Homilía en la fiesta de San Juan de Ávila 2018: «Cada sacerdote es una promesa de Dios a su pueblo»

7 mayo de 2018

 

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Cada sacerdote es una promesa de Dios a su pueblo

Queridos hermanos sacerdotes:

  1. A lo largo de este año pastoral, nuestro presbiterio, en su formación permanente, ha ido ajustado su vida con el corazón de Dios, para permitirle que pueda cumplir la promesa hecha a su pueblo: “Os daré pastores según mi corazón (Jer 3,15). Pues bien, para aproximarnos a lo que Dios quiere de nosotros, nos vendría muy bien seguir el consejo de San Juan de Ávila, que nos dice qué hacer con nuestro corazón para que Dios pueda intervenir en él y unirlo con el suyo: Ábrele el corazón, y abrirásle el tesoro con que más se huelga. Ya abrió Dios sus entrañas y su corazón. Por aquel agujero del costado puedes ver su corazón y el amor que tiene. Ábrele el tuyo. Sobre todo, metámonos, y no para luego salir, más para morar, en las llagas de Cristo, y principalmente en su costado, que allí en su corazón, partido para nos, cabrá el nuestro y se calentará con la grandeza del amor suyo”.

 

  1. Sólo en el corazón de Cristo se fortalece la caridad pastoral y aprendemos cómo cuidar del rebaño. No olvidemos, queridos hermanos, que esa promesa de conformar nuestro corazón con el suyo se la hace el Padre a quienes necesitan de nuestro amor pastoral, que sólo es nuestro en la medida que lo es del mismo Dios. El destinatario del compromiso de Dios no es otro que el rebaño de Cristo. Por eso, nuestro corazón sacerdotal es siempre un regalo de Dios a su pueblo, en concreto a este pueblo que nosotros apacentamos. En eso insiste uno de los textos de la Sagrada Escritura que acabamos de escuchar. San Pedro, Pastor que apacienta a los pastores, nos da este consejo en su primera carta, refiriéndose al Pueblo de Dios al que servimos: “mirad por él”; y para motivarnos en ese cuidado amoroso del rebaño nos dice: “como Dios quiere”. Eso significa que hemos de ajustar nuestra mirada al pueblo santo y elegido al que cuidamos con el mirar de Dios, que es siempre un mirar desde el corazón. De ahí que el nuestro ha de ser siempre un corazón que ve. San Pedro para indicarnos cómo es el querer de Dios, primero nos advierte de lo que no podemos permitirnos: “no a la fuerza”, “no por sórdida ganancia”, “no como déspotas”. Más claro imposible. Y después, ya en positivo, nos recomienda que lo hagamos todo “como modelos del rebaño que nos ha tocado en suerte y con entrega generosa”, o sea, con “olor a oveja”.

 

  1. Pedro, al hacernos esta recomendación, interpreta muy bien a Jesús cuando le enseñó a los apóstoles como habrían de estar junto al rebaño. “Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve”. De Jesús aprendió Pedro que apacentar el rebaño es servir, aunque en su caso con muchas dificultades para comprenderlo y asimilarlo. En realidad, no hay otro modo de participar en el sacerdocio de Cristo: “Vosotros no hagáis así, sino que el mayor entre vosotros se ha de hacer como el menor, y el que gobierna como el que sirve”. El servicio es imprescindible en los trabajos del Reino, sólo el servicio sitúa en la intención del corazón de Cristo. No servir y utilizar el sacerdocio para otros fines lo adultera todo y, por supuesto, nos sitúa al margen de los verdaderos deseos de Dios en favor de los hombres.

 

  1. Sólo el servicio, la actitud de servicio, nos abre a la conversión pastoral a la que llama el Papa Francisco a la Iglesia de este tiempo. Sólo el servicio nos proyecta hacia las necesidades de nuestros hermanos y hermanas. El que no está dispuesto a servir, tampoco estará dispuesto a evangelizar, es decir, a tocar la carne herida de los hombres y mujeres de nuestros pueblos y ciudades. Sólo en el servicio se puede fortalecer en nosotros el sueño misionero de llegar a todos. Para unirnos a la motivación de este año de nuestro Plan de Pastoral, podemos muy bien adoptar, como principio y criterio, que el servicio crea comunión y el servicio proyecta nuestro ministerio a la misión.

