Carta Pastoral- Día de la Iglesia Diocesana
4 noviembre de 2022Vivían todos unidos y tenían todo en común (Hch 2, 44)
Queridos diocesanos,
Volver a los orígenes de la Iglesia y hacerlo caminando juntos. En este tiempo de gracia, la Iglesia universal, y también las Iglesias particulares, están llamadas a afrontar nuevos retos que las acerquen al origen, al principio. Desafíos que vendrán de la mano de la conversión pastoral y personal y el regreso al espíritu de las primeras comunidades cristianas, en lo que a autenticidad y fidelidad al mandato evangélico se refiere.
Ponerse en camino es un denominador común en el Evangelio: “María se puso en camino y fue aprisa” (Lc 1,39) a visitar a su prima Isabel. Las mujeres, primeras testigos de la resurrección, también se pusieron en camino para anunciar que Cristo había vencido a la muerte: “De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: «Alegraos». Ellas se acercaron, le abrazaron los pies y se postraron ante él. Jesús les dijo: «No temáis: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán». Mientras las mujeres iban de camino, algunos de la guardia fueron a la ciudad y comunicaron a los sumos sacerdotes todo lo ocurrido”. (Mt 28, 9-11). Y Jesús siempre sale al encuentro de aquellos que caminan juntos, como con los discípulos que, desesperanzados, caminaban hacia Emaús: “Aquel mismo día, dos de ellos iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos sesenta estadios; iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos” (Lc 24, 13-16)
Cristo quiere que hagamos camino y que lo hagamos unidos, porque Él siempre estará presente avanzando a nuestro lado: “porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18, 20). A lo largo de este año, desde que el pasado mes de octubre el Santo Padre abriera el Sínodo de la Sinodalidad, los cristianos de las diócesis de todo el mundo han aprendido el significado de esa palabra, que unida siempre a las comunidades cristianas, había perdido, en parte, su esencia. Ahora que nos sentimos en la misma senda: en la de sembrar a nuestro paso semillas del Reino, tenemos que seguir andando, no podemos parar. Seguir caminando para recoger a aquellos que se quedaron al borde de la senda; a aquellos que no entendieron que este trayecto lo debemos de transitar juntos para que cumpla su verdadera misión; a los que saben que el Espíritu sopla con aires de cambio en pro de recuperar lo auténtico.
Ahora, que celebramos el Día de la Iglesia diocesana, somos más conscientes de que la nuestra está levantada por piedras vivas que laten a un mismo son, el del Evangelio. Aquellas primitivas comunidades que lo tenían todo en común, no solo lo material, deben ser hoy el espejo en el que reflejarnos. “Y perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones. Los creyentes vivían todos unidos y tenían todo en común; vendían posesiones y bienes y los repartían entre todos, según la necesidad de cada uno” (Hch 2, 42. 44-45).
La Iglesia, a través de este camino que emprendió convocando el Sínodo, nos quiere interpelar a cada uno de los bautizados; nos llama a no detenernos, a seguir haciendo camino, y no uno cualquiera, sino uno en común que como esencia tiene la misión de ser enviados a construir en este mundo el Reino de Dios.
Con mi afecto y bendición,
+ Sebastián Chico Martínez
Obispo de Jaén