John Henry Newman II. El camino de su conversión al catolicismo

11 noviembre de 2025

La conversión de John Henry Newman al catolicismo es una de las experiencias espirituales más profundas y paradigmáticas de la historia moderna del cristianismo. Su itinerario interior, narrado magistralmente en Apologia pro Vita Sua, no fue el resultado de una crisis sentimental ni de una mera disputa teológica, sino de una búsqueda apasionada y sincera de la verdad. 

John Henry Newman nació en Londres el 21 de febrero de 1801, en el seno de una familia anglicana de clase media. A la edad de 16 años ingresó en el Trinity College de Oxford, donde destacó como estudiante y más tarde como profesor.  Fue ordenado sacerdote anglicano en 1825 y pronto se convirtió en figura central de la vida académica y espiritual de la Universidad de Oxford. En una Inglaterra marcada por la pérdida del sentido de lo sagrado, un grupo de teólogos y pensadores anglicanos liderados por Newman, John Keble, Edward Pusey crearon el Oxford Movement. A través de una serie de escritos teológicos y pastorales (Tracts for the Times) el movimiento pretendía revitalizar la Iglesia de Inglaterra recuperando su carácter sacramental, su tradición apostólica y su vinculación con la Iglesia antigua. Newman   consideraba que la Iglesia anglicana se encontraba en una postura intermedia entre el catolicismo y el protestantismo, siendo, por lo tanto, la heredera de la primitiva Iglesia. Sin embargo, cuanto más profundizaba en los orígenes del cristianismo, más dudas le surgían sobre la validez de esa posición intermedia percibiendo que la continuidad histórica, doctrinal y espiritual del cristianismo apuntaba hacia la Iglesia católica. 

El punto culminante de su crisis llegó con la publicación del Tract 90 (1841). Newman afirmaba que muchas enseñanzas de la Iglesia católica —como la presencia real de Cristo en la Eucaristía, el valor de los sacramentos, la autoridad de la tradición o la comunión de los santos— podían sostenerse legítimamente dentro del marco doctrinal anglicano si se interpretaban los Treinta y Nueve Artículos de Religión (documento doctrinal del anglicanismo desde el siglo XVI)  de una manera “católica”, es decir, en continuidad con la tradición de la Iglesia universal, y no en oposición al catolicismo romano. En concreto, sugería que los Artículos rechazaban solo los abusos concretos, no las verdades espirituales que subyacen en esas creencias. En síntesis, Newman proponía una lectura conciliadora entre la fe católica y los textos fundacionales del anglicanismo. El texto provocó un gran escándalo y fue condenado por la jerarquía anglicana. La condena del Tract 90 le causó una herida profunda: comprendió que la Iglesia de Inglaterra no podía aceptar una interpretación verdaderamente católica de su doctrina. A partir de entonces se retiró a Littlemore, un pequeño oratorio cerca de Oxford, donde se dedicó al estudio, la oración y el discernimiento. 

Como él mismo nos narra, que amaba a su Iglesia y a su país, y deseaba servir a Cristo dentro de la Iglesia Anglicana, pero su conciencia le decía que la verdad no podía dividirse. Cuanto más estudiaba a los Santos Padres y a los primeros concilios más se le evidenciaban dos aspectos: por un lado, que la doctrina cristiana puede crecer y expresarse de nuevas maneras a lo largo del tiempo, sin cambiar su esencia. Es decir, la fe no se altera, sino que se desarrolla orgánicamente, como un ser vivo que crece desde una semilla inicial; y, por otro lado, que el principio de autoridad en la fe no podía residir en la conciencia individual ni en el Estado, sino en la Iglesia universal guiada por el Espíritu Santo. El anglicanismo le ofrecía una tradición nacional y moralmente respetada, pero carecía de una autoridad doctrinal universal. Newman terminó comprendiendo que la Iglesia debía ser, como en los primeros siglos, una comunión visible fundada sobre la sucesión apostólica y el primado de Pedro. 

Finalmente, el 9 de octubre de 1845, pidió ser recibido en la Iglesia católica al padre Dominic Barberi. “La certeza es instantánea, se da en un momento concreto; la duda, en cambio, es un proceso”. Aquella noche del octubre selló su destino: perdió amistades, prestigio y posición social, pero ganó la certeza de haber obedecido a la verdad. En la Apologia pro Vita Sua, escrita casi veinte años después, confiesa: “No era que sintiera el deber de convertirme, sino que veía que ya era católico de corazón y que negar esa realidad sería faltar a mi conciencia”.  

Newman nos muestra como la verdad no es tanto una idea que se posee, sino una luz que se acoge, y que creer es pensar con el corazón y amar con la inteligencia. Su camino hacia el catolicismo fue un itinerario de fidelidad a la verdad descubierta, de obediencia a la conciencia iluminada por la fe, y de amor humilde al Dios que guía con paciencia. En un mundo dividido entre la fe sentimental y el escepticismo racional, su testimonio sigue siendo un auténtico faro. 

Juan Jesús Cañete Olmedo
Sacerdote diocesano y Profesor de Filosofía

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