Homilía de la Misa del V Domingo de Pascua. Santísima Virgen de la Cabeza

24 abril de 2016
Fotografía: Manuel José Gómez Martínez

1. Desde este bendito cerro de Sierra Morena, presididos por esta querida y venerada imagen de la Santísima Virgen de la Cabeza, nos sentimos todos unidos bajo su mirada maternal. Queremos alcanzar la INDULGENCIA de este Año Santo.

Con las palabras de la Salve queremos saludarla como ¡Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra…!

Nuestro saludo agradecido también para quienes a través de Canal Sur TV y otros medios de comunicación, se unen a esta ceremonia religiosa.

Apreciado Padre Provincial, Rector de esta Basílica-Santuario y Comunidad de PP Trinitarios, Ilmo. Sr. Vicario General de la Diócesis, Arcipreste, Sacerdotes y personas consagradas.

Señor comisario y Junta Rectora, Hermano Mayor y Diputación de la Real Cofradía Matriz de la Santísima Virgen de la Cabeza de Andújar, Cofradías de Colomera y de las que bajo esta advocación se han extendido por el territorio nacional, sobre todo en la provincia de Jaén y Andalucía.

Ilmo. Sr. Alcalde-Presidente y Corporación Municipal de la Ciudad de Andújar, Representaciones de la Junta de Andalucía y de la Diputación Provincial de Jaén.

Excmo. Señor General, mandos provinciales y locales del querido Cuerpo de la Guardia Civil.

Miembros de los Cuerpos de seguridad, tráfico, sanidad, Cruz Roja y Protección civil que hacen posible la celebración de esta Romería multitudinaria.

2. Los devotos de la Virgen María necesitamos encontrarnos con su mirada. Su mirada maternal y llena de ternura nos acerca siempre a Dios.

Y podemos preguntarnos, ¿cómo nos mira? Lo hace siempre con ojos misericordiosos, con amor maternal. Así miró siempre a su Hijo Jesucristo en todos los momentos de su vida: gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos, como la contemplamos en el rezo del Santo Rosario. Así también nos mira a nosotros, en las alegrías y en nuestras dificultades, en nuestras esperanzas y desilusiones. Son los misterios de nuestra vida de peregrinos.

Pero la mirada de María no se dirige solamente a nosotros. Al pie de la cruz, cuando Jesús la confió al Apóstol san Juan y con él a todos nosotros, dijo estas palabras: “Mujer ahí tienes a tu hijo” (Jn 19, 26). Los ojos de María estaban fijos en Jesús. Como en las bodas de Caná nos dice a nosotros: “Haced lo que Él os diga” (Jn 2,5). María, pues, nos indica y señala a Jesús, nos guía siempre a su Hijo Jesucristo, porque sólo en Él hay salvación. Sólo Él puede transformar el agua de nuestras soledades y dificultades en vino, levantarnos de nuestras caídas y devolvernos la alegría del perdón.

¡Madre nuestra del Cielo, Virgen de la Cabeza, en este año jubilar de la misericordia, haznos sentir desde tu mirada, la de Dios Padre misericordioso, por medio de Jesús Resucitado y la fuerza del Espíritu que hace todo nuevo!

3. El texto del Evangelista san Juan (Jn 13, 31-35) que acabamos de proclamar se inserta en el espíritu de este tiempo pascual que estamos celebrando.

Jesús pronunció las palabras que hemos escuchado en la Última Cena del Jueves Santo, a punto de emprender el camino de su pasión y muerte en la Cruz. Son su verdadero testamento.

Hoy, por medio de la liturgia, Jesús Resucitado las pone en nuestras manos, como en aquella tarde-noche lo hizo a sus discípulos:

“Amaos los unos a los otros, como yo os he amado”.

Amarse los unos a los otros no es sino tratar de poner en pie un nuevo tipo de relación entre los seres humanos. Amarse, apoyarse, perdonarse… El Mensaje de Jesús es para esta vida, no para el más allá. De este postulado del amor mutuo se hacen eco también otras religiones. Se trata de un principio filantrópico que brota en todo corazón sano, desde la misma ley natural, común a todos los seres humanos. Pero la gran novedad y diferencia del testamento de Jesús radica, como sabemos, “como Él nos ha amado”.

Y, ¿cuál es esa medida? Parece que los humanos no podemos amar sin que, de alguna manera, se nos corresponda. Nuestra estructura humana no soporta la idea del amor que no recibe algo a cambio. Pues bien, como escribe el apóstol Pablo a los Romanos: “La prueba de que Dios nos ama es que Cristo… murió por nosotros” (Rom 5, 8) sin esperar nada a cambio. Jesús mantiene su amor, como Dios nuestro Padre, -del que es icono y su rostro perfecto- sin recibir nada a cambio, al contrario, lo que recibe casi siempre es desamor. Él espera con paciencia, sin embargo, poder abrazar al hijo pródigo que vuelve a su casa y buscar la oveja perdida, dejando a las demás en el aprisco. Su misericordia no tiene límite.

4. Esa medida un tanto extraña es la que sus discípulos hemos de emplear en nuestras vidas, si realmente queremos responder al mandamiento nuevo de su amor. No esperar nada a cambio. Ese es el amor entre amigos, de los padres para con sus hijos, el de los abuelos con sus nietos… Esa es la medida que hemos de extender a todos, sin excepción.

Por imposible que parezca la Comunidad cristiana tendrá que luchar para que ese amor sea una realidad en el mundo, profundamente egoísta. Es el camino de la paz y de la reconciliación. No hay otro. Sólo amando desde esa perspectiva se vive como verdaderos discípulos de Jesús. Se cree en Jesús Resucitado en la medida en que se ama a su estilo.

5. Entran ahí todos los amores que damos a las personas débiles y enfermas en determinados momentos y que no pueden devolver; los amores a los necesitados, a la sociedad; el amor a la misma comunidad cristiana más allá de sus limitaciones y deficiencias.

El Evangelio de Jesús quiere modificar las bases de que partimos por naturaleza: nuestros egoísmos. Nos demanda incansablemente un amor distinto y generoso “como Él nos amó”. Es el amor pascual que entiende la vida como una novedad y ocasión para amar sin límites, sin esperar nada a cambio. Es el amor que, como a Pablo y Bernabé nos hace misioneros del Evangelio de la misericordia, construyendo, poco a poco, una tierra y un mundo nuevo (cf. Hch 14, 21-27 y Ap 21, 1-5).

6. Escribe el Papa Francisco en la bula Misericordiae vultus para el presente Año jubilar: “La primera verdad de la Iglesia es el amor de Cristo. De este amor, que llega hasta el perdón y al don de uno mismo, la Iglesia se hace sierva y mediadora ante los hombres”. Pero el Papa no queda en palabras. Como respuesta concreta a ese amor nos ha pedido a todos los cristianos católicos de Europa que, en este Domingo, destinemos la colecta de todas las Misas a favor de quienes han sufrido y sufren la violencia en Ucrania, con varios miles de muertos y más de un millón de desplazados, refugiados.

Bajo la mirada maternal e intercesión de la Santísima Virgen de la Cabeza, hacemos cada vez más las palabras de su Hijo: Amémonos todos, unos a otros, como Él nos ama. Feliz fiesta. Que así sea.

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