Homilía en la apertura de la fase diocesana del Año Jubilar de la Esperanza
29 diciembre de 2024Queridos hermanos y hermanas en Cristo,
Con inmensa alegría nos reunimos en esta solemne celebración, en comunión con la Iglesia universal, para inaugurar el Año Jubilar 2025 en nuestra Diócesis de Jaén, en el que conmemoramos la Encarnación de nuestro Señor Jesucristo. Misterio que da pleno sentido a nuestra fe y nos impulsa a ser portadores de esperanza en un mundo que clama por ella, especialmente en estos tiempos de guerra y desorden. Un tiempo de gracia que la Iglesia nos regala para fortalecer nuestra fe católica, renovar nuestra esperanza y vivir con mayor intensidad la caridad. ¡Un tiempo de profunda alegría!
Saludo con especial afecto a todos los sacerdotes, diáconos, religiosos/as, seminaristas, y fieles de nuestras comunidades cristianas, venidos de todos los puntos de nuestra diócesis jienense, que, unidos como peregrinos, juntos estamos viviendo este momento tan especial de la apertura solemne del Jubileo.
Saludo a las Excmas. e Ilmas. autoridades civiles y militares que nos acompañan.
Y les agradezco su presencia, testimonio de la cercanía y del cariño hacia este pueblo cristiano, que constituye mayoritariamente nuestra sociedad jienense, y que celebra un acontecimiento histórico y de singular importancia para todo el orbe Católico, y que como Iglesia desea ser testimonio de esperanza para todos los ámbitos de nuestra Sociedad. ¡Gracias por vuestra presencia!
Y, también, saludo a todos aquellos que habéis trabajado para hacer posible este momento, de forma especial al Comisario del Jubileo, D. Bartolomé López, Vicario Episcopal de Baeza, y a toda la Comisión constituida para este gran evento, así como a todos los voluntarios que os habéis puesto a disposición para servir en tantos actos que vamos a vivir a lo largo de todo el año 2025.
Bajo el lema “Peregrinos de Esperanza”, este Jubileo nos recuerda que, al igual que el apóstol Pablo escribió a los Romanos, “la esperanza no defrauda” (Rm 5,5); que la esperanza, fundada en el amor de Dios derramado en nuestros corazones, es el hilo conductor de nuestra vida cristiana.
Al inicio de mis palabras, quisiera detenerme un momento en las lecturas que, en este día, fiesta de la Sagrada Familia, se han proclamado. Pues, nos invitan a reflexionar cómo fue la encarnación del Hijo de Dios, en el seno de una familia, y sobre los valores esenciales que deben orientar la vida familiar y redescubrir la importancia de ésta como comunidad de amor y de fe.
El libro del Eclesiástico subraya la bendición de honrar a los padres, especialmente en su vejez, como un acto de gratitud y obediencia al mandato divino: “Honrarás a tu padre y a tu madre”. San Pablo, en su carta a los Colosenses, nos exhorta a vivir virtudes como la compasión, la bondad, la humildad, la mansedumbre y la paciencia, esenciales para la convivencia familiar, revestidos del amor que es el vínculo perfecto de la unidad. Y, finalmente, el Evangelio de Lucas nos presenta a la Sagrada Familia enfrentando la pérdida y hallazgo de Jesús en el templo, una experiencia que resalta la búsqueda de Dios y la vocación única de cada miembro de la familia.
En el contexto actual, donde prevalecen la fragilidad de compromiso, la incertidumbre y la desesperanza, la familia se erige como una fuente de esperanza y renovación. Es el lugar donde se vive la reciprocidad, el amor y la fecundidad de toda una sociedad. En este marco jubilar, recordemos que las familias, “fuente de esperanza”, están llamadas a ser testigos vivos de la misericordia divina y de la esperanza que transforma toda realidad.
Queridos hermanos, el lema del Jubileo, “Peregrinos de Esperanza”, no es simplemente una frase inspiradora, sino una llamada profunda a redescubrir nuestra identidad como pueblo de Dios en camino, enraizado en el amor del Padre manifestado en la carne del Verbo hecho hombre y en el signo de la Cruz, ancla de nuestra salvación.
A través de los siglos, el peregrinaje ha sido un símbolo de la búsqueda de sentido, de transformación interior y de encuentro con lo sagrado. En este Año Santo, estamos invitados a mirar nuestra vida como un peregrinaje hacia Dios, un trayecto en el que la esperanza actúa como motor y guía de nuestra vida.
