Homilía de la Misa de la Ordenación de Diácono

5 diciembre de 2015

Saludos…

1. Hoy es un día señalado, de esperanza para esta Iglesia particular de Jaén. Va a ser ordenado Diácono el joven Juan Antonio Casas Sánchez.

Bienvenidos todos a este primer templo diocesano.

Mi saludo más cordial a quien dentro de poco entrará en el primer grado del sacramento del Orden sacerdotal, camino del presbiterado; a sus padres, familiares y amigos. Nuestra enhorabuena.

Ilmo. Sr. Vicario General, Rectores de nuestros Seminarios, Párroco y fieles de la comunidad cristiana de San Juan Evangelista de Mancha Real, Profesores, Formadores, Sacerdotes, Diáconos permanentes, seminaristas y fieles presentes en esta solemne celebración.

2. El Señor cumple, como vemos, la palabra dada a su Iglesia el día de la Ascensión: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta la consumación de los siglos” (Mt 28,10). He aquí la profunda realidad sobrenatural y divina que el Espíritu Santo pone ante nuestros ojos: la presencia misteriosa de Cristo resucitado que continúa llamando a jóvenes para el ministerio sacerdotal en estas tierras del Santo Reino. “Elige a algunos, -como oiremos en el prefacio de la Misa de estas Órdenes-, para hacerlos partícipes, por la imposición de las manos, de su ministerio santo, y para que, en su nombre, sirvan a sus hijos el banquete pascual, sostengan a su pueblo y lo alimenten con su palabra”.

Al recibir el sacramento del orden, amigo Juan Antonio, serás constituido por Jesucristo diácono, ministro suyo, y te dotará de potestad suficiente para desempeñar, en nombre de la Iglesia, las funciones específicas que se te asignen. Para ello hemos pedido en la oración colecta de esta Misa que “el Señor te conceda disponibilidad para la acción y que, en el ejercicio humilde de tu ministerio, perseveres siempre en la plegaria”.

Aplicamos al candidato las palabras de la Carta a los Hebreos (Heb 5,1-2) “tomado de los hombres para las cosas que miran al servicio de Dios”.

En efecto, a través de tu diaconía, Cristo mismo aplicará su obra redentora a favor de los hombres, y va a seguir edificando su Iglesia.

3. Con la ordenación diaconal, nuestra Madre la Iglesia, te capacitará para la misión de servicio que los Apóstoles confiaron a los siete varones escogidos, como auxiliares en el ministerio de la caridad.

Enseña el Vaticano II, en Lumen Gentium que: “los diáconos reciben la imposición de las manos no en orden al sacerdocio, sino en orden al ministerio. Y así, confortados con la gracia sacramental, en comunión con el Obispo y su presbiterio, sirven al Pueblo de Dios en el ministerio de la liturgia, de la palabra y de la caridad” (LG 29).

En un Discurso del Papa Emérito Benedicto XVI, dirigido a los párrocos, sacerdotes y diáconos de la Diócesis de Roma, comentando este texto conciliar, les dijo que “una de las características del ministerio de los diáconos es precisamente la multiplicidad de las aplicaciones del diaconado”. Y añadió: “En la Comisión Teológica Internacional, hace algunos años, estudiamos a fondo el diaconado en la historia y también en el presente de la Iglesia. Y descubrimos precisamente esto: no hay un perfil único. Lo que se debe hacer varía según la preparación de las personas y las situaciones en las que se encuentran. Puede haber aplicaciones y formas concretas muy diversas, naturalmente siempre en comunión con el Obispo y la parroquia. En las diferentes situaciones se presentan muchas posibilidades… podrían emplearse en el sector cultural, tan importante hoy; o podían tener una voz y un puesto significativo en el sector educativo…”[1]. Por tanto, su servicio al pueblo de Dios en el ministerio litúrgico, de la Palabra y de la caridad, ha de entenderse en sentido amplio, sin buscar nunca sustituir a los presbíteros, sino ayudándoles con amistad y eficacia.

4. Hemos proclamado un pasaje bíblico del Profeta Isaías (Is 30, 19-21.23-26). Es el profeta de la esperanza que nos anima a mirar el futuro personal y de nuestra comunidad con ilusión. ¿Por qué con esta ilusión? Y nos da la respuesta. Porque nuestro Dios es un Dios cercano, que nos escucha, nos quiere y hasta nos conoce por nuestro nombre.

