Homilía de la Misa del Encuentro de Cofradías y Hermandades

22 noviembre de 2015

Saludos:

1. Somos fieles al compromiso anual de dedicar esta jornada a las Cofradías y Hermandades de la Diócesis y a los grupos parroquiales.

-Vicario de Pastoral, Delegado episcopal, sacerdotes… Capellanes…

-Presidentes de Agrupaciones arciprestales y uniones locales.

-Presidentes, Hermanos mayores y representantes de un buen número de tan queridas asociaciones locales, extendidas por todo el territorio diocesano.

-Nuestro saludo al coro…

Hermanas y hermanos.

¡Bienvenidos todos y feliz jornada!

2. Celebramos, como saben, la Fiesta de Cristo, Rey del Universo. Con ella ponemos la última piedra del año litúrgico, más aún, de toda la creación, puesto que Cristo es la piedra angular que sostiene y remata el gran edificio de la creación, redimida por Él, desde su muerte en la cruz y su triunfo pascual.

No hay duda de que Cristo es esa piedra, porque, además de haber creado todo, como nos enseñan los libros sagrados de la Escritura, lo ha vuelto a recrear, cuando perdió la grandeza originaria que le había dado. Su precio fue muy alto: Entregar su vida en la Cruz, para la salvación del mundo por puro amor.

3. Lo hemos escuchado en el Evangelio de san Juan (Jn 18, 33-37). Entre las acusaciones que llevaron a Cristo a la cruz, fue su respuesta a Pilato, certera y clara: “Sí, soy Rey”.

La gente noble y sencilla quería a Jesús. Lo admiraban por sus palabras y sus hechos. En un arrebato de entusiasmo algunos pretendieron aclamarlo como Rey, pero Jesús lo rechazó de inmediato “retirándose al monte a orar, Él solo” (Jn 6,15).

Este hecho dio pie a sus enemigos para acusarle ante Pilato de ser enemigo del César. Contemplemos a Jesús ante el representante del imperio romano, quien le pregunta sin rodeos: “¿Eres tú el rey de los judíos?” La vida o la muerte de Jesús dependía de su respuesta. El momento era crucial, pero respondió, como hemos escuchado, “Sí, soy Rey”.

4. Pilato ignoraba que un día Jesús había dicho a sus discípulos que él no había venido a ser servido, sino a servir (Mc 10, 45). Ignoraba también, el gobernador de roma, que Jesús había rechazado desde el principio el poder y la gloria de los reinos de este mundo, que le había ofrecido el tentador en el desierto (Lc. 4, 6-8). Seguro que no le habían informado de su reacción, retirándose de la multitud, en aquel episodio de entusiasmo, cuando pretendieron aclamarlo como Rey. Por eso Jesús añade, ante Pilato la frase lapidaria: “Mi reino no es de este mundo”.

Vemos frente a frente dos modelos de reinado: Jesús, el rey de la verdad, Pilato, el comisario de la falsedad. Jesús, el Rey de la justicia, el gobernador romano, el apoderado de la injusticia. Jesús, el primero en servir a los demás desde el amor misericordioso, y Pilato, el rey de la tiranía y el miedo.

Así es el reinado de Cristo y el de sus discípulos.

Ignoró Pilato quién era Jesucristo y continúan ignorándolo quienes quieren impedir este reino de amor y verdad en nuestro mundo. No saben que Cristo es perfecto Dios, pero no alardea de ello; es omnipotente, pero emplea su poder para servir a todos, especialmente a los más necesitados. Sabía de antemano el rechazo y poco caso que harían a sus enseñanzas, tantos hombres y mujeres en todas las épocas de la historia, pero no dudó de entregar su vida para todos. Vino para no recibir nada y darlo todo. La ley suprema de su reino es el amor, incluso a los enemigos. Quien conoce de verdad quién es Jesucristo, no puede sino abrirse a Él, acogerle y seguirle. Sin conocerle es luchar contra molinos de viento.

5. Así es. No le conocen y, sin embargo, no pocos se empeñan en que Cristo no reine, no aparezca la verdad de su amor en los diseños generales del mundo, en la cultura, en la convivencia, en la familia, en la economía, en la política… Siguen poniéndose nerviosos, como Pilato, y, los más fanáticos, se conjuran para hacerle callar y llevarle de nuevo a la cruz. No quieren ni oírle. No interesa escuchar ese lenguaje: de combatir el odio con el amor, de que la guerra no se gana con otra guerra más poderosa, suena mal el disculpar y perdonar, todo y siempre.

Otros atacan a este reino de Cristo porque no están dispuestos a salir de sus egoísmos, de su ambición y soberbia, de su afán de dominar a los demás. ¿Cómo va a germinar en esos corazones la semilla del amor, del perdón, del servicio y entrega a favor de los demás? Les resbala la verdad de este reino de Cristo, que nos enseña a no buscar tener más que los demás, a no tener más mando que otros para imponernos a ellos, en vez de servir. Sembrar amor y paz en nuestro entorno.

6. Aprendamos, queridos hermanos y hermanas, y termino: dónde radica la grandeza de la persona, como se nos revela en Cristo. Escuchemos sus palabras con plena confianza, lejos de quitarnos nada, eleva nuestra dignidad y nos abre horizontes nuevos de esperanza insospechados. Es fuente de la alegría que brota del perdón y del dar de lo nuestro. Nos da la seguridad de seguir un camino de vida eterna. Camino sencillo y recto, pero arduo: es “reinar sirviendo”.

¡Ojalá que en todas las Cofradías, Hermandades y grupos parroquiales, se siguiera este itinerario! Da pena comprobar más de una vez que sale a flote el egoísmo, la ambición y la soberbia, cuando debería ser lo contrario, si seguimos y pertenecemos de verdad al reino de Jesucristo.

7. Oremos para ello en esta Eucaristía y pidamos a Jesucristo que convierta nuestros corazones para seguir los caminos de su Reino. Sólo Él es capaz de revelarnos la grandeza y la sublimidad de nuestra vocación cristiana.

Que el Año Santo Jubilar de la Misericordia, que tendrá su inicio en la próxima Solemnidad de la Inmaculada Concepción, nos acerque al verdadero reinado de Jesucristo, desde una sincera conversión de nuestros corazones, que seguramente todos necesitamos.

Que también la Santísima Virgen y santos de nuestra devoción, intercedan por nosotros. Así sea.

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