Carta del Obispo a las familias con hijos en periodo de iniciación cristiana

19 mayo de 2020

“No dejéis de hacer lo que podáis”

Queridas familias:

Dejaos acompañar por la Iglesia

Pensando en cómo comenzar bien esta carta, lo primero que quiero hacer es manifestar públicamente que, sin vosotros, los padres, todo lo que sucede en la Iniciación Cristiana de vuestros hijos, incluidas, por supuesto, las celebraciones que tienen lugar al recibir el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, no sería posible. ¿Es que algo puede suceder en la vida de los niños sin sus padres? Sin la familia, la vida de la Iglesia sería un desierto sin alma y sin vida. En la comunidad cristiana se tiene que notar la escala de colores y de valores de la vida familiar. Por eso, comprobáis cada año que la parroquia se dirige especialmente a vosotros, no sólo para que acompañéis a vuestros hijos en el cultivo de su vida cristiana, sino también para acompañaros, pues sois los primeros responsables de todo lo que se les va a ofrecer.

Saber estar a la altura de las necesidades de los hijos

Esto se hace porque vuestros criterios y escala de valores siempre han de estar a la medida de lo que necesitan vuestros hijos. Se tiene que notar que los niños y niñas, y también los adolescentes, han llegado a participar plenamente en todo lo que se les va ofreciendo, porque los padres los habéis acompañado en su caminar y habéis fortalecido la acción de la Iglesia. Los hijos, en el camino de su vida cristiana, llegan hasta donde sus padres quieren, aunque esta ley no siempre se cumpla; a veces, por más que lo intentáis, ellos no siguen vuestro ejemplo. Esto os lo digo para que todo lo que podáis leer a partir de ahora, en esta carta, no lo consideréis como un indirecto reproche, que no os merecéis. Los padres siempre hacéis lo que creéis que es lo mejor para vuestros hijos, aunque, también es verdad, que no siempre sabéis elegir lo que más conviene.

Responsabilidades compartidas

Si os digo esto, es porque a veces se os señala como los responsables del aparente fracaso de que no se haya logrado que vuestros hijos sean los cristianos que se esperaba que fueran al finalizar su Iniciación Cristiana, y esto no es justo.  Quien pudiera pensar eso se olvida de que lo que suceda en la vida de fe de los niños y niñas, en el periodo catequético de iniciación, depende de que arraigue en su corazón el diálogo entre el amor de Dios, su Padre, la ternura de Jesucristo, con la inocente acogida en libertad que ellos han ido haciendo. Los demás, entre ellos vosotros, sólo somos mediadores de un “encuentro” divino y humano. En la Iniciación Cristiana todo sucede entre Dios y vuestros hijos, si bien necesita la mediación educativa de la Iglesia.

¿Fracasamos en la iniciación cristiana?

Hecha esta introducción, hay que reconocer que, en este momento, según nuestra vara de medir, es evidente un cierto fracaso en la Iniciación Cristiana. Dios, sin embargo, no falla, los hijos tampoco. Luego, lo que si parece evidente es que la Iglesia, al menos aparentemente, no cumple con su deber de hacer cristianos capaces de vivir su fe en las actuales circunstancias, en las que se necesitan discípulos de Señor, testigos de su fe. ¿y qué hacer, entonces? Desde luego la solución no es que nos autoinculpemos. Es mejor estimularnos unos a otros para que todos los que intervenimos hagamos lo que debemos hacer. Por eso, yo felicito a todos los padres que hacen cuanto pueden, para que no les falten a sus hijos los medios necesarios para poder ir aprendiendo cómo se es y cómo se vive en cristiano. Felicidades por el Bautismo que responsablemente le pedís a la Iglesia; felicidades porque no queréis que les falte la participación en la Eucaristía, no solamente una vez, sino siempre; felicidades porque os dais cuenta de que siguen necesitando del auxilio de Dios y de la compañía de la comunidad cristiana y apostáis masivamente porque reciban también el Sacramento del Espíritu, la Confirmación.

Ni el que planta ni el que riega

Con más o menos conciencia cristiana, un altísimo porcentaje de vosotros hacéis siempre lo que podéis, que normalmente es mucho. Pero todo hemos de saber que lo de recoger no depende de nosotros, como a veces nos creemos, sobre todo cuando nos martirizamos con una injustificada conciencia de fracaso. Conviene que recordemos estas tranquilizadoras palabras de la Sagrada Escritura: “Ni el que planta es nada, ni tampoco el que riega; sino Dios que hace crecer. El que planta y el que riega son una misma cosa, si bien cada uno recibirá el salario según lo que haya trabajado. Nosotros somos colaboradores de Dios y vosotros, campo de Dios, edificio de Dios” (1 Cor 3,7-9). Como veis, en plantar y en regar nadie es único responsable, hemos de hacerlo entre todos y, en este caso, la Iglesia ha de completar lo que la familia, en sus condiciones y circunstancias, no pudiera hacer.

