Seminarios, semininaristas y sacerdotes. Un encuentro en el tiempo
16 diciembre de 2010
Desde luego merece la pena ser sacerdote.
Corría el año del Señor de 1990 cuando el equipo de futbol sala del Seminario Diocesano de Jaén ganaba un torneo cuadrangular y recibía el único trofeo que aún conservamos en este Seminario. La foto adjunta da testimonio de aquélla efemérides. La mayoría de aquellos chicos que aparecen, sonrientes, casi eufóricos, son ahora sacerdotes. Andrés García, el misionero del grupo, de pie a la izquierda, está ahora en el Congo. Los de barba tupida, Luis María y Andrés Segura, sirviendo al Señor y la Iglesia en Torredonjimeno y Jaén. Julio, el de la copa, enfrascado en el gran proyecto de edificar un templo parroquial en el Bulevar de Jaén y el que os escribe, de cuclillas en el centro, en el Seminario con los nuevos retoños sacerdotales.
Veinte años después, la otra foto, con algunos de los mismos protagonistas, al misionero no lo pudimos traer del Congo y Andrés, el de barba rubia, en ese momento estaba llevando en su coche a todo un Cardenal de la Iglesia Católica, los demás, más o menos reconocibles tras el paso de los años.
Hasta ahora recuerdos de un Seminario y recuerdos de una vida sacerdotal, pero hay más, mucho más. Un chico jovenzuelo de 19 años, Juan Carlos, con su pierna escayolada. Se había lesionado en el partido anterior, era nuestro portero. Fijaos bien, miradlos era la realidad de un seminario de principios de los noventa. También aparece el chico jovenzuelo veinte años después siendo la realidad del Seminario actual, la foto es del 4 de Diciembre de 2010, en sus órdenes de Diácono. Después de muchas vicisitudes, después de un largo camino, problemas médicos incluidos, ahí lo encontramos, el eslabón entre dos etapas de nuestro Seminario. El ejemplo vivo de lo que puede hacer Dios en un joven y en un hombre. Ahora quiero que observéis sus rostros, especialmente el de Juan Carlos, veréis que el estrago del tiempo no hace mella en sus sonrisas. Es la realidad del Seminario, de los seminaristas. Es la realidad del sacerdote, de los sacerdotes. Una sonrisa que solo puede venir de Dios.
Pues, bien, amigos y amigas podemos preguntarnos ¿merece la pena ser seminarista? ¿merece la pena ser sacerdote? La respuesta: fijaos en sus miradas y en sus sonrisas, y como no, podéis preguntárselo a Juan Carlos, después de todo como dice el tango “veinte años no es nada…”
Juan Jesús Cañete Olmedo