Homilía del Obispo de Jaén en la Eucaristía de la Natividad del Señor 2021
25 diciembre de 2021La noticia no habrá salido en los periódicos, ni ocupará la portada del Telediario, en ningún canal, y sin embargo, es la noticia más gozosa de toda la historia, la que vale la pena que celebremos cada año: “el nacimiento de Cristo Jesús”… El Hijo de Dios, el Mesías, el Salvador.
El profeta Isaías ya nos la anunciaba: “qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que dice a Sión: Tu Dios es Rey”
Hoy, los cristianos de todo el mundo, aquellos que somos conscientes de nuestra fe, sabemos muy bien por qué nos alegramos y qué es lo que celebramos: que Dios se ha encarnado en nuestra raza humana, con una finalidad muy concreta: salvarnos, liberarnos del mal y divinizar al hombre. Porque es un Dios cercano y porque, nuevamente, Dios nos comunica la gracia que aconteció aquel bendito día. Y por todo ello estamos alegres… es la verdadera alegría de la Navidad.
Si el pecado original nos tenía condenados a la cárcel de este mundo, la Encarnación del Hijo de Dios nos ha devuelto la amistad con Dios, nos ha hecho hijos suyos y de este modo nos ha abierto las puertas del Cielo y de la inmortalidad gloriosa.
Belén es el Paraíso, Belén es la consumación de la creación y a la vez el principio de una humanidad nueva. Por muy preocupantes que sean las noticias mundiales o nuestra historia personal, podemos hacer caso de la invitación del profeta: “Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, que el Señor consuela a su pueblo”.
Nuestro Dios es un Dios que habla, no un Dios mudo y lejano, insensible y ajeno a nuestra historia… Esto es pensamiento de ignorantes y de quienes no conocen ni viven la fe. Su palabra se nos ha hecho entrañablemente cercana.
Antes, durante siglos, había hablado por medio de los patriarcas, los jueces, los profetas… Ahora nos ha hablado en su Hijo. Así nos lo ha comunicado el autor de la Carta a los Hebreos y, es también, lo que, lleno de entusiasmo nos ha proclamado Juan en el prólogo de su Evangelio: “La palabra estaba junto a Dios, la palabra era Dios, y la palabra se hizo hombre y habitó entre nosotros”.
Y su Palabra sigue viva y actual. Cada año, en esta fiesta, quiere comunicarnos su gracia siempre nueva y actual… “Hoy nos ha nacido…”
Ese es el misterio que nos llena de gozo, pero también que nos interpela y nos exige. Hoy se nos pone en la tesitura de: “¿Estás dispuesto a acogerle a recibirle en tu vida? ¿Quieres dejarle que te ame? ¿y tú quieres amarle?” Debemos acoger a ese niño que es Hijo de Dios y Hermano nuestro. Sería una pena que se pudiera decir de nosotros lo que Juan dijo de los judíos de su tiempo: “al mundo vino y el mundo no le conoció, vino a su casa y los suyos no la recibieron”
Jesús viene a su casa, esa casa es tu corazón. Que nuestro orgullo, nuestra soberbia, no le cierren la puerta.
El reconocer esta verdad, el recibirlo, nos da poder para ser Hijos de Dios, hermanos de Cristo Jesús… Somos familia de Dios.¡Qué gran maravilla tener a Dios como Padre! Nunca, ante las situaciones más complicadas y dolorosas de la vida, seremos huérfanos.
Ante esta maravilla, hoy CONTEMPLAMOS el amor de Dios; la belleza soberana de Jesús, el nuevo Adán; la santidad, el amor, la ternura infinita de María, la Madre de Jesús, madre de Dios y de todos los vivientes; hoy ADORAMOS el Misterio de Dios, reconociendo su poder, la verdad y el amor de sus designios, la grandeza de sus maravillas en nosotros y las aceptamos con toda nuestra vida y todo nuestro ser; hoy le OFRECEMOS nuestra vida. Los pastores de Belén ofrecieron el fruto de sus rebaños, los Reyes magos algunas muestras de sus riquezas. Jesús quiere que le ofrezcamos nuestras vidas, nuestro amor, el deseo sincero y eficaz de ser discípulos suyos en el desarrollo concreto de nuestra vida; y hoy deseamos VIVIR Y ANUNCIAR esta Buena Noticia: Pues, en nuestro mundo hay muchos cristianos que no viven la Navidad como es, no vienen a la Iglesia, no leen el Evangelio, no meditan ni la Palabra ni los hechos de Dios. En su nombre alabamos a Dios, le damos gracias y le pedimos que a todos los bautizados les llegue el esplendor, la enseñanza y la gracia de Belén.
Y levantando los ojos, vemos que hay en el mundo millones de hombres que no son cristianos, que no conocen a Jesús, y por eso mismo no conocen la bondad de Dios ni la grandeza de su propia condición humana.
Hacen falta mensajeros de Belén, misioneros de la gracia y del amor de Dios, hacen falta sacerdotes, religiosos, familias, jóvenes, hombres y mujeres, misioneros que ayuden a los hombres de hoy y de mañana a conocer esta gran noticia del amor de Dios, de la verdad de nuestra salvación.
Dios no nos creó para dejarnos abandonados a nuestra suerte, ni para que viviéramos sometidos y condenados al poder de la muerte. Dios ha querido invitarnos a su mesa, sentarnos junto a su Madre, la Virgen María, y hacernos hijos suyos, abrirnos las puertas de su vida inmortal y eterna por los siglos de los siglos. AMÉN
+ Sebastián Chico Martínez
Obispo de Jaén