Homilía de la Misa del Corpus Christi

29 mayo de 2016

Saludos: hermanos sacerdotes de la ciudad y de las parroquias de la ciudad de Jaén, Cabildo Catedral, Excmo. Ayuntamiento de Jaén, Subdelegación de Defensa, del Gobierno, Guardia Civil, Policía Nacional, Autonómica y Local, Sr. Jefe provincial de Tráfico, Universidad de Jaén, Adoración Nocturna, Agrupación de Cofradías y Hermandades, Cofradías Sacramentales, Asociación de amigos de las catedrales de Jaén y Baeza, Cofradía de la Santísima Virgen de la Capilla y Cofradías de pasión, gloria y grupos parroquiales. Mi saludo también a todas las consagradas y consagrados presentes en esta celebración y que van a participar en la adoración al Santísimo por nuestras calles.

Un saludo muy especial a un grupito de niños y niñas de primera comunión que tienen un protagonismo especial en esta celebración; sé que no están todos, han venido solamente los representantes y que se irán sumando a lo largo de la celebración, así quecon mucho cariño, para vosotros, queridosniños y niñas que habéis hecho la primera comunión, sois los amigos predilectos de Jesús.

Queridos hermanos y hermanas todos:

Acabamos de escuchar la palabra de Dios, el texto del Evangelio hermoso, hermosísimo, que tiene mucho sentido, pero que, naturalmente luego tenemos que completar necesariamente con la lectura de SanPablo en la PrimeraCarta a los Corintios, en la que ya nos cuenta cómo era y cómo sentían y vivían la experiencia de la Eucaristía, y que nos cuenta cómo las primeras comunidades inmediatamente acogieron las palabras del Señor que les decía: “Haced esto en memoria mía”.

Empezamos por el Evangelio, porque es muy hermoso. Hay una frase, que quizá la lectura litúrgica no ha dicho en el texto como tal, pero que dice que Jesús acogía a la gente, acogió a la gente, y les hablaba, les ofrecíalo que tenía, lo que había traído de parte de Dios. Les hablaba del reino de Dios y curaba sus enfermedades. Estaba con la gente, ofreciéndole ayuda en sus necesidades básicas; en su deseo de bien, en su deseo de Dios, en aquel anhelo de bondad, de verdad y, naturalmente, en aquel anhelo de cielo que hay en el corazón de todos nosotros y que había también en ellos; y Jesús les ofrecía lo que había traído: el amor de Dios y les hablaba del reino de Dios, que es amor, amor misericordioso de Dios. Y, naturalmente, estaba con ellos en sus necesidades: curaba sus enfermedades, todas, todas las enfermedades, las enfermedades interiores, espirituales, y curaba también las enfermedades de su cuerpo, y quizá todas aquellas enfermedades que sólo la palabra de Dios y sólo el amor de Dios puede curar, como cada uno de nosotros sabe muybien.

Esta escena que hemos escuchado del evangelio entiendo yo que se está repitiendo hoy entre nosotros, y se está repitiendo en todas las partes en las que se celebra esta solemne Eucaristía y luego procesión pública del Santísimo Sacramento. He entrado en la Catedral y me he postrado ante el Sagrario, y he visto en la puerta del Sagrario -bellísima- en la que se ve representada la Sacristía de la Catedral, según me ha explicado el Sr. Deán. El Sagrario, es la presencia permanente del Señor en medio de nosotros; la presencia del que nos está ofreciendo permanentemente el Reino de Dios y el que está permanentemente curando nuestra vida y curando nuestras enfermedades.

El Sagrario está reflejando perfectamente lo que estamos haciendo hoy en esta Catedral, porque allí está el Señor con sus Apóstoles, está el Señor con sus Discípulos, está la Eucaristía, que es la realización -porque hemos escuchado la primera lectura de aquel milagro de la multiplicación de los panes y los peces, que es solamente un símbolo de lo que luego sería la Eucaristía- es la realización realmente y permanente de esa acción de Cristo entre nosotros y de esa acción de Cristo en el mundo, que fue para ellos para esos cinco mil hombres y mujeresde Palestina, pero que para ahora es para el mundo entero y hoy concretamente para nosotros.

Ya sabéis lo que sucedió allí: la gente seguía a Jesús y había llegado la hora en que ya los apóstoles (que eran de algún modo los que seguían a Jesús y con un sentido práctico orientaban a las personas, como es natural) ya no sabían qué hacer con ellos y le dicen: hay que decirles que se marchen, porque no tenemos ninguna posibilidad de ayudarles. Todavía ellos no habían entendido todas las posibilidades del Reino de Dios, aún no habían entendido todas las posibilidades de Jesucristo; no habían quizá captado que Jesucristo venía a traer el amor de Dios y a realizar en el mundo, en su encarnación, a realizar el amor misericordioso de Dios. Pero Jesús les dice:“¿Qué tenéis?” (ya sabéis), “Uno por ahí tiene cinco panes y dos peces”, poquito. Si la conversación se hubiese cortado aquí, sería absurda:“y ¿qué vamos a hacer con cinco panes y dos peces para cinco mil personas? ¿qué vamos a hacer?” Pero Jesús sabía lo que había que hacer, lo sabe siempre, sabe lo que tiene que hacer con nosotros. Y les dijo que continuaran, y se produce aquel milagro; un milagro -no lo olvidemos- el milagro de la generosidad, el milagro de la entrega, el milagro del amor, el milagro de alimentar a los demás que Jesús realiza, no solamente desde el poder misericordioso de Dios que Él tenía y que Él traía, sino que Jesús realiza con aquellos cinco panes y dos peces, lo que significa que realiza con nuestra cooperación y con nuestra colaboración, que Jesús realiza con nuestra generosidad.

