Un mundo que no abandonáis (Al pie de la tapia, 2ª entrega)

14 mayo de 2015
     Con motivo del año de la Vida Consagrada que estamos viviendo durante 2015 (y parte de 2016), queremos compartir este homenaje de Lolo a las religiosas. «Al pie de la tapia» es la recopilación de una serie de artículos escritos por el beato Manuel Lozano Garrido, en la revista Orate, que editaba la Pontificia Unión misional del clero, para las religiosas. Y que semanalmente publicaremos para todos vosotros. Todos los artículos de este libro están editados por generosidad del Monasterio de Carmelitas Descalzas de Jaén. Os dejamos con la 2ª entrega…

 
     Un mundo que no abandonáis
     Un carrito de inválido rueda hoy hasta la tapia de un convento. Pienso que, entre vosotras y los que sufren, hay más puntos de contacto que las paredes de nuestras habitaciones, las
rejas ue tenemos ante los ojos y la tremenda soledad de nuestras vidas. La fe, y la conciencia de universalidad, la humillación y el sacrificio, forman ese trozo de pan caliente que, vosotras desde los locutorios y nosotros desde las camas y los cochecitos, podemos compartir a diario.
     Hoy mismo os escribo. Sólo quiero que en mis cartas veáis el alegre y humilde diálogo de un hombre, unos hombres, en quienes el Amor opera como en todas las criaturas del mundo.
     Hermanas:
      Siempre he creído que la tapia es un símbolo que construye. Cuando los ladrillos se encaraman uno a uno hacia la altura, nace un cuarto de estar, donde la familia se ama y los niños tienen sus juegos e ilusiones. Aún los bloques de cemento de los pantanos, doman, ordenan y utilizan un valor que tiene su meollo en la fuerza de la dinamita. De aquí que piense que las bardas de los conventos le canalizan al mundo la hermosa potencia de vuestro corazón de elegidas. Las madreselvas y las celindas trepan por los muros de los patios y florecen cara a la vida como un emblema de vuestras almas, con las raíces y la sangre entre cuatro paredes y el fruto de la primavera y en el corazón de las mujeres que trabajan en los «kolioses» o los pobres «cóolies» que tiran de sus carritos.
      Si los hombres andan con gallardía es porque los rascacielos y las carreteras se afianzan y se crecen sobre los cimientos y la resistencia de vuestras entrañas, fundidas en el crisol de Dios. Mienten los «Ecos de la sociedad» cuando os despiden a alguna con el manido «abandonó el mundo para entrar en religión». El libro de horas, los cilicios. Las pizarras emborronadas y la hora de tomar la fiebre están más en el eje de la humanidad que los pasillos de las universidades, las cajas registradoras, las comunicaciones y los talleres que dejáis. Son todos los niños que viven, todas las mujeres y todos los hombres los que se calzan las sandalias en vuestra persona.
      Estamos tan unidos los unos a los otros que sólo puede desarraigarnos el frenazo definitivo al corazón. Cuando la criatura primera dejaba de ser barro, en su pecho ya hubo una cosilla que se le escapaba buscando la sociabilidad. Aún el más egoísta, jamás podrá llevar su pasión al límite de un experimento radical, absoluto. Siempre habrá un pedazo de pan fabricado por alguien, un antibiótico o cualquier puñado de lana donde reposar la cabeza. Mal negocio el de quien piensa, o el de quien busca, las tapias de un convento como una evasión o un refugio. La angustia del universo, la pesadumbre colectiva o la deserción de las masas le estarán acorralando en la soledad como un perro rabioso. Razón tenía la abadesa de Bernanos cuando recriminaba a una postulante: «Habéis soñado con esta casa como un niño temeroso a quien las criadas acaban de ponerle en el lecho, que sueña, de su cuarto, con la sala de estar, con su luz y su tibieza.» El cielo sólo se gana con un peso bruto sobre los hombros que está muy por encima de lo que sólo pesa nuestro corazón. Allá arriba únicamente se sube como los cometas, que se remontan minuto a minuto tirando y encarrilando esforzadamente su ristra de hermanos. Aunque pongamos muy bien las inyecciones, se nos den de maravilla las matemáticas, nuestros salmos sean perfectos y pasemos largas horas de rodillas, tendremos la Gloria en el alero del tejado si no hay tendremos la Gloria en el alero del tejado si no hay en la vocación criaturas que van por la calle o que naufragan.
     El mismo Bernanos pensaba que, «si Dios nos diera una idea cara de la solidaridad que nos une a los demás en el bien y en el mal, no podríamos, efectivamente, seguir viviendo.»
     Pero con el mal resulta que nos desconcierta su potencia visible y su aparente dominio. Las gacetillas de los periódicos, el suceso escandaloso, las carteleras de los anuncios nos hacen sorber un aire de ponzoña y crimen. Aunque la geografía nos cribe esas otras imágenes distanciadas de los muertos en la guerra, los que pasan hambre o los que van errantes, ya es dura y angustiosa esta conciencia de la maldad o las claudicaciones que nos rodean. El mal es también una ganancia negra que se hace para todos. Si en el Congo o Argelia se atropella a una criatura, un virus de condenación habrá entrado en los pulmones de todos los seres que pueblan el mundo. La grasa de las culpas de hoy nos emborrona a todos como la mancha del paraíso. Pero es que el mal y el bien no pueden ser medidos por su volumen o su dureza, como una escala mineral, ni por su ruido o por su impresión.
     La supremacía y el triunfo de la bondad se coronan sobre su naturaleza útil y su característica de infinito. El bien es como una fruta de primavera, que se muerde y nos nutre de una sustancia apetitosa.
     En cambio, el mal tiene esa cara atrayente de un muñeco de falla valenciana, que consume el placer en unos minutos de fuego. La virtud y el pecado, la bondad y el engaño, poseen también su sistema monetario, pero el banco de la Verdad sólo admite el oro de los actos limpios y abnegados. Por eso un solo hecho generoso le quiebra el pulso a un regimiento de delincuentes. Los vicios podrán estar en las primeras páginas de los periódicos, pero el haber del Universo está del lado de los que se dan con amor, de los que trabajan con esperanza, de los que creen con seguridad. El aprobado de la Humanidad lo escriben con su entrega, los que se sacrifican en los hospitales, en las escuelas, los laboratorios, los claustros, y los talleres; los que en la calle, bajo techo, o en el campo o en la lejanía, plantan su corazón como un grano de sementera. Tiene que ser bonito ver al ángel de la contabilidad que salda cada día la cuenta del mundo. Le llegarán a cada hora hombres de escándalos muy ruidosos, sucesos de tintas muy negras. Del lado positivo el ángel irá extrayendo de cuando en cuando la acción de una criatura humilde que apenas pasa entre nosotros como hombre o mujer gris. Los tronos de tantos emperadores del mal caerán radicalmente, contrapesados por el heroísmo y la santidad.
     Allí habréis de estar vosotras, que sentisteis sobre vuestras vidas el dolor de los hermanos crucificados en todo el mundo por la tentación.
     Vuestro en Cristo.
Manuel Lozano Garrido
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