Por consiguiente, este lema encuentra su fundamento en la Encarnación de Cristo, el Peregrino por excelencia, quien asumió nuestra humanidad para llevarnos a la plenitud de la vida. También nos interpela a reflexionar sobre nuestro papel en el mundo actual: ¿Cómo vivimos nuestra condición de peregrinos? ¿Qué señales de esperanza ofrecemos a quienes nos rodean? ¿Cómo caminamos juntos como Iglesia? Preguntas nos conducen a explorar dimensiones fundamentales que se desprenden del este Jubileo:
La Encarnación de Jesucristo es el acto supremo de amor de Dios hacia la humanidad. Al hacerse hombre, Dios asume nuestra historia y nos abre las puertas de la salvación. Como recordaba San Juan Pablo II, la Encarnación es el punto de encuentro entre el cielo y la tierra, y nos llama a reflexionar sobre nuestra propia vocación a ser testigos de este amor, en un mundo marcado por conflictos, desigualdades y crisis, el misterio de la Encarnación nos da razones para la esperanza.
Hoy, ser peregrinos significa ser conscientes de que nuestra vida es un camino hacia el encuentro con Dios. Este camino requiere paciencia, confianza y solidaridad. Como enseña la “Bula Spes non confundit”, el peregrinaje no solo es un acto físico, sino también un signo de búsqueda espiritual y de renovación interior. En este Año Santo, somos llamados a redescubrir el valor del silencio, del esfuerzo y de lo esencial, dejando atrás las distracciones que nos alejan de Dios.
Como cristianos, nuestra esperanza se funda en la victoria de Cristo, con su Cruz y Resurrección, sobre el pecado y la muerte. Testimoniar esta esperanza significa vivir con la certeza de que nada ni nadie podrá separarnos del amor de Dios (cf. Rm 8,38-39). La esperanza cristiana nos impulsa a ser luz en medio de las tinieblas, a consolar a los que sufren y a trabajar por un mundo más justo y fraterno. Este Jubileo es una ocasión para recordar que la esperanza es también una tarea: debemos cultivarla y compartirla con generosidad.
El camino de la esperanza es también un camino de sinodalidad. Como nos invita el Santo Padre Francisco, este Año Jubilar debe ser un tiempo para caminar juntos, discerniendo y escuchándonos mutuamente. La sinodalidad nos llama a ser una Iglesia abierta, acogedora y comprometida con los más vulnerables. Una Iglesia en Conversión Pastoral, camino que ya llevamos con nuestro Plan Pastoral, que desea llegar al corazón de “todos, todos, todos” los que aún no conoce al Señor, invitándolos a ser sus discípulos, a descubrir que Cristo cuenta con ellos, y los hace partícipe de su gran misión: anunciad a todo hombre y mujer, de toda raza, lengua, pueblo y nación, su amor, haciendo crecer la esperanza en medio de nuestro mundo, que es nuestra “casa común”.
Queridos hermanos, vivamos este Año Jubilar como una oportunidad única para responder a la llamada de Dios en las múltiples dimensiones de nuestra vida cristiana: fortaleciendo nuestra fe, redescubriendo la importancia de la oración, de la Palabra de Dios y los Sacramentos; purificándonos de nuestros pecados, viviendo la reconciliación con Dios y los hermanos con sinceridad y profundidad, renovando nuestra alianza bautismal y acogiendo la Gracia de Dios para la conversión genuina; renovando nuestra esperanza, sabiendo que Cristo nunca defrauda, especialmente en nuestras crisis y en los desafíos que la vida conlleva; y manifestando nuestra caridad de manera concreta, donde en este Jubileo se traduce también en obras concretas de amor. En consonancia con el proyecto social de la Conferencia Episcopal Española nuestra Diócesis se une al esfuerzo para combatir la trata de personas y la explotación, así como trabajar por la dignidad de las personas migrantes que llegan en busca de una esperanza para sus vidas y la de sus familias a nuestro país.
Al cruzar hoy la Puerta de nuestra Catedral, preludio de una rica experiencia de gracia y misericordia, deseemos renovar nuestro compromiso de ser testigos de la esperanza. Enriquezcámonos de las gracias que este año podremos lucrar en este Templo Jubilar, nuestra S. I. Catedral, y en aquellos que he dispuesto, en fechas y lugares determinados que recogen realidades singulares y que nos hablan de aquellos que son preferidos del Señor: los pobres, los enfermos, los presos y los ancianos.
Gracia enriquecida, en este jubileo, y en estos lugares, con la indulgencia plenaria, que es un don que nos otorga el perdón de nuestros pecados y la gracia de borrar las huellas o penas temporales que merecen esos pecados; que nos habilita a obrar con caridad y a crecer en el amor. Gracia que también puede ser aplicada a los difuntos como signo de amor hacia ellos.
En este tiempo jubiloso, volvemos nuestra mirada a María, la Santísima Virgen de la Cabeza, Patrona de nuestra Diócesis, Madre de la Esperanza. Ella, que albergó en su seno al Salvador del mundo, es modelo de fe, paciencia y confianza. Bajo su protección, iniciamos este camino jubilar con nuestros corazones llenos de gratitud y de esperanza. Que Ella, Estrella de la Mañana, nos acompañe en este peregrinaje hacia el corazón de Dios.
+ Sebastián Chico Martínez
Obispo de Jaén