La Esperanza, “esa niña pequeña y poca cosa” de Charles Pégy
14 febrero de 2025
En este Año Santo Jubilar dedicado a la Esperanza, bien merece iniciar esta sección libresca hablando de ella, de la Esperanza. Y hacerlo con este luminoso y fascinante texto de Charles Péguy. A ella se refería como “Esa pequeña niña que parece tan poca cosa” el gran poeta francés en un largo poema que traigo hoy aquí en esta mi primera entrega de 2025. En el referido poema dedicado a la Esperanza, Dios habla de ella como su hija más pequeña. Conocer algo de la vida del poeta ayuda a entender, no solo su nada fácil y corta vida, sino también, la hondura y de su fe en tiempos difíciles.
Nació en Villeroy, del distrito francés Sena-Marne a comienzos de enero de 1873, con poco más de cuarenta años, en 1914, moría desangrado cerca de su casa, en la espantosa Batalla del Marne, en una de las muchas trincheras que la Gran Guerra había abierto en los páramos de Europa. Charles Péguy es hoy uno de los principales más olvidados escritores católicos modernos. Charles no tuvo una vida fácil. De origen modesto, se quedó sin padre apenas nacer y su madre, que se ganaba la vida empajando sillas. Con ella vivió hasta que una beca le abrió las puertas de la cultura. De convicciones socialistas, se acercó al catolicismo en 1906, en compañía de Maritain, hijo de una gran amiga suya, pero fue rechazado por la Iglesia. A partir de entonces hizo compatible su obra en prosa, a menudo política y polémica, con obras místicas y líricas. Por su manera de ser apasionada, resultaba sospechoso tanto para la Iglesia como para los socialistas. Péguy también experimentó el rechazo dentro de su propia familia. Se había casado civilmente con Charlotte Baudouin, hermana de un amigo socialista, con la que tuvo tres hijos. Pero Charlotte ni admira sus trabajos literarios ni dejaba que sus hijos fueran bautizados, como él deseaba y a la vez que él mismo, como había pedido. Péguy entonces conoció a Blanche Raphäel, una joven profesora de inglés de origen judío, que comprendió sus inquietudes espirituales y literarias y a la que escribiría en una carta diciéndole que ella” había sabido hacer de él un poeta”. Al no ser aceptado por la Iglesia, se convirtió en lo que él llamaba un “cristiano sin iglesia”, un término que se hizo bastante frecuente y clásico en Francia de las primeras décadas del siglo pasado.
Ya entonces había escrito sus obras más conocidas:”, “El misterio del pórtico de la segunda virtud “y “El retablo de Nuestra Señora”. En 1912, dos años antes de su muerte, supo expresar la entonces desasosegada alma europea en su libro “El misterio de los santos inocentes. En él incluyó el poema de la Esperanza al que me refiero y del que ahora extraigo estos versos que van aquí de forma lineal y no simétrica:
“Pero la esperanza, dice Dios, esto sí que me extraña, / me extraña hasta a Mí mismo (…) / Que estos pobres hijos vean/ cómo/marchan hoy las cosas /y que crean que mañana irá todo mejor, / esto sí que es asombroso y es, con mucho, / la mayor maravilla de nuestra gracia.( …) ¿Cuál no será/ preciso que sea mi gracia y la fuerza de mi gracia/ para que esta pequeña esperanza, vacilante ante el soplo del pecado,/ temblorosa ante los vientos,/ agonizante al menor soplo,/ siga estando viva, se mantenga tan fiel, tan en pie,/ tan invencible y pura e inmortal e imposible de apagar? (…) Y lo que me asombra, dice Dios, es la esperanza (…). / Esta pequeña esperanza que parece una cosita de nada, / esta pequeña niña esperanza inmortal. /Porque mis tres virtudes, dice Dios, mis criaturas, /mis hijas, mis niñas, son como mis otras criaturas de la raza de los hombres:/ la Fe es una esposa fiel, /la Caridad es una madre, una madre ardiente, todo corazón, /o quizá es una hermana mayor que es como una madre. / Y la Esperanza es una niñita de nada (…) “
“Pero, sin embargo, esta niñita esperanza es la que/ atravesará los mundos, esta niñita de nada, / ella sola, y llevando consigo a las otras dos virtudes, / ella es la que/ atravesará los mundos llenos de obstáculos. (…) / Y así, como una llama temblorosa, la esperanza, / ella sola, guiará a las virtudes y a los mundos, / una llama romperá las eternas tinieblas. (…) Por el camino empinado, arenoso y estrecho, / arrastrada y colgada de los brazos de sus dos hermanas mayores, / que la llevan de la mano, / va la pequeña esperanza/ y en medio de sus dos hermanas mayores da la sensación/ de dejarse arrastrar/ como un niño que no tuviera fuerza para caminar (…) Pero, en realidad, es ella la que hace andar a las otras dos, / y la que las arrastra, / y la que hace andar al mundo entero/ y la que le arrastra. /Porque en verdad no se trabaja/sino por los hijos/ y las dos mayores no avanzan sino gracias a la pequeña”
La metralla no pudo con sus versos; como tampoco la negativa a ser bautizado; ni el rechazo de su entorno familiar y social. Y tampoco la metralla acabó con su esperanza, tan pequeña y grande, que titila detrás de esta bruma de noticias, crisis, nuevas guerras y viejos temores que hoy asolan a la Humanidad.
Juan Rubio Fernández
Sacerdote, escritor y periodista