Homilía ordenación sacerdotal: «Sacerdotes con un sueño misionero en su corazón»

30 junio de 2018
  1. Tres historias de predilección de Dios

En la historia personal de estos tres jóvenes hay un misterio que lo pongamos de relieve ahora que vamos a asistir a su ordenación sacerdotal. De estos tres chicos, tan vuestros y tan normales, ya el Señor quería algo incluso antes de que ellos mismos lo pudieran barruntar. Se fijó en cada uno y, sin haberlos formado aún en el seno materno, ya los miraba con amor. “En caridad perpetua te amé” (Jer 31,3), le dice el Señor a los elegidos. Cuando aún no se atisbaba en el horizonte de sus vidas que podrían ser sacerdotes, porque eran sólo unos muchachos, ya el Señor los cuidaba para que su vocación se encontrara un terreno fecundo en sus parroquias de Villanueva de la Reina, Arbuniel y Sabiote y en otros ambientes y con otras personas. Los tres siguieron caminos diversos, cada uno con su historia singular, hasta que el Señor, cuando quiso y convino, los situó en el Seminario, que en los últimos años se ha convertido para ellos en un tiempo y lugar de íntimo ajuste entre sus vidas y la de Jesucristo. Y hoy están aquí, entre ilusionados y temerosos, dispuestos a aceptar todo lo que va a suceder como gracia del Señor en el rito de ordenación.

  1. No tengáis miedo, el Señor está con vosotros

Queridos Cándido, Jesús y Pepe, a vosotros me dirijo ahora y os digo: “No tengáis miedo, el Señor esta con vosotros”. La Iglesia que camina en la Diócesis de Jaén, que se mostró solícita en acogeros y os acompañó en el camino de vuestra formación, considera que habéis llegado a la madurez vocacional necesaria para empezar el servicio ministerial. Muchos hemos sido testigos de cómo, entre la gracia del Señor y vuestra libertad, se ha ido configurando una nueva identidad, que tiene la forma y los sentimientos de Jesucristo, Buen Pastor. Por eso, el Obispo va a proceder, con total confianza, a vuestra ordenación sacerdotal, que consagra para siempre vuestra pertenencia a Cristo y a la Iglesia, al servicio del Pueblo santo de Dios.

  1. Sois para todos

Este destino de vuestra vida ministerial, el de servicio al Pueblo de Dios, os obliga a partir de ahora a ser para los otros.  Tras esta consagración sacramental todo en vosotros será ya para siempre servicio desde el corazón de Dios. Seréis pastores según su corazón. Cuidad mucho de que vuestro servicio ministerial nunca pierda la dirección de Dios, que siempre apunta al corazón del hombre. “La misión no se basa en ideas ni en territorios (ni parte de territorios ni se dirige a territorios) sino que parte del corazón y se dirige al corazón. Son los corazones los verdaderos destinatarios de la actividad misionera del Pueblo de Dios” (Benedicto XVI, Homilía en la misa de la Avenida de los Aliados, Porto, 14 de mayo de 2010).

  1. Ser para todos según el corazón de Dios

Por eso, para mejor servir a vuestros hermanos desde el querer de Dios, habréis de ser, por el amor y la entrega, expertos en humanidad, para llegar, como el Señor, a los dolores, a las heridas y a las pobrezas espirituales y materiales, que nunca faltarán en aquellos a los que serviréis. Situaos siempre ante vuestros hermanos con la conciencia clara de que el sacerdocio es un don recibido de Dios para dárselo a su pueblo. “Os daré pastores según mi corazón” (Jer 3,15). Ese origen y destino del sacerdocio es el mejor antídoto ante cualquier tentación de vanagloria, no hay más autoridad ni poder que el servicio en el nombre del Señor.

Todo lo que hoy va a suceder en el rito de ordenación son gestos que os han de recordar la misión que se os va a encomendar. El Señor va a ungir vuestras manos, porque quiere utilizarlas para entregar su amor a los hombres, serán manos al servicio de la vida, de la alegría y de la esperanza de los seres humanos. El Señor va a imponer su mano sobre vosotros para que os llenéis de la fuerza de su confianza al proclamar su Palabra, al ofrecer su perdón y misericordia y al facilitar la gracia de la salvación. Vais a recibir la patena y el cáliz, donde Jesús transmite el misterio más profundo de su persona, que es corriente abundante y rica de gracia. Hasta la casulla que os vais a poner os identifica con la cruz del Señor y os recuerda que habéis de ser servidores de vuestros hermanos.

