Semana Santa: Cristo se entrega por nosotros

23 marzo de 2016

En la Semana Santa es aquella en la que la Iglesia nos invita a hacer memoria, a vivir, a actualizar el Misterio Pascual. Y lo hace desde la fe en la presencia salvadora del Hijo de Dios, de Jesucristo: en su Pasión, Muerte y Resurrección.

“En la Pasión de Cristo está todo», decía san Pablo de Cruz.

Es la Pascua, el paso de Dios en medio de su pueblo. Son días, los que vamos a vivir, llenos de contrastes, de emociones, de palabras, de gestos, de personajes, de luces y oscuridades; son días de silencio y de fiesta. Son días de Pasión: Pasión de Dios por el Reino, por la humanidad.

Con seguridad, nuestra vida cristiana daría más frutos santidad, si la Pasión fuera más a menudo la fuente de nuestra espiritualidad, como así ha sido a lo largo de la historia los grandes santos.

 DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

«Es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea» (Mt 21, 11)

Hoy entra Jesús en Jerusalén, en la ciudad más importante de Israel, la ciudad santa. Ya durante la Cuaresma hemos contemplado a Jesús, que tiene el firme propósito de subir a Jerusalén. Es consciente de que allí llegará la Pasión y la glorificación. Con espontaneidad el pueblo se echa a la calle y, en un momento, todos, con palmas y ramos de olivos, alfombran el suelo y lo proclaman Rey y Señor. Es una manifestación mesiánica de Jesús. Al que montan en un borriquillo, lo clavarán en una cruz.

Esta semana es consecuencia lógica de toda la predicación de Jesús, de todo el amor de Jesús hacia su pueblo, hacia sus gentes… hacia sus amigos, hacia los niños y pobres. Esta página es el anticipo de la Pascua, de la victoria sobre la muerte, de la resurrección.

Ante el umbral de la Semana Santa, ante la puerta que abre el camino hacia la cruz, hay que descubrirse, hay que entrar dentro, al interior, y alejarse un poco de todo el ruido exterior, y mirarnos a nosotros mismos, con sinceridad, sin miedo, con mucha esperanza.

Nos podemos preguntar al inicio de esta semana: ¿Es Jesús el Señor y el Rey de nuestra vida? ¿O tal vez nos sucede como a aquella gente, que tras los vivas a Dios le damos la espalda y le condenamos, como cuando calumniamos al hermano y lo despreciamos? Quizás tenga que reconocer que necesito una constante en la vida, que mi ser cristiano no sólo es un reflejo de pancartas, de vítores y pasacalles.

La procesión más bella de mi existir es una vida de gracia y amistad, la que el Señor me regala y me brinda cada mañana para disfrutar con el corazón y la palabra. Sólo así podré aclamar con los niños: «Bendito el que viene, como rey, en nombre del Señor».

¡Qué bonito lo decía el Papa!: «También nosotros hemos acogido al Señor… Es nuestro amigo, nuestro hermano. El que nos ilumina en nuestro camino». Y continuaba: «No seáis nunca hombres y mujeres tristes: un cristiano jamás puede serlo. Nunca os dejéis vencer por el desánimo. Nuestra alegría no es algo que nace de tener tantas cosas, sino de haber encontrado a una persona, Jesús; que está entre nosotros; nace del saber que, con él, nunca estamos solos, incluso en los momentos difíciles».

Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea, entra cargado de ternura y con la paz en las manos.

 JUEVES SANTO

«Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis» (Jn 13, 15)

Hoy es un día inolvidable para los cristianos. La Pascua, que conmemoraba la liberación de la esclavitud y el paso del mar Rojo hacia la libertad, compendiaba todas las intervenciones de Dios a favor del pueblo elegido. Es un día memorable, para celebrar. Y lo sigue siendo para todos los cristianos porque Jesús, al sentarse a la mesa con los discípulos para celebrar la Pascua, lo colma de sentido.

Estamos en el Cenáculo. Jesús y los discípulos, con algunas mujeres. Cristo-Sacerdote compartiendo su vida y misión en la intimidad.

Nos introducimos en el Triduo Pascual. Tres días para vivir la unidad del misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección. Son momentos de la única Pascua de Cristo.