 

  1. Sólo el que está dispuesto a servir podrá encontrar la respuesta a una pregunta que razonablemente quizás todavía le ronde a algunos ante tanta insistencia misionera de nuestro Plan de Pastoral: ¿Por qué tanto insistir en la misión? ¿Es que lo que yo hago con mi pequeño rebaño no es suficiente para conservar la esencia de la vida de la Iglesia? ¿Es que esa pastoral ordinaria que yo mantengo con competencia y profesionalidad ya no es el modelo de ministerio que he de seguir? ¿Es que ya no tiene validez para una misión bien desarrollada y actualizada en mis parroquias el seguir y exigir las mismas normas pastorales en las que siempre hemos insistido? ¿Porqué salir a buscar a los que se fueron, si nadie les echó y se marcharon libremente? Así, queridos hermanos sacerdotes, podíamos seguir interminablemente haciéndonos preguntas sobre cómo realizar hoy el ejercicio del ministerio. Estoy convencido de que encontraríamos infinidad de respuestas; por lo menos una para cada actitud de la que partiéramos nosotros. Yo, sin embargo, os invito a encontrar la respuesta a estas preguntas, que quizás puedan manifestar cierta reticencia al cambio, no sólo en lo que necesita nuestra gente, sino también en los que nos puede aportar a nosotros esta renovación en el espíritu misionero.

 

  1. Descubriríamos fácilmente que la misión es importante “ante todo porque yo la necesito, porque yo tengo que dejarme evangelizar”. Nadie puede ser misionero si no acoge la misión en su corazón. El Señor primero nos sirve y luego nos envía. Ese es también el itinerario de la misión en nosotros, que seamos discípulos misioneros. Ambas consecuencias del seguimiento de Jesucristo no pueden contradecirse ni excluirse. Las dos son inseparables: no puede sentirse misionero el que no se siente discípulos; y el discípulo lo es siempre para la misión. No dejemos que algo falle en este vínculo; cuando esto sucede se frustra el proyecto del Señor para su Iglesia. Quizás sea por eso que el Papa Francisco nos acaba de advertir: “¡Tantas veces tenemos a Jesús encerrado en las parroquias con nosotros y nosotros no salimos y no dejamos que él salga. ¡Abrir las puertas para que él salga, al menos él!” Estar con Jesús fortalece el entusiasmo apostólico, la plena disponibilidad y el servicio creativo.

 

  1. No sé si respondo de este modo a uno de vosotros que hace poco me pedía que animara a todos los sacerdotes a entrar en la dinámica interior de un ministerio evangelizador, especialmente de cara a una participación activa y creativa en la preparación de la asamblea diocesana que nos va a situar en el año de la evangelización. Pues bien, una vez más lo digo con todo afecto hacia mi presbiterio, al que sabéis que quiero y respeto: dejemos que nuestra vida transcurra por la renovación permanente de ser discípulos misioneros; dejemos que nuestra vida se vaya ordenando siempre más a la transformación del corazón, a imagen del corazón de Cristo, que enviado por el Padre para realizar su designio de amor se conmovió ante las necesidades humanas, salió a buscar la oveja perdida, hasta el extremo de ofrecer su vida por ellas y no vino para ser servido sino para servir” (RF 89). En definitiva, este es nuestro reto personal y comunitario como presbiterio: que nos mantengamos en un proceso de gradual y continua configuración en Cristo, en su ser y en su hacer. Ese será el reto permanente de nuestro crecimiento interior” (RF 80). A partir de ahí, la misión estará siempre metida en nuestras entrañas sacerdotales y nosotros estaremos dispuestos a entrar con pasión evangelizadora en el corazón del mundo. Apliquémonos en este propósito la recomendación que hoy, también a nosotros, hace Jesús en el Evangelio: “Brille así vuestra luz ante los hombres, para que crean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5,16).

 

  1. Como hoy se nos va a recordar, en este tiempo nosotros tenemos en casa un modelo sacerdotal, al que nos ayudará a acercarnos el Señor Arzobispo Castrense, Don Juan del Rio Martín, con su reflexión: “El maestro Ávila, un sacerdote de ayer para la evangelización de hoy”. El ejemplo del Maestro Ávila, como todos sabemos, fue tan profundo y atrayente que, desde esta tierra de Jaén, supo renovar en sabiduría y santidad al clero que le siguió en su empeño reformador. El, como sabéis, fue un auténtico evangelizador; por eso, su primer biógrafo, Fray Luis de Granada, lo calificó como “predicador evangélico”. San Juan de Ávila evangelizó desde la santidad, pero también desde una sabia creatividad. En eso hizo escuela entre muchos sacerdotes que, reunidos y formados por él, le siguieron, sobre todo, en su celo apostólico.