Y esto nos sitúa muy bien también en un significado importante y profundo de esta fiesta del Corpus Christi que, como se nos recordaba al comienzoen la monición, hoy es un día en el que nosotros tenemos que entender que la caridad pertenece a la esencia de nuestra vida cristiana. Nosotros tenemos que colaborar con Cristo en alimentar como testigos del Señor con nuestra palabra, con nuestro testimonio y con la cooperación en laevangelización del mundo, pero también tenemos que colaborar con elSeñor en la sanación de los problemas de los hombres y mujeres del mundo. Y eso será siempre -queridos hermanos y hermanas, no lo olvidemosnunca- a veces tenemos una vara de medir: quién es rico y quién es pobre; pues no hay mayor riqueza que ser generoso, que dar, que abrir el corazón, que donar nuestra vida a los demás, que poner a disposición de los demás lo que nosotros tenemos. Y lo tenemos que hacer como lo hace Jesucristo con nosotros.

Y ahora nos centramos ya en el misterio de la Eucaristía.Jesús -nos cuenta Pablo, nos cuentan los primeros cristianos- tomó pan, lo bendijo y se lo dio a sus discípulos y les dijo: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo y este es el cáliz de la nueva alianza, el cáliz de mi sangre derramada por vosotros y derramada por vuestra salvación”. Jesucristo hoy aparece ante todos nosotros en la Eucaristía como el más grande y maravilloso regalo que el mundo pueda recibir, que el ser humano y que todos nosotros, hombres y mujeres de fe, podamos percibir. Porque el misterio de Cristo en el Sacramento de la Eucaristía es el misterio de nuestro ser y de nuestra realización como personas, pero sobre todo de nuestro ser y de nuestra realización como Iglesia. Ya sabéis que la Iglesia del Señor vive de la Eucaristía, nace de la Eucaristía y vive de este maravilloso misterio de donación. Por eso hoy tiene que ser un día de adoración profunda al Santísimo Sacramento, de gratitud a Dios nuestro Señor, que en su Hijo Jesucristo nos ha dejado esta presencia maravillosa para nuestra salvación, porque ya sabéis que “el que come de este pan y bebe de esta sangre”, el que come y bebe la Eucaristía, el que vive de la Eucaristía, participa de la muerte y de la resurrección del Señor. Es el don de la vida, el don para la vida, para la vida de siempre, para la vida de aquí y para la vida eterna.

Pero todo eso, quizá volviendo un poco a lo que os decía ayer, lo tenemos que vivir todos juntos, sintiéndonos Iglesia, manifestándonos como Iglesia del Señor y amándonos, amando a todos, pero amándonos los unos a los otros para ser testigos del amor ante los demás, y expresar nuestro amor a los demás, en especial ante los más pobres y los más necesitados. Ya sabéis que los primeros cristianos, en el primer catecismo de la Iglesia, en la “Didaché”, nos dicen un bello texto, que yo me sé por unahermosa canción de un poeta de allá de mi tierra, un sacerdote poeta: “Como estaba el pan disperso por las tierras de labor, ahora es uno en esta ofrenda, haznos uno en ti, Señor”. Que nos unifique interiormente el misterio de Cristo, la Eucaristía de Cristo, pero que al mismo tiempo nos una también a los demás, nos una a los más necesitados, nos una a los más pobres.

Y, por último, para prepararnos ya, una vez que celebremos la Eucaristía, para la procesión, queridos hermanos y queridas hermanas, adoremos, adoremos el misterio de Cristo. Lo vamos a adorar hoy en nuestras calles, hagamos un acto profundo de fe, ese acto profundo de fe que tenemos que hacer cada vez que comulgamos, cada vez que comemos el cuerpo del Señor, o cada vez que nos acercamos al misterio de la presencia de su cuerpo y de su sangre en el Sagrario o participamos en la Eucaristía. Adoremos a Cristo. Mirad, Él, como hace siempre Dios, se acerca a nosotros pequeño y débil; en la Eucaristía se acerca en una hostia de pan, en una frágil y pequeña hostia de pan, pero ahí está toda la grandeza de Dios, del amor grande y misericordioso de Dios. Por eso hoy es día de adoración y de una adoración, sobre todo, agradecida; hoy es un día de adoración y de acción de gracias a Dios por su amor y por su amor misericordioso.

Que así sea.

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