Edith Stein. La búsqueda de Dios II
23 diciembre de 2024En este segundo artículo sobre Edith Stein hablaremos sobre su pensamiento, en otras palabras, hablaremos sobre su pasión por la verdad. Como ella misma dice: en un momento determinado “mis ansias de verdad constituían una única oración”. Para Edith la actitud fundamental del pensador es ser capaz de encontrase con la verdad y no construirla como hacen gran parte de los ideólogos. Después de hundirse su fe judía infantil, Edith había esperado de la ciencia la respuesta a los interrogantes más profundos de la vida, pero poco a poco, ésta se le fue revelando insuficiente. Ella se sentía frustrada ante el subjetivismo en el que había derivado gran parte de la filosofía moderna que agostaba el espíritu, diluía la verdad, y avocaba al escepticismo y al relativismo. Precisamente esto es lo que le acercará a la fenomenología de Husserl que le habría un camino que le permitía reivindicar el espíritu y descubrir el ser y la verdad de la realidad.
El encuentro con el cristianismo la colocaron, más allá de sus prejuicios racionalistas, ante la realidad de la religión que exigía un esclarecimiento. El universo de lo religioso se presentaba como objeto de investigación filosófica. Esto le causaba estupor: “un ateo convencido, escribirá, descubre la existencia de Dios en una experiencia espiritual, pero no se arroja a sus pies… (pues) persiste en él inalterable su concepción naturalista del mundo, la cual quedaría desbaratada por una fe integral”. En este punto se hace manifiesto algo sustancial: el asentimiento intelectual es necesario, sin embargo, la decisión se inclina siempre del lado del amor, y el amor surge de una experiencia personal. Esto es lo que le sucederá en dos momentos fundamentales. El primero, al visitar a la joven viuda de Reinach, amigo de Edith recientemente fallecido, la esperanza que rebosaba (a pesar del dolor) tuvo el efecto de un rayo luminoso para la descreída Edith. El segundo fue con la lectura de la “Vida de Santa Teresa de Jesús”. En su lectura descubre el objeto de ese anhelo profundo de verdad que le impelía constantemente: se trataba del anhelo de Dios. El misterio de Dios se le descifra más en la entrega amorosa que en el entendimiento. Curiosamente cuando se descubren los límites de la razón uno comienza a adentrarse en Dios.
Abierto su corazón a la fe ella tendrá el anhelo de conocer las bases ideológicas de su nueva posición espiritual. Aquí es donde se encuentra con el pensamiento de Santo Tomás de Aquino quien le enseñará que la fe es un camino hacia la verdad, dado que descubre a la razón verdades que por sí misma no podría alcanzar. La fe permite que su entendimiento se abra a nuevos horizontes que puede penetrar filosóficamente. En esta aventura filosófica ira de la mano de Husserl y Tomás de Aquino intentando tender puentes entre la tradición filosófica y el pensamiento contemporáneo: “de esta manera, dirá, los verdaderos filósofos se dan la mano por encima de las fronteras del espacio y el tiempo”. Su pensamiento será una réplica a un mundo sin corazón en el que el materialismo y el dominio de la técnica terminan por ahogar el espíritu.
Pero Edith no es solo una filósofa que da respuesta al materialismo y al ateísmo contemporáneo desde la realidad de la persona y el sentido del ser. Edith finalmente traspasará las fronteras de la metafísica para adentrarse en la mística: “Siempre que el espíritu humano, nos dirá, en su búsqueda de la verdad, trata de encontrar un punto de partida indudablemente firme, tropieza con este dato inevitablemente próximo: la realidad del propio ser”. Pero la realidad del propio ser, los enigmas que le plantea llevan a buscar su fundamento y sentido en otra esfera más allá del conocimiento puramente natural: en el Logos divino en el Ser que abarca toda lo real”. La metafísica (el estudio del ser) le lleva hasta el umbral del ser eterno. Dios no es el ser sino el dador del ser. Aquí enmudece la metafísica y deja su paso a la contemplación de la sabiduría divina. Aquí, de la mano de Santa Teresa de Jesús y de San Juan de la Cruz, penetrará en el hondón de la realidad que no es otro que el hondón de su propia alma donde encuentra a Aquél que todo lo sostiene y todo lo penetra, en el que somos, nos movemos y existimos.
Pensando en su maestro Husserl, llegaría a afirmar: Quien busca la verdad busca a Dios (sea consciente o no). Su propia experiencia le mostró que en el Dios que se revela en Cristo está la respuesta al enigma de nuestro propio ser; algo que terminó viviendo el mismo Husserl al pedir el bautismo poco antes de fallecer.
Juan Jesús Cañete Olmedo
Sacerdote diocesano y Profesor de Filosofía