155,55, 5: el hambre hoy
11 mayo de 2021A principios de este mes de mayo se publicó el Informe Global sobre Crisis Alimentarias para el año 2021, un riguroso estudio realizado por varias entidades, bajo el liderazgo de la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Sus datos son estremecedores y, sin duda, merecen atención, análisis y respuestas adecuadas y perentorias.
155 millones: la demografía del hambre
Ya antes de la pandemia por coronavirus, desde el año 2015, el hambre en el mundo había estado aumentando, después de décadas de descenso sostenido. El segundo Objetivo de Desarrollo Sostenible, que persigue acabar con el hambre en todo el planeta para el año 2030, parecía alejarse de nuevo. En 2018 unos dos mil millones de personas (el 26,4% de la población mundial) sufrían inseguridad alimentaria moderada o severa, lo cual supone un incremento del 23% en solo cinco años.
Pero este nuevo informe presenta indicadores aún más duros y escalofriantes. En el año 2020,155 millones de personas se encuentran en una situación de crisis, emergencia o catástrofe, en lo que a la seguridad alimentaria respecta (explicaremos estas fases, según la metodología del Informe Global sobre Crisis Alimentarias, en una sección posterior). Esto supone un aumento de 20 millones si se compara con las noticias del año anterior. No solo es que el hambre haya crecido en cantidad, sino que además se ha extendido geográficamente y se ha agudizado en intensidad. Más hambre, en más países, más severa. En cuanto a las causas de la desnutrición, se pueden señalar tres motivos fundamentales: conflictos bélicos e inseguridad (99 millones en 23 países); crisis económicas (40 millones en 17 países) y variaciones extremas en el clima (16 millones en 15 países).
55 países: la geografía del hambre
Son 55 los países que se ven abocados a una situación de crisis, emergencia o catástrofe alimentaria. Los diez más graves, en intensidad y en número de personas afectadas, se distribuyen de la siguiente forma: seis en África (República Democrática del Congo, Sudán, norte de Nigeria, Etiopía, Sudán del Sur y Zimbabue), dos en el Medio Oriente (Siria y Yemen), uno en América (Haití) y otro en Asia (Afganistán). Los conflictos armados que desgarran al Congo, Yemen y Afganistán se encuentran, sin duda, detrás de esta dramática situación; estos tres países, junto con Siria, agrupan el 40% de quienes viven estas fases de crisis, emergencia o catástrofe alimentaria.
En cuanto a la prevalencia, resulta conmovedor saber que, en la República Centroafricana, en Sudán del Sur y en Siria, más de la mitad de la población está afectada por la situación analizada en el Informe. Desgraciadamente, las perspectivas para el próximo año no son mejores. El Informe Global estima que, a mediados de este año 2021, 155.000 personas se enfrentarán a situaciones catastróficas de verdadera hambruna (108.000 en Sudán del Sur y 47.000 en Yemen). Para 2021 se calcula que al menos cinco países superarán la cifra de 12 millones de personas afectadas: República Democrática del Congo (27,3 millones), Yemen (16,1 millones), Afganistán (13,2 millones), Etiopía (12,9 millones) y norte de Nigeria (12,8 millones).
5 fases: el análisis del hambre
Para entender correctamente los datos anteriores, conviene detenerse un poco en la metodología empleada por el Informe Global sobre Crisis Alimentarias, que se apoya en una clasificación integrada de la seguridad alimentaria, en cinco fases. En la fase 1, llamada “mínima”, los hogares pueden cubrir sus necesidades alimenticias esenciales y no esenciales, sin tener que emplear para ello estrategias atípicas o insostenibles. En la fase 2, conocida como “estresada”, los hogares presentan un consumo de alimentos mínimamente adecuado, pero no se pueden permitir ciertos alimentos no esenciales sin realizar gastos que amenazan su estabilidad. Aquí se hacen necesarias acciones para reducir el riesgo de desastres y para proteger los medios de sustento.
