San Juan de Ávila, «Un evangelizador apasionado»

28 abril de 2020

Ecos de un congreso (Baeza 11-13 de febrero 2020)

Clausuramos este 10 de mayo un Año Jubilar Avilista, con motivo de los 450 años del fallecimiento del Maestro Ávila, de los 125 años de su beatificación y de los 50 años de su canonización.    En estas especiales circunstancias de dolor y esperanza, no podremos peregrinar hasta su sepulcro en Montilla pero sí podemos hacer presente su espíritu y seguir aprendiendo de su magisterio. Ha sido un año fecundo de vivencia avilista.

Un momento álgido fue la celebración del Congreso: «El presbítero secular en el s. XXI a la luz del magisterio de San Juan de Ávila», en la hermosa ciudad de Baeza, el pasado febrero, que contó con la presencia de cardenales, obispos y más de doscientos sacerdotes. La cogida del presbiterio de Jaén, presidido por su obispo Amadeo, fue para todos una rica experiencia de oración, formación y fraternidad sacerdotal. Y quizás, también, un empuje providencial, antes del confinamiento, para vitalizar la caridad pastoral.

El Papa san Pablo VI en su homilía de aquella mañana del 31 de mayo de 1970, en la que se elevaba a los altares a este ilustre hijo de la Iglesia, mirando a la tierra querida de España, suplicaba a Dios: «Que este Santo, al que nosotros sentimos la alegría de exaltar ante la Iglesia, le sea favorable intercesor de las gracias que ella parece necesitar hoy más: la firmeza en la verdadera fe, el auténtico amor a la Iglesia, la santidad de su clero, la fidelidad al Concilio, la imitación de Cristo tal como debe ser en los nuevos tiempos. Y que su figura profética, coronada hoy con la aureola de la santidad, derrame sobre el mundo la verdad, la caridad y la paz de Cristo». Hoy, hacemos nuestra esta súplica, 50 años después, y pedimos al «buen Padre Dios» las mismas gracias no solo para España, también para la herida Europa.

En la Carta Apostólica con la que el Benedicto XVI declaraba a san Juan de Ávila como doctor de la Iglesia, decía: «Caritas Christi urget nos (2 Co 5, 14). El amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, es la clave de la experiencia personal y de la doctrina del santo Maestro Juan de Ávila, un predicador evangélico, anclado siempre en la Sagrada Escritura, apasionado por la verdad y referente cualificado para la Nueva Evangelización. La primacía de la gracia que impulsa al buen obrar, la promoción de una espiritualidad de la confianza y la llamada universal a la santidad vivida como respuesta al amor de Dios, son puntos centrales de la enseñanza de este presbítero diocesano que dedicó su vida al ejercicio de su ministerio sacerdotal».

San Juan de Ávila encarna de modo ejemplar, y en las coordenadas de su tiempo, las claves para la evangelización que el Papa Francisco nos describe en la Exhortación postsinodal Evangelii gaudium: sus homilías y predicaciones hacían arder los corazones y eran siempre fruto de una ardua preparación, amasada en el estudio y la oración. Podemos definir al Maestro Ávila como «un evangelizador con espíritu». Nos recuerda Francisco en Evangelii gaudium: «Evangelizadores con Espíritu quiere decir evangelizadores que se abren sin temor a la acción del Espíritu Santo… El Espíritu Santo infunde la fuerza para anunciar la novedad del Evangelio con audacia (parresía), en voz alta y en todo tiempo y lugar, incluso a contracorriente» (EG, 259).

San Juan de Ávila manifestó una especial devoción al Espíritu Santo. Con sabor eminentemente jubilar, y comentando textos del Apocalipsis (cf. Ap 22, 1-2), el Maestro Ávila define el Espíritu «como un río de gracia, de misericordia, que brota de la silla de Dios y del Cordero» (Sermón 45). Dice que «si Jesucristo es la puerta para el Padre, al entrar por él, hallamos el Espíritu Santo, del que somos templo, y su gracia nos conduce, en una peregrinación arropada por la Iglesia, hasta la eternidad» (Sermón, 29). Este Año Jubilar, que se clausura en pleno confinamiento, debe facilitar un cauce privilegiado para que se desborde el río de la misericordia divina, llevando a los hijos de nuevo ante el amor del Padre, que en su Hijo se ha acercado a cada uno de nosotros revestido de samaritano con la medicina del consuelo y del perdón.

Francisco describe la misión, en Evangelii gaudium, como «una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo. Cuando nos detenemos ante Jesús Crucificado, reconocemos todo su amor que nos dignifica y nos sostiene, pero allí mismo, si no somos ciegos, empezamos a percibir que esa mirada de Jesús se amplía y dirige llena de cariño y de ardor hacia todo su pueblo. Así descubrimos que Él nos quiere tomar como instrumentos para llegar cada vez más cerca de su pueblo amado» (cf. EG, 268). Juan de Ávila es un modelo ejemplar de un «discípulo misionero» (cf. EG, 21). Su vida y doctrina recuerdan el espíritu de san Pablo, de quien era un profundo y devoto admirador. Así ha quedado recogido en el himno que entonamos en honor del Santo: «tu afán predicar a Cristo, tu amor la Iglesia y las almas, de Pablo el fuego divino prendido va en su palabra».

