún hoy, como “amigos de Lolo”, viven de su ejemplo. La Iglesia de Jaén quiere que Lolo siga atrayendo a muchos jóvenes y les propone que le busquen. Sepan que la amistad de Lolo reconforta y, sobre todo, llena de Dios. Atrae de un modo especial en él el tono vital de su existencia, que no estuvo nunca marcado por la tristeza, sino por la alegría; no por el llanto, sino por la iniciativa apostólica; no por la soledad, sino por la comunicación y la amistad con todos: grandes y pequeños, sanos y enfermos, pobres y ricos. La suya fue una existencia de auténtica santidad evangélica” (Homilía, Cardenal Amato).

Un joven forjado en unos tiempos difíciles y en unas circunstancias nada fáciles, encontró en la escritura y el periodismo un cauce de expresión y comunicación de lo que vivía y sentía y de lo que podía ofrecer a los demás. En más de 300 artículos y nueve libros, en los que se irradia, en belleza el amor de Dios y la alegría del Evangelio, se muestra como un verdadero modelo de escritor y periodista cristiano. El Papa Francisco lo recomienda como “un buen ejemplo a seguir” en este campo profesional tan importante en la sociedad moderna. Lolo es modelo, sobre todo, porque escribe “para amar” y de “rodillas”. Para Lolo, el periodista es como la fuente del pueblo, que brota y apaga la sed día y noche, dando a todos frescura, optimismo, amor, esperanza y siempre una sonrisa” (cf Cardenal Amato, homilía…). De la pluma del escritor Manuel Lozano siempre salían palabras de vida, de verdad, de justicia, de paz, de mansedumbre.

No obstante, al evocar al Lolo escritor y periodista, no quisiera que nos quedáramos en un análisis meramente literario, aunque no le falten méritos si lo hacemos. El Apóstol Pablo nos ha dado la clave de la intención de Lolo en lo que comunicaba en sus escritos y también nos la da a nosotros para comprender su verdadera intención. Dice Pablo: “Creí, por eso hablé”. Los escritos del Lolo son una verdadera muestra de su vocación evangelizadora: la belleza y la ternura de sus escritos son una clara expresión de la fe y de las convicciones más profundas que movían su vida; y lo son especialmente en la etapa más prolífica de su vocación de escritor, que coincide con el desarrollo más duro y doloroso de su enfermedad. Se le puede aplicar esta palabra de Pablo: “Aun cuando nuestro hombre exterior se vaya desmoronando, nuestro hombre interior se va renovando día a día”. Esta convicción de Pablo se cumplía en Lolo. ¡Qué fuerza de fe da el sufrimiento y que misionero es el dolor para anunciar la cruz amorosa de Cristo!

Nos faltaría lucidez en nuestra mirada espiritual a la persona de nuestro querido Lolo, si no descubriéramos en él, sobre todo por sus escritos, cómo se puede vivir confiando en el Señor. Cuando llegaron a su vida unas condiciones excepcionalmente adversas, por una enfermedad degenerativa, y cuando su cuerpo era un dolor viviente, pues, como él mismo dice, “tenía una aguja en cada célula de su cuerpo”, su vida siempre estuvo marcada por la Pascua del Señor. La deformación física nunca pudo con su agilidad espiritual. Por eso, cuando le preguntaban si la enfermedad le pesaba mucho, él respondía algo tan santo, tan humano y tan divino, al tiempo que tan bello, como esto: “Pesa, pero tiene alas”. Todo, hasta la ceguera total, lo puedo soportar como un verdadero “sacramento del dolor”, como se dijo de él.

Todo lo soportaba porque “Dios estaba sentado al borde de su cama y compartía su pena”. Esta es la mística del dolor de un joven santo, un joven que vivió una profunda espiritualidad cristiana, que se iba enriqueciendo a medida que cambiaban sus condiciones vitales, cada vez más duras. Nosotros, en este año de su centenario, queremos decir a todos que Manuel Lozano Garrido fue un santo niño; un santo joven militante cristiano; fue un estudiante ejemplar; un trabajador responsable; fue un escritor y periodista que tenía clavado en su frente el lucero de la verdad y lo bruñía a todas horas; y fue un enfermo que sazonaba sus dolores con la alegría que manaba del corazón de Cristo. Se puede decir que, en todas esas condiciones de vida, su santidad tuvo unos matices especialmente singulares.

Pero nos faltaría algo muy cierto, muy ejemplar y valioso, si no pusiéramos algunos rasgos de la espiritualidad de Lolo: que la Eucaristía era para Lolo el secreto de su fortaleza interior: le transmitía la energía necesaria apara realizar su obra. Sentía su vida “tutelada” por Jesús sacramentado. En la enfermedad siempre pudo mantener un diálogo vivo con el Señor, justamente por la celebración de la Eucaristía en el altar que tuvo en su habitación. Era allí donde tenía “mesa redonda con Dios” y es de allí de donde salía, también, su más profunda fecundidad como escritor. Enfermo y escritor fueron los dos servicios que ofreció en los últimos días de su vida.

Y, por último, su espiritualidad era mariana. Lolo vive con profundidad la maternidad espiritual de la Santísima Virgen y se sentía bajo su mirada amorosa. Cuatro son los nombres de María que le acompañaron: la titular de su parroquia, Linarejos, patrona de la ciudad de Linares, la Virgen de Tíscar y Lourdes, donde peregrinó y donde sintió el milagro del consuelo como le sucede a todos los enfermos que en aquel bendito lugar se encuentran con la Madre del cielo.

+ Amadeo Rodríguez Magro
Obispo de Jaén

 

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