La Delegación de Apostolado Seglar y Pastoral Obrera es el organismo diocesano que colabora con el Obispo en su solicitud por ayudar a los laicos a descubrir su propia vocación en la Iglesia y en el mundo.
Sus tareas principales son:
Forma parte de esta delegación Acción Católica General
Identidad. El logo se compone de muchas líneas que nos recuerdan a las crestas papilares que tenemos en la yema de los dedos. Cada persona, anatómicamente tiene una huella dactilar propia. «Antes que nacieras, te consagré»1, definida durante la gestación del vientre materno, nuestra huella permanece inalterada toda la existencia, es única para cada ser humano. Cada bautizado, cada realidad parroquial, cada movimiento y asociación, con su idiosincrasia particular, forma parte de nuestra Delegación con impronta propia. Todas las realidades en nuestra Diócesis, todos los carismas, enriquecen nuestra Iglesia diocesana desde sus propios rasgos distintivos y peculiares.
Colores. La gama cromática también representa esta diversidad. En el Apostolado Seglar queremos plasmar nuestra vocación con los colores, pasando de la luz y la alegría al testimonio con la propia vida. Los colores del logo van desde el amarillo casi albo que nos transporta a la madrugada del Tercer Día, a la mañana de la Resurrección. Poco a poco, identidad a identidad, el blanco pascual se transforma desde dentro hacia fuera hasta convertirse en rojo. El color de los apasionados, empleado en la memoria litúrgica de los mártires, «hombres y mujeres de todas las edades, lenguas y naciones que han dado la vida»2. Rojo bermellón que nos recuerda las grandes solemnidades: Cristo Rey, Corpus y Pentecostés.
Fuego. Y es precisamente el quincuagésimo día después de la Pascua, el que visibiliza nuestra razón de ser. El logo de la delegación es una lengua de fuego, como aquel primer Pentecostés que sacó del miedo y la parálisis a quienes habían convivido con Jesús. Fuego, energía transformadora de los actos del Espíritu Santo. Fuego que es «llama de amor viva». Fuego del amor de Dios que nos impulsa a salir de nosotros mismos. Fuego que nos desinstala de las inercias y de nuestro propio querer e interés; que nos ensancha por dentro y nos urge a abrir las puertas de nuestra vida, nuestra parroquia, nuestra asociación y nuestro movimiento. Fuego que enciende otros fuegos.