Historia de la Iglesia en Jaén

La Diócesis es una porción del Pueblo de Dios que se confía a un Obispo para que la apaciente con la cooperación del presbiterio, de forma que unida a su pastor y reunida por él en el Espíritu Santo por el Evangelio y la Eucaristía, constituye una Iglesia particular, en la que verdaderamente está y obra la Iglesia de Cristo, que es Una, Santa, Católica y Apostólica. Cada uno de los Obispos a los que se ha confiado el cuidado de cada Iglesia particular, bajo la autoridad del Sumo Pontífice, como sus pastores propios, ordinarios e inmediatos, apacienten sus ovejas en el Nombre del Señor, desarrollando en ellas su oficio de enseñar, de santificar y de regir…

Los Obispos deben dedicarse a su labor apostólica como testigos de Cristo delante de los hombres, interesándose no sólo por los que ya siguen al Príncipe de los Pastores, sino consagrándose totalmente a los que de alguna manera perdieron el camino de la verdad o desconocen el Evangelio y la misericordia salvadora de Cristo, para que todos caminen «en toda bondad, justicia y verdad» (Ef 5,9). (CONC. VATICANO II, decreto Christus Dominus sobre el ministerio pastoral de los Obispos, n. 11).

El cristianismo llegó a Jaén aproximadamente en el s. III. A principios de la siguiente centuria, en el concilio de Elvira (Ilíberis), ya estuvieron representadas seis comunidades cristianas asentadas en el solar del futuro obispado giennense, de las que tres eran sedes episcopales: Mentesa (La Guardia), Cástulo (cerca de Linares), y Tucci (Martos); y otras tres comunidades regidas por presbítero: Ossigi (cerca de Mancha Real), Iliturgi (cerro Máquiz, cerca de Mengíbar) e Iune o Aiune (Arjona). Con la llegada de los musulmanes, la vida cristiana sufrió un serio quebranto hasta desaparecer por completo en el s. XII, con la llegada de los almohades.

Junto con el proceso de reconquista territorial se desarrolló la restauración de la vida cristiana. Al ser conquistada Baeza, en 1227, se restableció allí la sede episcopal en 1228, siendo trasladada a Jaén, en 1249, por bula de Inocencio IV, a petición de Fernando III el Santo. Los problemas de límites que enfrentaron al obispo de Baeza, fray Domingo, con el arzobispo de Toledo, D. Rodrigo Jiménez de Rada, fueron solucionados con la firma del acuerdo de Santorcaz (1243). El territorio del obispado quedó organizado para su administración en tres arcedianatos y siete arciprestazgos, que englobaban un determinado número de parroquias. El arcedianato de Jaén comprendía bajo su jurisdicción los arciprestazgos de Jaén y Arjona; el arcedianato de Baeza integraba a los arciprestazgos de Baeza y Andújar; y, finalmente, el arcedianato de Úbeda abarcaba a los arciprestazgos de Úbeda, Iznatoraf y Santisteban del Puerto. En el s. XVIII se añadió el llamado partido o arciprestazgo de La Carolina, que englobaba a las poblaciones fundadas por Carlos III en Sierra Morena.

Con el extinción de los territorios exentos, en 1873, pasaron a formar parte del obispado giennenses las vicarías de Segura y Beas, de la orden de Santiago, el partido de Martos, de la orden de Calatrava, y la zona de la abadía de Alcalá la Real comprendida en la provincia civil de Jaén. Finalmente, mediante el decreto Maiori animarum bono, firmado por el cardenal Piazza el 23 de abril de 1954 y ejecutado por el nuncio en España, Ildebrando Antoniutti, el 1 de julio siguiente, quedó incorporado a la diócesis giennense el Adelantamiento de Cazorla. Con esta incorporación quedó definitivamente configurada la demarcación vigente de la diócesis de Jaén, que coincide plenamente con la circunscripción civil.

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