  1. Sed hombres de Dios.

Para ser fieles a este ministerio de gracia para el que vais a ser consagrados, habréis de vivir, por tanto, desde Dios. Es Él quien os ha llamado, elegido y enviado; eso es lo decisivo en vuestra vida sacerdotal. “Cuando hay un hombre que en el fondo de su conciencia se decide enteramente a vivir desde Dios para los hombres, ahí acontece entero el milagro de la Iglesia y el del cristianismo como Evangelio para el mundo. Ahí irrumpe la presencia de Dios y de su gracia” (Ángel Cordovilla, Crisis de Dios, crisis de fe, 24). Por eso, no caigáis nunca en la tentación de suplantarlo. No os colguéis medallas que no nos pertenecen, como a veces suele ocurrir. En ocasiones hablamos sin matices de lo imprescindibles que somos; es cierto, lo somos, pero sólo porque el ser humano necesita a Dios. “El mundo tiene necesidad de Dios, no de un dios cualquiera, sino del Dios de Jesucristo, del Dios que se hizo carne y sangre, que nos amó hasta morir por nosotros, que resucitó y creó en sí mismo un espacio para el hombre”. (Benedicto XVI, homilía misa crismal 2006). No lo olvidéis, sólo en el horizonte de Dios se sirve de verdad al hombre. Por eso, apuntalad vuestra vida en Dios, conscientes de que Él es la única riqueza que las personas desean encontrar en un sacerdote. (Benedicto XVI, discurso a los participantes en la Plenaria de la Congregación del Clero (16 de marzo de 2009). A la gente le da lo mismo si somos más altos o más bajos, más listos o más torpes, más guapos o más feos; lo que la gente quiere de nosotros es que seamos hombres de Dios.

  1. Consideraos discípulos de Jesucristo.

Pues bien, el modelo para que se vea en nosotros el rostro de Dios es el sacerdocio de Cristo. Por eso, el vuestro ha de estar inspirado en el de Jesucristo Buen Pastor. “Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da la vida por sus ovejas”. Recordad siempre que sois sacerdotes en Cristo Jesús. Seguidlo pobre, casto y obediente y conformad vuestra vida con su cruz. Cuando le he preguntado al Rector del Seminario: ¿Sabes si son dignos? Lo que realmente he querido decir es si conoce que valoráis el sacerdocio porque llegáis a él dispuestos a que sea un discipulado permanente de Jesucristo.

Haréis muy bien en aplicaros estas palabras del Papa Francisco dirigidas a los sacerdotes: “El sacerdote es una persona muy pequeña: la inconmensurable grandeza del don que nos es dado para el ministerio nos relega entre los más pequeños de los hombres. El sacerdote es el más pobre de los hombres si Jesús no lo enriquece con su pobreza, el más inútil siervo si Jesús no lo llama amigo, el más necio de los hombres si Jesús no lo instruye pacientemente como a Pedro, el más indefenso de los cristianos si el Buen Pastor no lo fortalece en medio del rebaño. Nadie más pequeño que un sacerdote dejado a sus propias fuerzas” (Papa Francisco, Homilía en la Misa Crismal, 17 de abril 2014).

  1. Con profundo arraigo en la Iglesia.

Bien apuntalado vuestro sacerdocio en el seguimiento de Cristo, cuidad siempre de que vuestra vida ministerial tenga también un profundo arraigo eclesial. Estad siempre en la Iglesia con amor, fidelidad, y sintiéndoos espiritualmente cómodos en su configuración institucional y en su servicio pastoral. No temáis nunca, ni os avergoncéis de presentaros con el rostro de la Iglesia. Sed eclesialmente identificables y localizables. En medio de ciertos conflictos y a veces incluso de escándalos, ofreced siempre, con vuestra vida, el rostro claro de su santidad. Tened en cuenta que vuestro sacerdocio se realiza en lazos de eclesialidad: os vincula afectiva y efectivamente con vuestro obispo, os liga a vuestros hermanos, los presbíteros, en una íntima fraternidad, y os sitúa en medio del pueblo cristiano y a su servicio, entre los que seréis representación del amor entrañable y misericordioso de Dios y del corazón de Cristo.

