Razones de la fe IX. La realidad moral del hombre apunta hacia Dios.

25 mayo de 2020

Son muchos los que piensan que la ética es un constructo puramente humano,  sin embargo, los intentos  de construir la ética sobre bases que excluyen cualquier principio trascendente suelen toparse con límites insalvables[1]. Como ejemplo basten un par de consideraciones: si consideramos que no hay nada absoluto, sino que todo depende de la sociedad o la cultura en la que vivamos, de la educación recibida, de nuestra perspectiva o  nuestra visión de la realidad, de nuestros intereses,  o de alguna otra cuestión por el estilo, sobre qué base podemos argumentar que existan derechos humanos universales e inalienables o valores morales que sean  objetivos. ¿No dependerá todo de puras convenciones asentadas más en los sentimientos y  la voluntad que en la razón?, quizás después de todo Nietzsche sea ese profeta, como algunos creen,  y ese supuesto “homo moralis” no sea más  que la fachada que esconde la voluntad de poder. La mayoría de las personas tenemos la intuición profunda de  que esto no es ni  puede ser así.  Aquí intentaremos mostrar como nuestra naturaleza ética, seamos creyentes o no creyentes funciona “etsi deus daretur” (como si Dios existiese). Si esto es así parece razonable que la postura teísta responda mejor que las posturas secularistas (sean agnósticas o ateas) a nuestro insoslayable carácter ético. No obstante en este aspecto, como en todos los aspectos fundamentales de la vida, no se darán respuestas apodícticas e incontrovertibles. Por lo tanto cada uno deberá tomar su propia decisión sobre qué postura le parece más adecuada.

En el modo más básico el argumento moral para la existencia de Dios constaría de dos premisas y una conclusión:

1.- Si hay objetivamente obligaciones morales vinculantes, entonces Dios existe.

2.- Hay objetivamente obligaciones morales vinculantes.

Conclusión: Por lo tanto Dios existe.

¿Estamos ante una prueba infalible de la existencia de Dios? No, porque podemos negar ambas premisas. Podríamos por ejemplo sostener que no existen obligaciones morales vinculantes, sin embargo esto, además de conllevar grandes dificultades, atenta contra la naturaleza moral del hombre que le permite afirmar que hay actos objetivamente buenos y actos objetivamente malos, más allá de nuestros sentimientos morales. Aunque la naturaleza moral del hombre no basta para demostrar la existencia de Dios, sin embargo   sí es un argumento  poderoso a favor de su existencia. Si creemos en los hechos morales y obligaciones morales, estos tienen mucho más sentido en un mundo procedente de Dios que en un mundo sin Él. El hecho  de que en el argumento moral confluyan tanto la evidencia racional como la personal  lo hacen especialmente relevante.

Las personas siguen teniendo, por lo general, fuertes convicciones morales, pero en tiempos de secularismo suelen carecer de una base sólida para fundamentar el por qué  unas acciones son objetivamente  morales y otras inmorales. Sin embargo, por muy relativistas que nos consideremos, en mayor o menor medida, tenemos una creencia poderosa e inevitable  en la existencia  de valores y obligaciones morales. “La moral, afirma C. Smith[2],…es una orientación hacia una comprensión respecto a lo que está mal, respecto a lo justo y a lo injusto, que no establecemos por deseos o preferencias personales, sino que se cree que existe con total independencia y proporciona el fundamento por el que se juzgarán en sí los deseos y preferencias”. La obligación moral es la creencia de que ciertas cosas no debieran hacerse con independencia de lo que pensemos. En la práctica todos consideramos algunos principios como normativos de manera absoluta. No solo tenemos sentimientos morales, sino que estamos convencidos de que existen absolutos morales externos a nosotros.

Pero ¿por qué pensamos que realmente existen?, ¿por qué nos sentimos obligados a realizar ciertas acciones y, por el contrario, hay cosas que nunca haríamos aunque aparentemente nos beneficiaran? La ética  presenta un carácter incondicional y,  por así decirlo absoluto. Platón[3] pone en boca de Sócrates una de las sentencias más luminosas del pensamiento: “Es preferible sufrir una injusticia que cometerla”. ¿Por qué cualquier persona de bien estaría de acuerdo con este planteamiento? ¿De dónde procede este prejuicio ético? ¿Por qué podemos decir que una ley aprobada por un parlamento es injusta? Muchos apelarían a nuestros sentimientos, otros a las consecuencias, pero ni los sentimientos crean obligación moral ni el fin justifica los medios.

El naturalismo intenta explicar la naturaleza moral del hombre reduciéndola a  un mero producto evolutivo que ha mejorado las  probabilidades de la supervivencia, pero la realidad es que  no puede elucidar el origen de nuestra conciencia moral, y menos aún el hecho de que creamos que hay parámetros externos a la moralidad con los que evaluar los sentimientos de índole moral. La realidad es que los seres humanos somos morales en un mundo natural amoral. La violencia en la naturaleza es algo habitual, y no podemos partir, por ejemplo,  de  ningún hecho natural para juzgar que los fuertes no abusen de los débiles.