Su espíritu nos invita a romper la seguridad defensiva del confinamiento en el templo para salir con valentía a los caminos de la misión, con un renovado espíritu que nos empuje a encontrar nuevos métodos desde una inventiva pastoral que rompa el «acostumbramiento».

Una ruta hacia la santidad para todo el rebaño

Francisco nos ha trazado una hoja de ruta hacia la santidad recogiendo una de las páginas más hermosas del Concilio Vaticano II: la llamada universal a la santidad (cf. LG, cap. V). En su Exhortación Gaudete et exsultate, señala las Bienaventuranzas como las señas de identidad del cristiano: «Si alguno de nosotros se plantea la pregunta: ¿Cómo se hace para llegar a ser un buen cristiano?, la respuesta es sencilla: es necesario hacer, cada uno a su modo, lo que dice Jesús en el sermón de la bienaventuranzas. En ellas se dibuja el rostro del Maestro, que estamos llamados a transparentar en lo cotidiano de nuestras vidas» (GE, 63).

Esta Exhortación del Papa Francisco es un manual sencillo sobre la santidad, dirigido a todos los bautizados. Nos trae a la memoria otro sencillo manual que nos regaló, hace siglos el Maestro Ávila: Audi filia, que acompañó a tantas personas en su camino hacia la santidad. Juan de Ávila fue un adelantado en la formación de los fieles laicos, invitándoles a desarrollar la gracia de su Bautismo hasta la santidad y acompañando cada proceso con un celo ejemplar. Su empeño en el acompañamiento personal le valió el título de Maestro: a él acudieron y en él encontraron amistad, consejo y acompañamiento espiritual figuras como Ignacio de Loyola, Juan de Dios, Francisco de Borja, Pedro de Ribera, Juan de la Cruz, Pedro de Alcántara, Tomás de Villanueva, o la misma Teresa de Jesús. Todo un florilegio de santos.

Francisco, en una entrevista reciente, afirmaba que «toda crisis es un peligro pero también una oportunidad». Esta crisis puede convertirse en una invitación a poner nuestra mirada en lo esencial y dedicar a ello nuestras mejores energías. Urge alentarnos en la comunión eclesial, arroparnos como pueblo de Dios que camina y fortalecer nuestros titubeantes pasos misioneros con el apoyo de un ritmo sinodal: cada uno aporta lo mejor de sí y recibe de los otros lo mejor que pueden aportarle. Volvamos, todos, la mirada desnuda a la frescura del Evangelio como mapa de ruta de nuestra vida y misión.

Una llamada urgente al pastor

Hemos proclamado muchas veces el hermoso salmo 22: El Señor es mi pastor. La imagen del Buen Pastor nos recuerda una nota esencial en el magisterio y actividad de san Juan de Ávila: su preocupación por la vida y la formación del clero. De ello, dan cuenta sus numerosas cartas y los dos memoriales que envió al Concilio de Trento, y la creación de instituciones para elevar la formación de los sacerdotes como la Universidad de Baeza. Con el eco de este salmo, y con sabor profundamente avilista, podemos dirigirnos mutuamente, hermanos sacerdotes, unas palabras de afecto y ánimo, al celebrara la fiesta de nuestro patrón.

Juan de Ávila, en su hermoso Tratado del amor de Dios, nos brinda a todos los sacerdotes un hermoso manual de ejercicio de la caridad pastoral: el amor nace de Dios y ha de volver a Él, por el cauce del amor a los hermanos; con un estilo peculiar, pide a los sacerdotes que amen al rebaño: «con ferviente celo… de verdadero padre y verdadera madre». El Maestro Ávila, no excluyó a nadie, fue sacerdote para todos y siempre. Pero los más pobres, enfermos, atribulados, los campesinos, los trabajadores, los jóvenes, los niños, ocupan el centro de su corazón de pastor. En su corazón, los pobres tuvieron un sitio preferencial, como lo tienen en el corazón de Dios (cf. EG, 197).

En estos momentos dolorosos, el Maestro Ávila, nos predica de forma virtual: nos exhorta a que la llamada a la santidad resuene en el corazón de cada sacerdote impulsándole a desempeñar «el oficio del Buen Pastor»; nos advierte para que «dos miradas» guíen nuestra vida de presbítero: una, al Buen Pastor y otra, a las ovejas. La primera, para que la imagen del Buen Pastor se refleje en nuestras vidas; la segunda, para cuidar a las ovejas con las mismas entrañas del Único Pastor. Dos miradas que el Santo cultivó desde una clave: su vivencia eucarística. Sin esa intimidad eucarística (cf. Pastores dabo vobis, 26) todo el ministerio pierde hondura y significado. El gran don que brindaremos después de esta pandemia, será ofrecer de nuevo a nuestro rebaño la cotidianeidad de la celebración de la Eucaristía, de la que se desborda el río, aún más caudaloso, de la caridad fraterna.

Pedimos a María, Madre de Misericordia, a quien San Juan de Ávila calificó como auténtica «pastora y no jornalera» del rebaño de su Hijo, que custodie nuestro ministerio, nos acompañe como pastores del rebaño de su Hijo. La saludamos con unas tiernas palabras, extraída de un sermón del Maestro Ávila, y que adquieren una llamativa actualidad: «… en vuestras manos, Señora, ponemos nuestras heridas para que las curéis, pues sois enfermera del hospital de la misericordia de Dios, donde los llagados se curan».

Alfonso Crespo Hidalgo
Sacerdote y Doctor en Teología Espiritual

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