El Obispo de Jaén al Arzobispo emérito de Mérida-Badajoz: «Mi padre y Pastor, mi maestro y amigo»

17 abril de 2019

Aún recuerdo muy bien mis primeros días tras ser nombrado obispo de Plasencia. Fue una experiencia humana, espiritual y pastoral en la que sentí con mucha intensidad que tendría que empezar una nueva vida y un nuevo rumbo ministerial. Me puse a buscar enseguida cómo quería el Señor que fuera mi ministerio episcopal. El diseño, en sus rasgos fundamentales, lo vi rápidamente reflejado en un modelo. Yo llegaba al episcopado habiendo sido colaborador cercano de un obispo, que me había dado responsabilidades que me hicieron observador e, incluso, confidente de lo que él hacía y sentía. Eso me hizo muy discípulo de un buen Pastor que me marcó profundamente. Algunos me decían que haber sido Vicario de Montero imprimía carácter, y no se equivocaban.

Don Antonio Montero fue mi padre y Pastor, mi maestro y mi amigo durante muchos años. Es evidente, para quien conoce de cerca mi biografía sacerdotal y espiritual, que Don Antonio desde su llegada a Badajoz me señaló para que fuera su colaborador y, marcando etapas, me fue incorporando a su ministerio. Primero me envío a estudiar a Roma y, a mi vuelta, sus previsiones sobre mi persona y mi sacerdocio se fueron cumpliendo al ritmo que él consideraba oportuno. Enseguida, me incorporó a su Consejo de Gobierno, que desde entonces nunca abandoné, hasta que salí de Badajoz para ser el Obispo de mi muy querida Diócesis de Plasencia.

Fueron tantos y tan significativos los servicios que realicé para la Diócesis de Mérida-Badajoz, en la que nací a la fe y al sacerdocio, que mi vida y ministerio siempre han estado marcados por lo que viví al lado de un obispo sabio y santo. Escuchar, obedecer, dialogar y servir con libertad y creatividad lo que me encomendaba Don Antonio, que siempre gobernó con sabia e incuestionable autoridad, era para mí una lección constante de amor y servicio a la Iglesia.

En estos últimos tiempos se dicen muchas cosas, muy lúcidas y hasta ocurrentes, de lo que ha de ser una Iglesia en misión; pero, si se recuerda y se lee lo que escribió y dijo con tanta coherencia espiritual y pastoral este obispo, enseguida se descubre que llevaba en el alma a la Iglesia del Concilio Vaticano II, del que fue, como periodista, un destacado conocedor y, como obispo, un Pastor empeñado en su aplicación. Su excepcional formación teológica y su interés por los acontecimientos y la realidad social, cultural y religiosa le llevaron a proyectar, en su ministerio, una Iglesia evangelizadora y servidora del mundo.

A su lado se aprendía a vivir en la fe con serena fidelidad; se amaba a la Iglesia; se olían los valores evangélicos con una vida sobria, sencilla y fiel; se quería y valoraba a los sacerdotes; se respetaba y servía al ser humano; se sentía el clamor de los pobres; y se percibía la presencia de Dios y el amor a Cristo en gestos y testimonios.

Fue un privilegio para la Archidiócesis de Mérida-Badajoz haberle tenido como obispo durante tantos años; de un modo especial, por todo lo que se produjo de siembra renovadora en su tiempo, que fue decisiva para crear un nuevo estilo y darle una nueva y actualizada impronta a la vida de la Iglesia en la baja Extremadura, en todos los sentidos. Lo fue también para la Provincia Eclesiástica, por cuya cohesión espiritual y pastoral tanto trabajó. Afortunadamente, todo lo valoró mucho la sociedad extremeña, que le concedió diversas distinciones en diversos ámbitos e, incluso, honores.

Pero, sobre todo, fue un regalo del cielo toda la lluvia de fe que se sembró con acciones tan generadoras de evangelización, como el Sínodo Diocesano, que era un sueño que trajo el Obispo Montero a una Diócesis a la que amó, incluso antes de ser elegido obispo de Badajoz, como me consta por confidencia suya.

Don Antonio ama a la Diócesis, ama a la tierra extremeña y a sus maravillosas gentes; ama a sus pueblos y campos, en los que le gustaba perderse con sus torpes andares. Valoró sus proyectos sociales y respetó los políticos, y amó con fervor filial a la Virgen de Guadalupe, acompañando, hasta la extenuación, el anhelo de cuantos quieren ver eclesialmente extremeña a la Patrona de Extremadura. Por eso, quien le acompañó en todas sus gestiones, quiere terminar con una travesura, que no quiero dejar de hacer desde mi querida Jaén, en Andalucía. La travesura no es otra que pedir, a quien pueda decidir, que Don Antonio llegue a ver Guadalupe en el territorio de la Provincia Eclesiástica de Extremadura, que fue un regalo de la Santa Madre Iglesia a un Pastor insistente, por amor y respeto, en pedir lo mejor para esa tierra. Y lo mejor es que la Madre, a la que aman los extremeños, viva eclesialmente entre las casas de sus hijos y de sus hijas.

+ Amadeo Rodríguez Magro
Obispo de Jaén

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