Consagradas de toda la Diócesis celebran, con un esperanza mariana, su jornada mundial
3 febrero de 2020Consagradas de toda la Diócesis se dieron cita en la Catedral de Jaén para celebrar, junto al Obispo de la Diócesis, la Jornada Mundial de la Vida Consagrada, en la fiesta de la Presentación del Señor en el Templo. Este año, la Jornada se ha celebrado bajo el lema: «La vida consagrada con María, esperanza de un mundo sufriente».
El Obispo presidió una solemne Eucaristía concelebrada por el Deán de la Catedral y Vicario General, D. Francisco Juan Martínez Rojas; el franciscano, D. Florencio Fernández, junto al también canónigo, D. Emilio Samaniego.
Antes de iniciar la Eucaristía se entronizó el Evangeliario, concluyendo, con este gesto, la Semana Bíblica diocesana. Una experiencia de comunión que se ha llevado a cabo, durante los últimos siete días, en las parroquias de la Diócesis, atendiendo al mandato del Papa Francisco con la institución del Domingo de la Palabra de Dios y al mismo tiempo, al Plan Pastoral Diocesano en el Año de la Liturgia.
Las lecturas estuvieron participadas por miembros de la CONFER en Jaén y el Evangelio de San Lucas lo proclamó el Deán, D. Francisco Juan Martínez Rojas.
Homilía
El Obispo de Jaén, Don Amadeo Rodríguez Magro, comenzó su predicación afirmando que este era «un día entrañable en la vida de la Iglesia». A la vez que aseguró que, para muchos, la Navidad no termina hasta el día de la Candelaria, «y es que la luz y las candelas tienen un significado profundo para nosotros». Después, el Prelado explicó la relación entre la primera lectura de la profecía de Malaquías con el Evangelio de San Lucas, ya que la en «la acción de Dios no ha discontinuidad, sino que se va poco a poco desarrollando y la revelación de Dios tiene su culminación con Jesucristo, palabra eterna de Dios». En este sentido, explicó el don de Dios que es un hijo, como lo fue para María y José, el niño Jesús y lo relacionó con el Evangelio de San Lucas, manifestando esa consagración en el Templo de Jerusalén y esa declaración del anciano Simeón que ya anunció que iba a ser «luz para alumbrar las naciones y gloria para su pueblo, Israel».
«Nosotros, explicó Don Amadeo, somos desde el día de nuestro bautismo, hijos de Dios, ofrenda a Dios para ser testigos de Jesucristo en medio del mundo, para ser testigos de la salvación de Cristo, de la misión de Cristo. Y tenemos que poner nuestra vida al servicio del plan de Dios en el mundo».
El Prelado del Santo Reino recordó que en esta Jornada, la santa madre Iglesia quiere que recordemos a los hombres y mujeres consagrados. «Lo hacen bajo un lema precioso, ‘La vida consagrada con María, esperanza de un mundo sufriente’. Con este lema quieren marcar lo que es su vida, esa consagración a Jesús, el centro de sus vidas».
Del mismo modo, el Obispo recordó algunas de sus palabras de su Carta Pastoral para esta Jornada: «Queréis poneros a disposición del Señor en favor del mundo y lo hacéis con María, buscáis que esa presentación vuestra se haga en los brazos de María, como fue la presentación de Jesús. Es evidente que no hay mejor guía ni mejor compañía ni, por supuesto, brazos más cálidos que los de la Santísima Virgen. Con Ella queréis ofrecerle al mundo una virtud que hoy tanto necesita, aunque pudiera parecer lo contrario; queréis que os lleve en sus brazos Santa María de la esperanza, para ser, justamente, “esperanza de un mundo sufriente”. No os habéis equivocado: elegís bien los brazos en los que ponéis vuestra entrega generosa al Señor y elegís certeramente lo que queréis ofrecerle al mundo. Si hay algo que más nos empobrece y llena nuestra vida de sufrimiento, es no saber hacia dónde va nuestra vida ni cuál es la última verdad y sentido de nuestro destino. Ir con María es ir con quien nos ha dado la Vida Eterna».
Al concluir la homilía, las Consagradas se pusieron en pie para renovar su entrega total, generosa y amorosa a Dios, renovando, ente el Obispo, los tres votos de la consagración: pobreza, obediencia y castidad, imitando a Jesucristo, pobre, casto y obediente al Padre.
Después, subieron hasta el presbiterio las ofrendas, en las que junto al Pan y el Vino, le acompañaba la luz, tan significativa en este día, así como sus alianzas y unas Constituciones de Congregación de Vida Consagrada, concreción del proyecto evangélico de vida y respuesta al compromiso ante la Iglesia.
Con la bendición solemne concluía la Eucaristía. El Obispo se tomaba junto a las consagradas una fotografía de familia. Al término de la Misa hubo una comida fraterna en el Seminario.