Pero hay que seguir soñando con lo que pueden hacer los padres

A pesar de esta aceptación de la realidad, aunque en verdad no sea halagüeña, no hemos de dejar de soñar en lo que puede ser y, de hecho, en algunos casos se logra, si cambiamos nuestros hábitos, costumbres e incluso métodos y estructuras. Sueño con unos padres que, sin ser perfectos, anteponen todo al bien de sus hijos. Esos son la gran mayoría. Otros, padres y madres, por las circunstancias que sean, no vivís juntos; a otros, también los hay, la religión os va poco o nada… Y en esto no quiero seguir para no daros ideas (¡broma!). Sin embargo, a muchos de estos padres, cuando se les pide algo por el bien de sus hijos, hacen cuanto está de su parte y, aunque les cueste, lo aceptan, es posible que porque saben que también ellos salen ganando. Esos son los que se dejan ayudar para poder acompañar con seriedad, madurez y responsabilidad de padres a sus hijos. Entre estos hay muchos que terminan encontrando para ellos lo que, en principio, ni sospechaban. Hay historias maravillosas en este sentido.

Un sueño para los catequistas

Sueño también con unos catequistas que han dejado que la Palabra de Dios entre en su vida, la cambie y la haga según el plan de Dios; unos catequistas que han interiorizado la fe de la Iglesia, la que han ido conociendo, con una sólida formación intelectual y espiritual, y así se han ido convirtiendo en testigos y también en maestros en el arte de acompañar en el camino de la fe a otros; catequistas que saben dar el alimento que se necesita en cada momento con una letra sencilla, fervorosa y lúcida, que se hace vida cristiana con olor a Evangelio e ilusión de santidad.

El sueño que necesita la catequesis

Sueño con una catequesis en la que la Iglesia asume el papel de madre, acompaña el crecimiento de la fe de los hijos a los que ha engendrado en el Bautismo y considera que esta es una de sus tareas esenciales. Sueño con una catequesis que deje de ser, cuanto antes, una clase de catecismo, que cambie de una vez su estructura organizativa en años, edades y fechas y que se sepa situar en un camino que tiene unidad y una meta, que consiste en la identificación con Jesús y, por eso, una vida cristiana capaz de ir creciendo, bien acompañada, aunque mientras crecen no le falten tropiezos en el camino.

Será una catequesis que no renuncie al contenido y al lenguaje de la fe, pero que no pierda nunca de vista que es sólo una mediación, en la que lo esencial de su tarea es engendrar e iniciar a discípulos del Señor, que conocen e interiorizan el lenguaje esencial del Evangelio, que será para siempre una referencia fundamental. Será un lenguaje que sepa acompañar y enriquecer la confesión de fe en Jesucristo con la que se empieza y se recorre el camino de la vida cristiana.

Será una catequesis en la que no falten las ideas, los conocimientos y la armonía de su desarrollo en los catecismos y las programaciones; pero todo eso ha de contribuir a una fe que se descubre y enriquece cada día en el encuentro personal e íntimo con el Señor y en el reconocimiento de su corazón y de su rostro, sobre todo como el Rostro amoroso del Padre, que es misericordia y clemencia con los pobres y los pecadores.

Será una catequesis en la que los tres sacramentos de iniciación van alimentando la vida de los que siguen ese camino, porque se les ayuda a estar abiertos y disponibles a la acción de la Gracia. Y también, cuando haga falta invitará a buscar el amor del Padre que perdona en el Sacramento de la Penitencia.

Los padres, siempre imprescindibles

En fin, queridas familias, lo que os pido, e incluso lo que le pido a la Iglesia en este sueño, no es fácil, pero es posible e incluso necesario. Nada en el desarrollo de la fe de vuestros hijos se puede hacer sin vosotros. Sois imprescindibles. Seguramente, nadie os lo dice como la Iglesia, pero es así. Por eso, seguramente alguno de vosotros estará diciendo: ¿y qué hace la Iglesia para acompañarme? En verdad se hace mucho; pero seguid preguntando, porque aún hay que hacer mucho más y, sobre todo, mejor. Por cierto, hagamos como hagamos las cosas, la primera comunión, por ejemplo, siempre dejará una profunda huella en los chicos y chicas. Fijaos en lo que dice Benedicto XVI en la Exhortación Apostólica, Sacramentum caritatis, 19: “Para muchos fieles este día queda grabado en la memoria, con razón, como el primer momento en que, aunque de modo todavía inicial, se percibe la importancia del encuentro personal con Jesús”. Eso significa que la pastoral parroquial debe valorar adecuadamente esta ocasión tan significativa.

Hay que seguir ajustando cosas

Es largo ¿verdad? Pero no puedo terminar sin deciros que esta carta la escribo porque el Coronavirus nos ha roto algunos esquemas sobre estos sacramentos, de momento el del tiempo de celebración y quizás también el modo de celebrarlos. Esta reflexión la ofrezco para que la leáis y comentéis junto con vuestros párrocos y con los catequistas. Es posible que a muchos os ayude a ajustar algunas cosas, para que todo en la vida de nuestros niños y niñas suceda no como a nosotros nos gusta y nos parece, sino “como Dios quiere y manda”, aunque Dios no es mandón.

+ Amadeo Rodríguez Magro
Obispo de Jaén

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