  1. La Eucaristía fragua nuestra eclesialidad.

Os recuerdo que estos vínculos de unidad y fraternidad se fraguan en la Eucaristía: es en ella donde la comunión de Dios realiza la comunión de la Iglesia y la unidad entre los seres humanos. “El sacerdocio ministerial tiene una relación constitutiva con el cuerpo de Cristo en la doble e inseparable dimensión de Eucaristía y de Iglesia, de cuerpo eucarístico y de cuerpo eclesial. Por eso, nuestro ministerio es amoris officium, es el oficio del Buen Pastor, que ofrece la vida por las ovejas. En el misterio eucarístico Cristo se da siempre de nuevo y justamente en la Eucaristía nosotros aprendemos el amor de Cristo y, por tanto, el amor por la Iglesia” (Benedicto XVI, discurso, 13.5.05)

  1. Con corazón y mentalidad de misioneros.

En la Eucaristía habréis de alimentar especialmente “el ímpetu misionero, que forma parte constitutiva de la existencia del presbítero” (cf. Sacramentum caritatis, 85). Todos los sacerdotes debemos tener corazón y mentalidad de misioneros; y esto no es opcional. Vosotros, además, nacéis con un sueño misionero en el corazón. No lo olvidéis nunca, somos así: llamados para estar con él y ser enviados a predicar (Mc 3, 13-14). Seréis misioneros con la novedad de este tiempo nuestro, el que el Señor nos urge con intensidad a que evangelicemos poniendo en ello una pasión que rompa moldes y estilos. Como somos misioneros por el mandato de Cristo, como Él hemos de ir al corazón del mundo para explorar con los ojos de Dios, que siempre serán de misericordia, lo que está sucediendo en las entrañas de la vida de la gente y de la sociedad en general.

  1. Un sacerdocio con toque social.

Queridos Cándido, Jesús y Pepe, la sensibilidad misionera de nuestro ministerio ha de tener también un fuerte toque social. Pondréis el corazón y la acción en todos los problemas humanos y sociales que detectéis allí donde ejerzáis el ministerio. Estoy convencido de que os dolerá el menosprecio a la vida en cualquiera de sus manifestaciones, desde el aborto a la eutanasia, pasando por todas las formas de menosprecio de la vida. Y sé que os herirá profundamente la corrupción de la mentalidad social, sobre todo cuando se muestra ambiciosa, egoísta y excluyente; y no pactéis nunca, sobre todo con el silencio, con cuanto daña y pone en juego la dignidad de la persona, como suele suceder cuando falta el trabajo decente, cuando hay violencia sobre los más débiles, niños, ancianos y mujeres; y de un modo especial cuando sutilmente se siembran ideologías que destruyen la misma esencia de la condición humana tal y como Dios la ha concebido. No perdáis nunca el sentido de la realidad que os rodea, porque, sin conocer la verdad del mundo, en lo bueno y en lo malo, no se puede ser misionero, ni ejercer adecuadamente el ministerio sacerdotal. De ahí que os insista: las cosas de Dios y las más humanas, siempre han de ser tratadas con una profunda armonía, la que le da la vida en Cristo. De no hacerlo así, siempre correréis el riesgo de que se produzcan desajustes que empobrezcan vuestra vida sacerdotal.

Cuando necesitéis recordar las claves más esenciales de vuestra identidad sacerdotal, acudid al corazón de María, la Virgen y rezad con ella el Magnificat. No hay canto que nos sitúe mejor ante Dios y ante los problemas más urgentes del mundo que el que pronunció la Madre del Redentor al asumir con gratitud su misión.

Jaén, 30 de junio de 2018

 

 

+ Amadeo Rodríguez Magro,
Obispo de Jaén

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