Carta Pastoral: «Seréis mis testigos hasta los confines del mundo»

27 marzo de 2016

Carta Pastoral a las Cofradias y Hermandades de Gloria

Hermanos y hermanas cofrades:

1. Una historia sin capítulo final:

La historia de la salvación todavía no ha concluido. Comienza con la creación del mundo y, entretejida por el testimonio de los patriarcas, jueces y profetas del Antiguo Testamento, alcanza su punto álgido en el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, hecho hombre, en Jesús de Nazaret.

Él es el Camino, la Verdad y la Vida (cf. Jn 14, 6), pero también el Puente-Sacerdote que une a Dios con la Humanidad y a ésta con Dios. Dios no es únicamente el Altísimo, el Todopoderoso (cf. Sal 46), es también el Padre misericordioso que espera pacientemente a sus hijos, el Buen Pastor que va en busca de la oveja perdida, la Madre que jamás olvidará al fruto de sus entrañas…

Lo que Cristo ha comenzado hemos de continuar anunciándolo sus discípulos… hasta el final de los siglos. El encargo no es fácil, como tampoco lo fue para el Maestro. Pero los cristianos no podemos renunciar a seguir siendo fieles testigos de Jesús resucitado.

En realidad, el libro de los Hechos de los Apóstoles no tiene un capítulo final. Lo tendrá al final de los tiempos, cuando concluya la misión de la Iglesia. Hasta ese momento seguirá diciéndonos el Señor: “Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?” (Hch 1,11).

2. Nuestra fe en la Resurrección de Jesús

Hasta hoy –incluso en nuestra era de comunicaciones supertecnológica- la fe de los cristianos se basa en aquel anuncio, en el testimonio de aquellas hermanas y hermanos que vieron primero la losa removida y el sepulcro vacío; después, a los mensajeros misteriosos que atestiguaban que Jesús, el Crucificado, había resucitado; y luego, a él mismo, el Maestro vivo y tangible, que se aparece a María Magdalena, a los discípulos de Emaús y, finalmente, a los once discípulos reunidos en el Cenáculo (cf. Mc 16, 8-14).

La Resurrección de Cristo, quicio de la vida cristiana, razón de nuestra esperanza, certeza de nuestra resurrección (cf. 1 Cor 15,14), no es fruto de una especulación, de una experiencia mística. Es un acontecimiento que sobrepasa ciertamente la historia, pero que sucede en un momento preciso, dejando ya en ella una huella indeleble.

La luz que deslumbró a los guardias encargados de vigilar el sepulcro de Jesús, en aquel huerto de José de Arimatea, ha atravesado el tiempo y el espacio. Es una luz diferente, divina, que ha roto las tinieblas de la muerte y ha traído al mundo el esplendor de Dios, el esplendor de la Verdad, del Bien y su Misericordia para todos los seres humanos.

3. Vivamos la Pascua siendo misericordiosos

El Santo Padre, el Papa Francisco, nos ha dicho en la Bula Misericordiae vultus, en que promulgó el jubileo extraordinario que celebra toda la Iglesia, que hagamos muy nuestras las palabras de Jesús: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt 5,7).

La misericordia es la mayor de las virtudes, y centrar en ella nuestra atención, escribe el Papa, “será una manera de despertar nuestra conciencia, muchas veces adormecida ante el drama de la pobreza y entrar aún más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina” (MV 50).

Las obras de misericordia, siete corporales y siete espirituales, no son una ideología o teoría. Es ver el Rostro del Resucitado, en esos rostros del hambriento, sediento, desnudo, enfermo, triste, y encarcelado.

Es el camino de la pedagogía divina que nos acompaña hacia el verdadero encuentro con el Señor resucitado; un camino que hemos de recorrer en este tiempo pascual, con la certeza de que nuestro Padre misericordioso sabe leer y ver en lo más secreto de nuestro corazón. Es camino de alegría asegurada y de renovación interior.

Feliz Pascua. Con mi afecto en el Señor.

+Ramón del Hoyo López

Obispo de Jaén

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