 

  1. Os doy noticias hoy de un apóstol que se formó con el Maestro Ávila aquí en Baeza, en estas aulas en las que estamos nosotros, que se ordenó sacerdote para pertenecer a nuestro presbiterio diocesano y evangelizó con ardor en esta tierra, antes de entrar en la Compañía de Jesús, para más tarde partir como incansable y creativo misionero para la evangelización de América. Me refiero a Alonso de Barzana (1530-1597), que muy pronto será canonizado, considerado por el Papa Francisco como el Javier de las Indias Occidentales. Se dice de él que “aproximarse a este infatigable misionero del siglo XVI es volver a caer en la cuenta de hasta dónde y hasta cómo es posible llegar desde la sólida motivación por el anuncio de Jesucristo y por la expansión de su Evangelio. Cuantos le conozcan no dejarán de sorprenderse de la actividad vertiginosa del apóstol de las Américas en medio de la lentitud de comunicaciones de la época y de cuánto y cuán bueno fue posible construir en los apenas treinta años de vida misionera, por tierras del entonces virreinato del Perú (1569-1597)”. En la vida de Barzana sorprende especialmente su itinerancia vital permanente, que le llevó a descubrir a Dios en sus criaturas más necesitadas de Él, a las que se entregó con pasión. Por eso el Padre Barzana pudo confesar: “Si quiere V.R. saber mi vida en una palabra, es que vine de España con el deseo de tornarme indio, i he salido con ello. Y como V.R. ha gastado sus años en leer teología en tantas partes, yo he gastado los míos en aprender seis o siete lenguas bárbaras, distintas unas de otras (al final fueron once), y en predicar y confesar en todas ellas”. Todo lo hizo porque para él, como lo fue para San Francisco Javier, la pasión por la misión era un fuego que le quemaba el corazón y no le permitía quedarse tranquilo sin llevar a Cristo a quien no le conocía aún.

 

  1. Afortunadamente, la historia de la Iglesia está llena del testimonio de aquellos que supieron responder en cada momento a lo que el Señor les demandaba. El Espíritu Santo no deja de mover los corazones de sus fieles y de llevarlos por los caminos más adecuados a la misión que pide cada momento. Eso sucede también en nuestra historia cercana, en la de nuestra Diócesis, esa de la que somos protagonistas todos nosotros, yo el último. Hoy lo son de un modo patente este grupo de hermanos sacerdotes que cumplen 60, 50 y 25 años de ministerio sacerdotal. Cada uno de vosotros sois hechura de las manos de Dios, que con su gracia ha ido tejiendo en vosotros una vida al servicio de aquellos a los que habéis sido enviados. Cada uno en vuestra propia historia, en la que hoy sobresale la fidelidad, y por tanto la santidad, sois el reflejo de una creatividad extraordinaria del Espíritu y de la misión de la Iglesia, en la que habéis ejercido el ministerio. De todos es sabido que, sobre todo los mayores, habéis hecho un esfuerzo de cambio y de adaptación que alguna vez alguien lo tendrá que contar poniendo de relieve, sobre todo, lo que hicieron los sacerdotes en aquellos tiempos de luz y de vértigo en los que fuisteis protagonistas. Si hiciéramos el ejercicio de aunar todo lo que habéis ido haciendo cada uno de vosotros, contaríamos maravillas y nos reconciliaríamos con una Iglesia siempre en vanguardia misionera y siempre en búsqueda de la santidad, en la que el testimonio de los sacerdotes fue imprescindible y decisivo.

 

  1. Queridos José Casañas, Miguel Medina y Reyes Castaño; Querido Domingo García, Joaquín Tuñón, Antonio Rodríguez; queridos Manuel García, Blas Rivera, Julio Segurado, Julio Ángel Delgado, Jesús Fernández, Miguel Ángel Jurado: Sois los sacerdotes de una Iglesia que inició con vosotros la gran aventura de una evangelización renovada que nos situara en estado permanente de misión. Afortunadamente, aquellas intuiciones están poco a poco encontrando su forma en el audaz pontificado del Papa Francisco. Unos y otros, según vuestra edad y vuestras fuerzas habéis trabajado en esta hermosa viña de Jaén, en esa tarea siempre antigua y siempre nueva de la Iglesia que es la evangelización. Vuestro Obispo y vuestros hermanos en el presbiterio os dicen muchas felicidades. Y no dudéis de que el Señor, que con tanta fidelidad os ha acompañado, os bendice con un amor entrañable por la fatiga fecunda de vuestra siembra diaria al servicio del Evangelio. Y quien estoy seguro de que os felicita un día más, como lo ha hecho a lo largo de todos los de vuestra vida sacerdotal, es nuestra Madre Santísima de la Cabeza.

 

  1. Como fruto que sois de esta tierra y con los frutos de vuestro trabajo ministerial, ponemos vuestras vidas en esta Eucaristía que ahora celebramos todos juntos como presbiterio diocesano.

Baeza, 7 de mayo de 2018

+ Amadeo Rodríguez Magro
Obispo de Jaén    

 

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