La situación comienza a ser realmente preocupante a partir de la fase 3, la fase de “crisis”. Esto supone o bien que los hogares tienen brechas significativas de consumo de alimentos, con episodios de malnutrición severa, o bien experimentan un rápido agotamiento de sus medios de subsistencia, o bien deben recurrir a estrategias de crisis. La fase 4 comprende ya una situación de “emergencia”: los hogares sufren brechas significativas de consumo de alimentos, que provocan malnutrición aguda y un exceso de mortalidad, o bien experimentan un agotamiento extremo de sus medios de subsistencia, o bien deben recurrir a ciertas estrategias de emergencia. Finalmente, hablamos de “catástrofe” o de “hambruna” en la fase 5: aquí, los hogares presentan falta extrema de alimentos y/o de otras necesidades básicas; se hacen evidentes la inanición, la muerte y los niveles agudos de malnutrición.
Conclusión
Es evidente que las fases 3, 4 y 5 requieren acciones incisivas y urgentes. Todos los datos del Informe Global sobre Crisis Alimentarias mencionados previamente corresponden a estas situaciones de crisis, emergencia o catástrofe alimentarias.
Dejémonos interpelar por las estadísticas reseñadas. Preguntémonos: ¿qué podemos hacer para responder a estas cifras? ¿Caerán en el olvido? ¿Miraremos hacia otra parte? Los hambrientos no pueden esperar. Todo lo anterior nos dice que, en el mundo, cada diez segundos muere de hambre un niño. Ha llegado la hora de actuar, de tomar decisiones atinadas.
El clamor y la penuria de los indigentes muestran que, si es crucial definir minuciosamente su funesta situación, más importante todavía es que les ayudemos de manera apremiante.
Para vencer muchas enfermedades no tenemos los oportunos medios. No ocurre lo mismo con el hambre. Si no la derrotamos no es por ausencia de datos. Lo que no tenemos es voluntad. Digámoslo sin rodeos: no se quiere extirpar esta fatídica plaga.
Los hambrientos están saciados de promesas y desprovistos de comida, atención inmediata, medios para producir alimentos, paz para cultivar los campos. Es imprescindible unir a toda la familia humana en la resolución de sus problemas. Lamentablemente, esto se demora, no acaba de llegar. Sin embargo, las cosas pueden cambiar. Es posible erradicar el hambre en el mundo. Lo podemos hacer con una sólida y eficaz cooperación internacional y con nuestro compromiso solidario, aunque sean grandes las dificultades. No es un sueño ilusorio construir un mundo diferente donde la desnutrición sea una realidad pasada, una pieza de museo, una lacra superada.
Con todo esto en la mente (¡y en el corazón!), meditemos las palabras del papa Francisco: “Todavía estamos lejos de una globalización de los derechos humanos más básicos. Por eso la política mundial no puede dejar de colocar entre sus objetivos principales e imperiosos el de acabar eficazmente con el hambre. Porque cuando la especulación financiera condiciona el precio de los alimentos tratándolos como a cualquier mercancía, millones de personas sufren y mueren de hambre. Por otra parte, se desechan toneladas de alimentos. Esto constituye un verdadero escándalo. El hambre es criminal, la alimentación es un derecho inalienable” (Fratelli Tutti, n. 189).
Hay muchas personas que, en los más variados sectores de la actividad humana, están dando lo mejor de sí mismas y saliendo al encuentro de los necesitados. Merecen una gratitud especial quienes se esfuerzan denodadamente por socorrer las vidas de los más pobres del mundo. Muchos de ellos son jóvenes, que nos reclaman un cambio de rumbo. Con su esperanza y entusiasmo nos invitan a acabar con la retórica del hambre y pasar de una vez por todas a solventar los sufrimientos de los excluidos. No los defraudemos. Se merecen un mundo mejor.
Fernando Chica Arellano
Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA