Introducción al libro ¿Dios existe? Las razones de la fe. Exploremos las razones y las dudas

7 noviembre de 2021

Las personas vienen a la fe en Dios, o se apartan de ella, por una mezcla de razones racionales, emocionales, personales  y relacionales.  Tanto los creyentes como los increyentes deben explorar esas razones. El mejor modo es descubrir y reflexionar sobre sus propias dudas, así encontrarán el fundamento en el que se basan sus respectivas creencias. En primer lugar debemos hacerlo los creyentes, pensemos que una fe sin dudas es como un cuerpo humano sin anticuerpos, la fe se madura cuando afrontamos las cuestiones que ésta nos suscita. De lo contrario puede ocurrir que un buen día nos levantemos buscando la fe perdida. Solo los que han dado respuesta a sus propias objeciones  adquieren la base necesaria para dar una respuesta razonada y ponderada a las cuestiones que le plantean los escépticos. También los escépticos deben esforzarse en descubrir la razón y también la fe que se oculta  tras sus objeciones. No olvidemos que  todo tipo de duda supone una creencia alternativa, en el fondo también el escéptico  se mueve en el terreno de su propia fe. Dudar de sus dudas es un ejercicio necesario para poder establecer una búsqueda auténtica de la verdad. Si el increyente  analiza sus  dudas  y examina las razones que les llevan a ellas  puede descubrir que las creencias personales en las que se basan  no son tan sólidas como pudieran parecer al principio.

A lo largo de los capítulos de este ensayo iremos comparando las creencias y afirmaciones del cristianismo con las afirmaciones del punto de vista secular, siempre desde los interrogantes que surgen de ordinario. No daremos respuestas a preguntas que no se hacen sino que buscaremos las respuestas a las cuestiones reales que cada creyente e increyente tienen que afrontar. Compararemos la cosmovisión secular y la cristiana tratando de dilucidar cuál tiene más sentido para este mundo complejo, y cuál responde mejor a  las exigencias vitales del hombre  en la actualidad. Lo haremos desde el marco categorial actual, por marco categorial se entiende la manera en que  las personas clasifican los objetos de la experiencia en categorías más altas, las normas de inteligibilidad y credibilidad que aplican y las creencias metafísicas que sostienen, todos estos aspectos están interrelacionados. Las afirmaciones que son intuitivamente irrefutables en un marco categorial pueden parecer ininteligibles, cuestionables o falsas a los que no comparten ese marco categorial. Por ejemplo en el marco categorial de Aristóteles o santo Tomás  todo obraba conforme a un fin,  esta era su clave para entender la quinta vía Santo Tomás conocida como vía teleológica o argumento de la finalidad. Hoy día esto sería ininteligible, de hecho el argumento que se utiliza  en la actualidad es el argumento del diseño que toma como base los datos que aporta la ciencia.  El hecho fundamental es que en la actualidad  los argumentos toman rasgos empíricos del mundo como evidencias de la existencia de Dios y están libres de los presupuestos metafísicos tomistas. Las presentaciones apologéticas clásicas parece que aún no han comprendido este hecho.

