El viaje interior en algunas novelas de la literatura universal
19 julio de 2024A vueltas con la lectura en esta página libresca. Y antes de hablar de los libros de los que hoy vengo a hablar, me permito una primera licencia previa; la otra vendrá al final. Y no es otra esta primera licencia que la de recordar a los lectores esta brillante frase que Cervantes pone en boca del Quijote: “El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho” De andar, y lo digo así de grueso, hablaré; pero de andar de afuera adentro, no al revés. Me refiero al viaje interior tan necesario hoy y cómo lo abordan cuatro grandes novelistas en cuatros grandes obras suyas. Hablo de “El juego de los abalorios”, de Herman Hesse; de “Moby Dick”, de Herman Melville, de “Viaje al fin de la noche”, de Louis Ferdinand Céline, y del “Coloso de Marusi”, de Henry James. Hablo del viaje interior en estas novelas como podría hablar de lo mismo en otras como “El Quijote”, de Cervantes, “La Odisea”, de Homero o de “Las montañas de la locura”, de Lovercraft.
“El juego de los abalorios”, de Herman Hesse, última novela publicada en vida, en 1943, tres años antes de recibir el Premio Nobel de Literatura. Puede parecer una novela extraña en relación a otras más cautivadoras como” Siddhartha” o “El Lobo estepario”. Quiso el autor que fuera ésta la obra de su vejez. Un viaje interior para encontrar nuevas respuestas a nuevas preguntas. Se trata de un enjundioso viaje interior que realiza el autor alemán en la búsqueda del conocimiento para llegar a conocerse mejor. La novela se desarrolla en la Ruta de la Seda, que para él es solo un recurso simbólico para explorar los grandes temas universales. El protagonista, Josef Knecht, es “magister ludi,”, maestro de juegos. La ruta que une oriente y occidente es un símbolo de unión de dos mundos que se desconocen y que tienen mucho que enseñarse. Fue consciente de que no era una novela de fácil lectura. En ella quiso reunir de forma armoniosa todas las historias del espíritu de la Humanidad; y al hacerlo llegar a conocerse más a fondo.
“Moby Dick”, de Melville. Es una novela gigantesca y profunda que, llevada al cine, pierde toda su fuerza original para convertirse en una banal película de aventuras. El fondo argumental es el viaje interior para descubrir algo nuevo. Está cargada de nombres bíblicos y del uso de la figura del mar en la Biblia. En la novela dos personajes buscan en barcas balleneras diferentes objetivos distintos. En el ballenero Pequod, el capitán Abab navega como loco con un solo objetivo; encontrar la Ballena Blanca. En el ballenero Rachel su capitán busca a uno de sus hijos perdido. Ambos se encuentran en alta mar; y el capitán del Rachel pide a Ajab que le ayude a buscar a su hijo. Pero éste solo quiere saber noticias de la ballena blanca, y cuando recibe la información, rehúsa ayudarle y se aleja tras el rastro de la ballena. El verdadero enemigo de Ahab no es Moby Dick sino su propia y desmedida sed de venganza. Una novela abierta, como un océano en el que zambullirnos buscándonos. Los personajes de la novela no navegan solos, sino que lo hacen navegando consigo mismos. Algo de esta búsqueda interior y también teniendo el mar como escenario vienen a decirnos muchas de las novelas de Conrad cuyo primer centenario de su muerte celebramos en agosto. Buena ocasión para leer su “Lord Jim”, la magistral novela que fue la primera en publicarse en el siglo XX y que también nos habla de un gran viaje interior.
“Viaje al fin de la noche,” de Louis Ferdinand Céline. La obra comienza diciendo “Viajar es muy útil, hace trabajar la imaginación, El resto solo son decepciones y fatigas, Nuestro viaje es por entero imaginario”. Es un viaje al horror de las guerras en Europa o de racismo en África. Visión pesimista de la condición humana en la que el sufrimiento, la vejez y la muerte son las únicas verdades eternas. Viaje nihilista, como muchos viajes de quienes nos rodean. La vida es miserable para los pobres, fútil para los ricos y las esperanzas de progreso y felicidad humanas son ilusorias. Esta novela autobiográfica nos hace mirar a nosotros mismos y reflexionar sobre todo aquello que tenemos dentro y a lo que no nos atrevemos a poner nombre. Viajar es útil porque pone a trabajar la imaginación
“El coloso de Marusi”, de Henry Miller El autor de los Trópicos, esas radiografías internas del yo profundo, escritas con palabras desatadas y a puñetazos, nació y creció en Los Estados Unidos, vivió largos años en Paris, y, ya en la vejez y antes de regresar s su “Big Sur “norteamericano, pasó largas temporadas en las islas griegas junto a su gran amigo el escritor Gerald Durrel. Ya en sus últimos días confesó haber encontrado el infierno en Norteamérica, el purgatorio en Paris y el cielo en las Islas griegas que conoció bien de la mano de Durrel que por entonces escribía su gran libro de viajes “Las Islas Griegas”. De su experiencia en el Egeo, Miller escribió la que, para mí, es su mejor obra; “El coloso de Marusi”, en donde nos describe su viaje a la isla de Corfú. El libro es más que un libro de viajes al uso, pues es un descubrimiento interior y exterior, un reto para la agonía que vive Occidente y un canto, al estilo de Whitman, a la dignidad de la tierra, al crecimiento espiritual y a la amistad. Todo el libro es un viaje interior que, en esta ocasión, tiene su punto de partida en cada paso que va dando por el mundo exterior.
Y acabo con otra licencia libresca. Esta de ahora la puso por escrito Santa Teresa, y dice; “Lee y conducirás; no leas y serás conducido”.
Juan Rubio Fernández
Sacerdote, escritor y periodista