Jesús sigue muriendo y viviendo

27 abril de 2020

Todos los españoles estamos pendientes cada día de las noticias para ver si el número de los fallecidos por el “coronavirus” desciende. Y encima de si las estadísticas son o no fiables, lo cierto es que el número de las personas fallecidas se mantiene, y aunque vaya reduciéndose, hasta el día en que no lleguen a cero los muertos, estaremos con el alma en vilo, pues cada uno de ellos nos duele, es más, podríamos estar o ser uno de ellos.

Hace dos meses, al comenzar el estado de alarma, alguien afirmaba: “Este año no hay Semana Santa” Y lo razonaba así: “Nuestros templos están ya cerrados y no abrirán; no se celebraran las ceremonias litúrgicas de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo; nuestras ciudades y su calles no serán el escenario de las majestuosas procesiones, que son magníficas catequesis del amor de Dios para toda persona que tenga sentimientos…” Sin embargo, otra persona que lo escuchaba, le respondía desde la realidad que ya estaba sucediendo: “¿Cuántas personas están padeciendo la pasión, el sufrimiento y la muerte en su propia carne y en la de sus familiares y amigos? ¿Cuantos doctores-as, enfermeros-as están asumiendo y compartiendo como propios los sufrimientos de los enfermos, de sus familias? ¿Cuántas personas voluntarias se desviven por los que de una u otra forma están padeciendo la epidemia y sus consecuencias?”

En verdad creo que este año ha habido, se ha celebrado y sigue habiendo y celebrándose la Semana Santa. La realidad que cada día se vive en nuestros hospitales, en nuestras residencias de mayores y en nuestras casas, lo demuestra. Jesús sigue padeciendo y muriendo como hace dos mil años, rodeado de su familia más íntima: los doctores, médicos, enfermeros, sanitarios, capellanes, voluntarios… Ellos son el reflejo vivo de lo que sucedió en el monte Calvario: Jesús, Dios y hombre como nosotros, acompañado en la intimidad y soledad de su Madre, la Virgen María y de Juan, su discípulo y amigo verdadero…

Aquel acontecimiento histórico revolucionó la historia y la sigue revolucionando. Desde entonces miles y miles de personas han vivido y viven una vida distinta; han entregado y siguen entregando sus personas a favor de los demás. Lo que ocurrió en aquella semana que llamamos Santa por los hechos ocurridos, siguen ocurriendo y celebrándose hoy entre nosotros: En verdad Jesucristo, hoy padece, sufre y muere en los enfermos y muertos del coronavirus, en sus familiares, en los hermanos pobres y humildes, en los enfermos, en los presos, hambrientos, sedientos… Ellos son los que completan lo que le falta a la pasión de Cristo, como decía San Pablo.

Es la realidad del mal en la historia de la humanidad. Es el mal que se manifiesta como consecuencia del primer pecado de los hombres, el pecado original; es el mal…, fruto del abuso de la libertad de la que el ser humano fue investido por Dios. Sí, la naturaleza humana está dañada en su raíz y toda ella sufre dolores de parto…

Sin embargo, como dice también San Pablo “donde abundó el pecado, el mal y con el pecado la muerte, sobreabundó la gracia, y con la gracia la vida”. Ahí están todos los esfuerzos, trabajos de científicos, de doctores, médicos, sacerdotes y voluntarios que incluso, asumiendo como propios los sufrimientos ajenos, luchan y están intentando hacer posible la vida. Estos días todos los españoles les estamos agradeciendo con nuestros aplausos, nuestros cantos y también con nuestros silencios su esfuerzo, su tesón y su amor a favor de la vida.

Estos días estamos viviendo una experiencia nueva que está marcando nuestro futuro. Estamos dando sepultura a cientos y miles de personas, unas conocidas y otras desconocidas; unas de nuestra familia, otras de las distintas ciudades de España y del mundo. Son personas a las que hemos querido, apreciado, valorado…, pero la experiencia que estamos viviendo estos largos días es algo dramático y dantesco: Despidiendo a personas queridas, abuelos, padres, madres, hermano-as, jóvenes… sin poder expresar y comunicar los sentimientos…que tenemos como personas. ¿Cómo poder vivir esos momentos tan difíciles, tan fuertes… sin esperanza?

De pequeño oí decir a una señora ante la muerte de su hijo: “si no fuera por Dios, la vida, incluso la muerte, no tiene sentido…” Y Me pregunté, qué Dios es ese? Luego de mayor, fui comprendiendo que la señora era creyente, era cristiana y se refería a Jesucristo, al Dios de la Cruz, al Dios del amor, de la esperanza y de la vida. Comprendí entonces que la señora tenía razón.

Hoy, ante la realidad que está ocurriendo en nuestro mundo es fundamental la fe y la esperanza. El ser humano no puede vivir sin ellas. La fe nos da el sentido de la existencia, el por qué vivimos. La esperanza aporta la fuerza y el estímulo para el duro caminar, y se hace imprescindible para afrontar la vida con sus problemas…

Sí, la esperanza del creyente cristiano (tierra prometida, paraíso, cielo, gloria, vida eterna), bienes que todos deseamos, no se apoya en palabras vacías, utópicas, se fundamenta en una persona: en Jesús de Nazaret,  en sus hechos, en su vida; en concreto en su muerte y resurrección. Su mensaje abarca el presente como esfuerzo y tarea y el futuro como motivación impulsora y como meta. Esa es la razón por la que todos luchamos en esta vida, y por la que podemos decir como aquella señora: “Si no fuera por Dios”; “si no fuera por el amor de Dios, la vida no tiene sentido”.

Manuel Peláez Juárez
Consiliario diocesano de la Adoración Nocturna Española

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