Cuatro serán las partes que componen este texto. En la primera, partiendo de lo que significa realmente la secularización, mostraremos como cuestiones tan esenciales como el sentido de la vida, la esperanza o la ética encajan mejor en la visión teísta que en la atea. Mostraremos como las preguntas más profundas que conectan la mente y el corazón -¿cuál es nuestro origen?, ¿qué significado tiene la vida?, ¿qué camino hemos de seguir?, ¿cuál es nuestro destino?-  pueden ser abordadas por el creyente mejor que por el increyente. Pero aquí surge aquella duda que ya expresara Feuerbach: ¿no será Dios una proyección de los deseos humanos? ¿No habremos creado nosotros a Dios?, en definitiva, ¿existen razones para creer en Dios? A este tema dedicaremos la segunda parte. A lo largo de nueve capítulos iremos poniendo en evidencia como la postura teísta nos parece más razonable que la atea. Sin embargo llegados este punto nos volvemos a encontrar con otra gran cuestión. La cosmovisión teísta puede tener un fundamento muy sólido, pero ¿por qué la opción cristiana? Esta será la cuestión central que abordaremos en la tercera parte. Concretamente trataremos el paso del teísmo al cristianismo. A lo largo de tres capítulos, de modo muy sucinto, mostraremos algunos rasgos únicos de la figura de Jesús, la cuestión crucial de la resurrección  y las grandes aportaciones del cristianismo a la modernidad. Finalmente, en la cuarta parte, reflexionaremos sobre la fe. Al pensar la fe observamos una especie de urdimbre donde las evidencias se entremezclan con los aspectos más subjetivos. Ciertamente estos capítulos serán los más personales en este ensayo. Después de todo,  todos deberíamos preguntarnos alguna vez ¿en qué creemos?, y  ¿por qué creemos?

Uno de los aspectos que pueden ser interesantes en este texto es que la lectura de sus capítulos no tiene que ser lineal y progresiva. Están pensados para que puedan leerse de  modo independiente  según el  interés  que cada capítulo  despierte.

Dice Gómez Dávila    que los católicos deberíamos simplificar nuestras vidas y complicar nuestro  pensamiento. Creo que tiene mucha razón. Cristo dio gracias al Padre porque había revelado los Misterios del Reino a los humildes y sencillos y no a los que se pretendían sabios (Lc 10,20), esto es cierto,  la sabiduría de este mundo suele ser necedad para Dios (1 Cor 3,19), pero la necedad de los hombres lo es doblemente, para los hombres y para Dios. No olvidemos que Dios no pide una sumisión de la inteligencia sino una sumisión inteligente.

Hemos pues de complicar un pensamiento que en muchas ocasiones no es que sea sencillo y claro, lo que es de agradecer, sino simple y obtuso, incapaz de dar la mínima razón de la fe a aquél que la pide. Fijaos que digo razón y no otra cosa más acorde con devociones particulares, creencias propias o tópicos comunes. Y esto no depende de que seamos más o menos inteligentes, o hayamos estudiado más o menos, a veces la zafiedad más grande puede surgir de la cátedra, del estrado político o del  púlpito; no,  más allá de nuestras capacidades cada uno ha  de profundizar en la inteligencia de su fe.  Todo aquel que se abre al Misterio  que lo envuelve vive la vida en una profundidad mayor y, por ende, se torna más inteligente. No olvidemos  que al dialogar sobre la fe lo que más inquieta a un  incrédulo es un cristiano inteligente; el incrédulo se pasma de que sus argumentos no alarmen al cristiano, olvidando que el cristiano que ha pensado su fe  es un incrédulo vencido; más aún,  las objeciones que se  le hacen le permiten ir  profundizando en el Misterio de  Dios y en él mismo.

Pienso que al cristiano le puede venir muy bien la lectura de este texto para ayudarle a entender la lógica de la fe, para preguntarse sobre su fe afrontando sus propias dudas y para dar respuestas a las cuestiones que le puedan plantear desde la increencia. Pero también le puede venir bien al que piense que el cristianismo tiene poco de razonable, al escéptico que no está dogmáticamente enrocado en sus posiciones, a aquél que busca y es capaz de poner en duda sus propias dudas. Quizás esto le posibilitará abrirse a lo trascendente, si no es así, quizás, le permita comprender a las personas que tienen fe.

Así pues compliquémonos un poco el pensamiento, esta  es la pretensión de este ensayo, un texto para pensar, dialogar,  debatir,  en definitiva, para ir profundizando en la inteligencia de  nuestra fe y dar razones de ella.

Juan Jesús Cañete Olmedo
Sacerdote diocesano y Profesor de Filosofía

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