Carta del Obispo: ¡Bendita sea tu pureza!

7 diciembre de 2018

Hace ya algunos años escribí un sencillo comentario a la oración “Bendita sea tu pureza”, para evocar la Inmaculada Concepción de María.  Aunque se publicó y se difundió mucho en redes sociales y otros medios, es posible que nadie de Jaén lo haya leído y, como es mío y lo hice para ejercer mi magisterio espiritual, os lo ofrezco publicado en nuestra página web. Con esto quiero hacerle un homenaje a la devoción a la Inmaculada en nuestra Diócesis, sobre todo en La Carolina y las nuevas poblaciones, que la tienen todas como titular de sus parroquias, y, de un modo especial, a Baeza, que celebra el IV Centenario del Juramento Inmaculista de su Universidad.

Pocas oraciones a la Virgen han tenido tanta fuerza en la devoción popular como ¡Bendita sea tu pureza! Después del Ave María que recoge el elogio de Dios por las palabras del Ángel y de su prima Isabel, esta oración es reflejo del elogio sincero, piadoso y humilde de quienes reconocen con admiración la belleza del alma de María.

Bendita sea tu pureza
y eternamente lo sea,
pues todo un Dios se recrea,
en tan graciosa belleza.
A Ti Celestial Princesa,
Virgen Sagrada María,
yo te ofrezco en este día
alma, vida y corazón.
Mírame con compasión,
no me dejes Madre Mía.

-“Bendita”. Empezar así es una buena entrada para llegar al corazón de María. Ese piropo es muy propio de los que aman a su Hijo; lo utiliza la mujer espontánea del Evangelio. Con ella, todos nosotros consideramos bendita a su Madre, le reconocemos como la bienaventurada. Es natural que lo hagamos así, porque la Santísima Virgen es quien mejor refleja, después del Hijo, las bienaventuranzas. Se dice que éstas son el autorretrato de Jesús; pues bien, también retratan a la perfección a María. Es muy acertado y natural saludarla como “bendita”.

-“Sea tu pureza y eternamente lo sea”. Con estas palabras entramos en el alma de María con admiración y, quizás también, con nostalgia por lo que nos falte y le falte a nuestro mundo. Alabamos la pureza de su corazón mirado desde la eternidad enamorada de Dios. Vemos en Ella a la “llena de gracia” desde su Concepción Inmaculada, también en la Encarnación, en su maternal cuidado de Jesús, en la escucha atenta de su Evangelio y, junto a la cruz, la acogemos en su maternidad sobre la Iglesia. Con amor de hijos le decimos como el arcángel Gabriel: “has encontrado gracia ante el Señor”. La veneramos desde la elección eterna de Dios, para ser instrumento de la llegada entre nosotros de la Salvación y la contemplamos en la eternidad, asunta al cielo en cuerpo y alma. Le agradecemos que todo le haya sucedido con su “sí” a la Palabra divina en favor nuestro. “Hágase en mí según tu Palabra”.

-“Pues todo un Dios se recrea en tan graciosa belleza”. La mirada de Dios se muestra eternamente enamorada de María y hace cosas grandes para embellecerla. La vemos adornada con el amor con que Dios la contempla, y se recrea en ella con preciosos privilegios en previsión de los méritos de su Hijo. María guardó en su corazón lo que Dios hizo en ella, y se mostró humilde y agradecida. “Porque ha mirado la humildad de su esclava, el Poderoso ha hecho obras grandes en mí”.

-“A Ti Celestial Princesa”. A “Ti”, le decimos, dirigiéndonos a la Virgen con una profunda y filial confianza. Sin poder resistirlo, la piropeamos: “Celestial princesa”. Con una gran admiración la asociamos a la familia del Rey: es hija de Dios Padre, madre de Dios Hijo y esposa del Espíritu Santo. Se nos ocurre llamarle princesa, del mismo modo que en otras ocasiones le llamamos reina. Es lo mismo, lo que importa es que sabemos que pertenece a la familia más íntima de Dios y que por su alma corre la “sangre” divina. Ella, la primera entre todos nosotros, ha sido divinizada por la encarnación del Hijo, que se hizo hombre para que el hombre se haga hijo de Dios.

-“Virgen Sagrada María”. Su seno es el sagrario bendito de Jesús, el Salvador; así como también lo es su corazón inmaculado, donde siempre nos encontraremos con el de su Hijo. El de María es un seno virginal para un parto virgen: “Virgen sagrada”. María es templo bendito de Dios, lugar de su presencia, portadora de amor, espacio sagrado en el que el Señor se muestra salvador. “María” es el nombre de la persona humana única e irrepetible. “María” es la mujer que “entre todas las mujeres”, en toda la familia humana, es elegida, es llamada y es preparada por los designios de Dios para una vida íntimamente asociada al misterio redentor de su Hijo.

-“Yo te ofrezco en este día, alma, vida y corazón”. Al rezar esta oración, estamos ante Ella frente a frente, corazón con corazón; porque sólo desde lo que somos y tenemos en el corazón se ofrece. Hoy (cada vez que rezamos esta oración) estamos ante Ella. “A cada día le basta su afán”. En este día nos sentimos acogidos y amados por nuestra Madre, la Virgen María. Cada vez que rezo “bendita sea tu pureza” me pongo en sus manos y le ofrezco con humildad cuanto soy y cuanto tengo: “alma vida y corazón”; es decir, todo yo, toda mi vida, todas mis cosas, todos mis pensamientos y deseos, todo lo que he recibido de Dios.

-“Mírame con compasión”. La mirada de María es una señal de amor deferente: se fija en mí, me tiene en cuenta. Por eso le pedimos que sus ojos misericordiosos se paren ante nosotros; si se paran sus ojos, se para su corazón de Madre. Le pedimos, además, que su mirada sea compasiva, que se fije en lo que llevamos cada uno de nosotros en el corazón, que se detenga ante lo que nos duele y que, al conocer cómo y por qué padecemos, nos siga haciendo saber que está a nuestro lado y que también ella se duele con nosotros.

-“No me dejes, Madre mía”. La llamamos amparo, auxilio, remedio, refugio de pecadores. Nuestra Madre la Virgen siempre está cuando la necesitamos, jamás nos deja solos, siempre nos cobija bajo su manto. María nos lleva con Ella hasta donde está la gracia y la salvación: siempre nos pone ante su Hijo, ahora y en la hora de nuestra muerte. AMÉN.

 + Amadeo Rodríguez Magro
Obispo de Jaén

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