O es el caso de que Dios existe, o es todo lo contrario. Si  Dios no existe nadie podrá ocupar su puesto, en este sentido es perfectamente coherente el análisis de Sartre[4]: “Dios no existe, y…es por ello necesario llegar a las últimas consecuencias de esa no existencia. Es imposible, por tanto, que existan realidades apriorísticas respecto a la bondad, justamente por no haber una conciencia perfecta e infinita que haga posible ese pensar. En ninguna parte está escrito que exista el bien, que uno deba  por ello ser honesto y no mentir, por tanto nos encontramos en el plano de lo exclusivamente humano. Dostoievsky  escribió en cierta ocasión: “Si Dios no existe todo está permitido”….Y efectivamente todo sería permisible en ausencia de Dios. En lógica consecuencia, el hombre está desamparado porque no puede encontrar nada de lo que depender ni dentro ni fuera de sí mismo”. Sin embargo todos solemos pensar que es mejor buscar la paz que la guerra, decir la verdad que mentir, cuidar la naturaleza que destruirla. Creemos que estas opciones tienen sentido, que importa el modo en que decidimos vivir. Pero si el estrado cósmico está en verdad vacío, entonces ¿Quién dice que esta opción es mejor que otra? Si de verdad está vacío no dejamos de ser una breve chispa en un océano de tiempo muerto. No habrá nadie que recuerde nada en absoluto de todo ello. Y tanto dará que seamos amables o crueles. Nada de esto contará al final.

Pero, de verdad, ¿quién cree existencialmente esto? ¿Quién puede vivir así? Si la premisa “No existe  Dios” como sostuvo Nietzsche nos lleva a la afirmación de que no hay bien ni mal, lo que implica por ejemplo que matar a criaturas inocentes con napalm es algo culturalmente relativo, lo más lógico sería preguntarse ¿por qué no cambiar la premisa?

En mi opinión más que demostrar la existencia de Dios lo que ocurre con el argumento moral lo que nos muestra es que intuitivamente sabemos que Dios está ahí.  Es la referencia a Dios la que presta trascendencia y seriedad a la vida humana. Sin un ser absoluto no tendría  sentido ninguna exigencia absoluta. Kant[5]  y otros muchos  han pensado que la presencia de la ley moral en nosotros es un camino para aproximarse a la existencia de Dios. De todos modos lo que no deja lugar a dudas es que la percepción de valores, la conciencia de la ley moral y el reconocimiento de obligaciones  éticas, encuentran su mejor explicación mediante el reconocimiento de un fundamento trascendente de la ética y un autor de la ley moral, al que llamamos  Dios .

Quiero terminar con unas palabras del escritor A. N. Wilson[6], en la década de 1980 había perdido la fe, años después asombró a muchos cuando anunció su regreso a la fe. El ateísmo materialista le pareció totalmente irracional porque no podía explicar la trascendencia del amor, la belleza en el arte o la moralidad. “Lee el libro de ética del pastor Bonhoeffer, (escribió) y pregúntate a ti mismo qué clase de mundo loco es creado por aquellos que piensan que la ética es puramente un constructo humano”.

Juan Jesús Cañete Olmedo
Sacerdote diocesano y Profesor de Filosofía

 

[1] Respecto al tema de Dios y la moral puede verse  mi artículo  El atrio de los gentiles y la Misión. Una fe razonable V. Fe y secularismo ante el problema moral.

http://diocesisdejaen.es/el-atrio-de-los-gentiles-y-la-mision-una-fe-razonable-v-fe-y-secularismo-ante-el-problema-moral/

[2] Christian Smith, Moral Believing Animals: Human Personhood and Culture, Oxford University Press, New York, 2003.

[3] Platón, Gorgias, Rialp, Madrid 2014.

[4]  J.P. Sartre, El existencialismo es un humanismo, Edhasa, Barcelona 2007.

[5] I. Kant, Crítica de la Razón Práctica, Sígueme, Salamanca 1998.

[6] A. N. Wilson, Why I Believe Again, New Statesman, 2 de abril de 2009, en https://www.newstatesman.com/religion/2009/04/conversion-experience-atheism. El libro que cita Wilson es Ética de D. Bonhoeffer, la edición castellana en  Trotta , Madrid 2000.

Compartir:

OTRAS NOTICIAS

Atrio de los Gentiles
Teilhard de Chardín IV. Síntesis de su pensamiento

Teilhard de Chardín IV. Síntesis de su pensamiento

Para Teilhard el cosmos es cosmogénesis, toda la realidad está en continua evolución incluyendo al ser humano. La creación es evolutiva. Dios ha impreso en la materia una potencialidad, de ella surge la vida. Sobre este tema reflexiona Juan Jesús Cañete Olmedo, Sacerdote diocesano y Profesor de Filosofía, en este artículo.
Teilhard de Chardín III. Una breve biografía

Teilhard de Chardín III. Una breve biografía

Pierre Teilhard de Chardin nació el 1 de mayo de 1881 en Sarcenat (Francia). En 1899, a los 18 años, entró en el noviciado de los jesuitas en Aix-Provence. Se ordenó sacerdote en agosto de 1911. Sobre este tema reflexiona Juan Jesús Cañete Olmedo, Sacerdote diocesano y Profesor de Filosofía, en este artículo.
Teilhard de Chardín II. Su búsqueda

Teilhard de Chardín II. Su búsqueda

Al leer la obra de Teilhard uno observa que escribe para sí y desde ahí para los demás. Son sus intuiciones, sus dudas, sus interrogantes profundos los que orientan su búsqueda. Sobre este tema reflexiona Juan Jesús Cañete Olmedo, Sacerdote diocesano y Profesor de Filosofía, en este artículo.
Teilhard de Chardín. Una apologética para el siglo XXI

Teilhard de Chardín. Una apologética para el siglo XXI

Hace cien años Teilhard de Chardin escribía “la Misa del Mundo”[1], el mundo es la Hostia definitiva y real en la que Cristo desciende poco a poco hasta la consumación final. Sobre este tema reflexiona Juan Jesús Cañete Olmedo, Sacerdote diocesano y Profesor de Filosofía, en este artículo.
© 2022 Diócesis de Jaén
Accesibilidad
logo