Nos quedamos sin palabras ante el gesto del lavatorio de los pies. El asombro de los apóstoles es la imagen de nosotros mismos. Los esquemas han quedado rotos. Cuando nos sentimos jóvenes y fuertes somos capaces de ‘comernos’ el mundo. Nos gusta ser protagonistas. Pero es el Señor —siempre tiene que ser Él— el que marca los pasos, la mirada, las palabras, los gestos…

Quiere lavarnos los pies. Quiere que sintamos su misericordia, su amor y su perdón. Déjate lavar por el agua viva de Jesús. Déjate lavar con humildad, ante el abajamiento más extremo del Señor, para convertir tu corazón de piedra en un corazón de carne, para tener la amabilidad y el detalle de hacer tú lo mismo.

Nos decía el papa Francisco el Jueves Santo del año pasado: «¿Estoy verdaderamente dispuesta o dispuesto a servir, a ayudar al otro? Pensemos esto, solamente. Y pensemos que este signo es una caricia de Jesús, que Él hace, porque Jesús ha venido precisamente para esto, para servir, para ayudarnos».

Nos sentamos en torno a la mesa, en acción de gracias. Jesús parte el pan y dice: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por nosotros». Y lo mismo con el cáliz: «Este es el cáliz de la nueva alianza sellada con mi sangre». La Pascua es la celebración de la comunidad en torno a la Eucaristía. «Sacramento de la Pascua del Señor, memorial de su muerte y resurrección, signo escatológico de su futura venida».

Acercarse a comulgar el Jueves Santo es beber y masticar todo el amor del Señor que se nos da en oblación, en sacrificio, para hacernos pan compartido para los demás. Es saborear y gustar el amor inmenso que Él te tiene para recrear con tu trigo y tu vino el Pan de la fraternidad en la comunidad, en la Iglesia. Al comulgar te haces uno con el Señor. Aceptas vivir en la unidad desde la diversidad y la riqueza eclesial. Al comulgar recibimos al Amor, para amar de verdad.

Y ahí se queda Él, en el Sagrario, tantas veces abandonado. Ahí se queda, para adorarle y para enseñarnos que el que guarda la vida, el egoísta, la pierde; y el que la pierde, el que da su vida, el que se desvive por los demás, la gana. No podemos quedarnos en los gestos y ritos, hay que dar el paso a la vida: no podemos quedarnos en la cena, hemos de seguirle hasta Getsemaní, hasta la Cruz…

 VIERNES SANTO

«Tengo sed» (Jn 19, 28)

Día de Pasión, día del mayor amor. El relato de la Pasión, nos aproxima a los últimos momentos, las últimas horas del Jesús histórico entre nosotros. Todas las artes lo han plasmado en obras maravillosas: en la pintura, la escultura, la música, el cine, etc. La lectura pausada de la Pasión del Señor nos invita especialmente a adentrarnos en «el mar inmenso del amor de Dios». La hora de su muerte estaba cerca: Getsemaní es el lugar de la lucha del hombre-Jesús y la aceptación de la voluntad del Padre-Dios. Es lugar de sufrimiento y entrega. Lugar de la agonía más abismal y de la donación más sublime que se consumará en la Cruz.

¡Cuánto cuesta decirle al Señor «hágase tu voluntad», decirle “Sí”, sin condiciones! Getsemaní es la escuela para aprender a decir sí a Dios, aunque uno llegue al sufrimiento ilimitado. Getsemaní nos invita a aceptar la cruz que nos perdona y nos salva. Y de allí, al Gólgota: Jesús, clavado en la cruz, coronado de espinas, atravesado por la lanza, desnudo… Jesús con los brazos abiertos, abrazando a la humanidad. Es la imagen que mejor representa lo que es el Amor, la entrega, el esfuerzo, la coherencia, el perdón. Lo rubrican además, sus últimas palabras. Hoy nos postramos ante la Cruz, la besamos y la adoramos, y nos abrimos a la oración más universal si cabe, para que nadie quede excluido de la salvación alcanzada por la Pasión de Cristo.

La Cruz es el altar del amor infinito. Allí respondemos a la invitación de Cristo: aceptar el dolor, y ayudar al otro a llevar la cruz. Comulgamos con su Pasión.

No quiero añadir muchas palabras. Nos decía el Papa el Viernes Santo del año pasado: «En esta noche debe permanecer sólo una palabra, que es la Cruz misma. La Cruz de Jesús es la Palabra con la que Dios ha respondido al mal del mundo. A veces nos parece que Dios no responde al mal, que permanece en silencio. En realidad Dios ha hablado, ha respondido, y su respuesta es la Cruz de Cristo: una palabra que es amor, misericordia, perdón. Y también juicio: Dios nos juzga amándonos. Recordemos esto: Dios nos juzga amándonos. Si acojo su amor estoy salvado, si lo rechazo me condeno, no por él, sino por mí mismo, porque Dios no condena, Él sólo ama y salva».