“Apenas de oiga, te responderá”. Si andamos desorientados oiremos su voz que nos dice: “Éste es el camino”. Si andamos heridos, o nuestros corazones están destrozados, “Él vendará nuestras heridas y se reconstruirá lo que estaba destruido”.

Dios, nos dice ahora el profeta, no nos olvida, se apiada de cada uno de nosotros, porque es rico en misericordia. Acudamos, escuchemos, apoyemos nuestros pasos junto al Señor.

5. El Evangelista san Mateo (Mt 9, 35-10,1.6-8) viene a decirnos que las palabras de esperanza del Profeta Isaías tienen su cumplimiento exacto en Cristo Jesús.

“Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas”. “Recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia”.

Jesús repartía esperanza, orientaba a los descarriados, perdonaba y curaba, depositaba en sus manos la Buena Noticia que daba un nuevo sentido a sus vidas.

Y este mismo proceder es el encargo que transmite a sus discípulos de todos los tiempos: “Id a las ovejas descarriadas… Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos… Gratis habéis recibido, dad gratis”.

Dios sigue repartiendo gratis esperanza de la buena. Dios sigue vendando nuestras heridas, sigue amando a quien le mira con fe, pero espera que también nosotros hagamos lo mismo con nuestros hermanos, en los caminos de este Adviento que nos conducen a la Navidad. Lo que hacía Cristo Jesús hace dos mil años, hoy quiere seguir haciéndolo por medio de nosotros.

6. Amigo Juan Antonio: los dos textos bíblicos proclamados en esta liturgia, miran de una forma especial a tu persona marcándote un programa de futuro. Repiénsalos más de una vez, rememorando este día que hace historia en tu vida.

El Sacramento que te dispones a recibir, reforzará la orientación que libremente has querido dar a tu vida, dedicándote al servicio pleno de Dios y de los hermanos. Esta nueva llamada del Señor va coronando tu vocación de bautizado.

Al recibir el orden sagrado no vas a ser por ello más cristiano, pero sí te sentirás configurado de un nuevo modo con Cristo Jesús. El diaconado y pronto, si Dios quiere, el presbiterado, te otorgará un nuevo título sacramental a tu compromiso de entrega a Dios y a la Iglesia, y, al configurarte como ministro de Cristo Cabeza, te abrirá nuevos horizontes en esta entrega a Dios y a los hermanos.

Te ruego por ello encarecidamente, en nombre del Señor y de su Iglesia, que seas administrador fiel y responsable de los tesoros de gracia que la Iglesia pone en tus manos. Procura muy por encima de todo lo demás, ser un digno ministro del Señor, abnegado y humilde en el servicio callado a los demás, ejemplar en tu conducta, comprensivo y misericordioso con todos al proponer la Buena Nueva del Evangelio, pero a la vez firme y celoso en la transmisión y custodia del depósito de la fe y de la moral cristiana.

Siente siempre sobre tus espaldas el peso “suave y ligero” (Mt 11,30) de esta Iglesia diocesana, de tu presbiterio y de la Iglesia entera. Ama cada día más a esta Esposa de Jesucristo, nuestra Diócesis, y por ella a toda la Iglesia, que necesita hoy y siempre hijos fieles, decididos y entregados, no a medias, sino por entero y sin fisuras.

7. No quiero terminar mis palabras, sin destacar nuestra gratitud eclesial a favor de tus padres y familia. Han sido instrumentos en las manos de Dios para que Juan Antonio emprendiera el camino del sacerdocio ministerial. Por algo habéis merecido este don en vuestro hogar, pero vuestra labor no ha terminado: seguid acompañándole, sobre todo con la oración, para que sea siempre fiel a sus compromisos sagrados.

Otro tanto tenemos que decir de sus formadores, sobre todo en sus años de Seminario.

A las puertas del Jubileo Extraordinario de la Misericordia, suplicamos que el Señor lleve siempre de su mano al nuevo Diácono de esta Iglesia de Jaén. Así se lo pedimos juntos en esta Eucaristía, centro y raíz del ministerio diaconal y sacerdotal, junto a nuestra Madre del Cielo, siempre al servicio de los planes salvadores del Señor. Que así sea.

[1] Benedicto XVI, Discurso del 7 de febrero de 2008.

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