Jesús tiene sed. Lo dice su cabeza coronada de espinas, sus brazos abrazando al mundo, sus manos abiertas, sus pies cansados, su costado abierto, su rostro y su voz ronca: «Tengo sed». Jesús tiene la sed de agua, cierto. Pero, sobre todo, del perdón entre nosotros, de la amistad sincera, del amor entregado en las familias, del servicio gratuito de los pastores, de la paz verdadera de los pueblos y de todos los hombres.

 SÁBADO SANTO

«Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto un sepulcro donde pusieron a Jesús» (Jn 19, 41)

¡Día de silencio! Ha sido demasiado lo vivido, demasiado lo que hemos visto y oído. ¡Tanto amor!

Estamos en el segundo día del triduo. Y hoy el Señor pasa del Gólgota al jardín, lugar de espera.

Nos unimos en oración a la Virgen María, y agradecemos una vez más la generosidad de su Hijo Jesús. No le bastó entregarnos su vida entera, sino que ahora nos entrega además a su misma Madre como Madre nuestra. ¡Gracias Señor! ¡Gracias, Madre!

Con María esperamos, nos sentimos consolados ante la dureza del dolor y de tanta soledad. Con María sabemos que algo grande va a ocurrir. Por eso todo lo que vivimos ayer, en el Viernes Santo, tiene sentido.

 DOMINGO DE RESURRECCIÓN

«Vosotras no temáis, ya sé que buscáis a Jesús el Crucificado. No está aquí: ha resucitado como había dicho» (Mt 28, 5-6)

Con la Vigilia, «madre de todas las vigilias», comienza el tercer día del triduo. ¡Resucitó! Cristo, el que nació de María la Virgen, el que pasó haciendo el bien, el que partió el pan y fue clavado en la Cruz, ¡resucitó! La Luz vence a las tinieblas.

Sólo el amor tiene la última palabra. Sólo Dios es capaz de transformar el dolor en salvación. ¡Resucitó! Es el grito de la Iglesia después de siglos y siglos. Es nuestro grito, nuestra fe, nuestra esperanza, nuestro amor. Jesús resucitó y cambia el rumbo de la historia y de la humanidad. Él vive y la última palabra la tiene la Resurrección.

Toda la Palabra de Dios en esta noche nos muestra la unidad salvífica en Cristo. Pongámonos hoy en pie, en camino, seamos madrugadores para ver lo que ha ocurrido, y llevemos esta Buena Noticia a todos. La Cruz tiene sentido por el poder de la Resurrección. La Cruz ha sido iluminada como el árbol de la vida.

Hoy muy especialmente, y cada domingo, celebramos la vida, la vida de la gracia en los sacramentos. «El sacramento de la Pascua, el memorial del sacrificio de la Cruz, y la presencia de Cristo resucitado, es también culminación de la iniciación cristiana y pregustación de la pascua eterna». ¡Qué bello es, por tanto, celebrar hoy el bautismo, la confirmación y la eucaristía! Somos hijos de Dios, y nos ha llamado a la vida para hacernos participar de su misma vida.

Luz y Palabra. Bautismo y Eucaristía expresan la vida de Dios. Todo es así por el agua y el Espíritu de nuestro bautismo. En él hemos muerto con Cristo y vivimos con él. También hemos ido al sepulcro y hemos escuchado la hermosa noticia de la Historia.»No está entre los muertos. ¡Ha resucitado!» Y después, un tanto aturdidos por todo lo sucedido, como aquellos discípulos de Emaús, sentimos que arde nuestro corazón, y que es verdad: ¡Cristo Vive, Aleluya, Aleluya!

Es la invitación que nos hacía el Papa Francisco a todos el año pasado en la Pascua: «Acojamos la gracia de la Resurrección de Cristo. Dejémonos renovar por la misericordia de Dios, dejemos que la fuerza de su amor transforme también nuestras vidas; y hagámonos instrumentos de esta misericordia, cauces a través de los cuales Dios pueda regar la tierra, custodiar toda la creación y hacer florecer la justicia y la paz».

Este es el día. El día de la fiesta. El día del Señor. El Señor ha estado grande con nosotros y estamos contentos. La muerte no es el último estadio de la vida. La muerte no es punto y final. Cristo ha resucitado, vive, lo han visto, nos lo han dicho los testigos, esa es la noticia del día, de hoy y de siempre.

P. Luis Marco

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