El deseo de Dios en la época de la incertidumbre y de la duda

26 octubre de 2018

En las últimas décadas del siglo XIX Nietzsche había pronosticado la muerte de Dios como el aspecto más relevante y definitorio de los tiempos nuevos, nosotros lo habíamos matado, decía.  Heidegger  señala que  la afirmación nietzscheana no significa que Dios hubiese  perdido la credibilidad, sino que ya no podemos buscar, no solo que ya no podemos creer, sino que no podemos creer que otros crean[1]. Parecía que para un sector cada vez más importante de la población europea esta profecía se hacía realidad. De hecho en los años setenta y ochenta del siglo  pasado  algunos hablaban de que estábamos en una época sin Dios pero vivida gozosamente. Era muy común encontrarse con expresiones como la de que estábamos ante el hombre narcisista, del predominio de lo estetizante sobre la ética, de espíritu dionisiaco, etc., Lipovestky lo resumía así: “Dios ha muerto, las grandes finalidades se apagan, pero a nadie le importa un bledo” [2]. Ciertamente mucha gente seguía creyendo en Dios, pero para muchos la secularización, al menos en occidente, parecía imparable. Era lo que en sociología se conocía como  “teoría de la secularización”. La idea era que con el desarrollo de la ciencia, y la progresiva racionalización de las sociedades, la religión iría menguando paulatinamente hasta quedar reducida a ciertos grupúsculos que serían insignificantes desde el punto de vista social.

Como suele ocurrir con todos los que han pronosticado el fin de la religión el augurio estaba  errado.  De hecho  la indiferencia  de muchos  no hacía más que ocultar la realidad existencial de un hombre que, antes o después,  tendría que enfrentarse con la realidad de sus propios límites. Límites ante los que la ciencia y una pacata visión racionalista no podían más que guardar silencio.

Ya que antes citábamos a Heidegger  acudamos de nuevo a él. Pensar, nos dice, tiene que ver con recordar, por un lado,  y también con descubrir lo que considera el hombre como esencial en cada momento[3]. Para descubrirlo hay que escuchar al hombre de hoy, atender a sus preocupaciones, sus preguntas o sus anhelos. Pues bien, atendiendo al consejo de Heidegger hemos de decir que la situación ha cambiado mucho en los albores del tercer milenio, de aquel nihilismo light de los setenta y ochenta hemos pasado a un hombre que se siente vulnerable e inquieto, el optimismo de entonces se ha trocado en una sociedad del riesgo en la que afloran los miedos y en  la que se experimenta la desorientación.  Como botón de muestra citemos a dos de los más prestigiosos pensadores de nuestro tiempo. Edgar Morin decía hace poco tiempo que vivimos en un tiempo sin esperanza, que la esperanza se desintegró en el siglo pasado a causa de la incertidumbre y el miedo al futuro[4];  Zygmunt Bauman, por su parte, se expresaba así: “Sigue …existiendo la necesidad de confianza ya que somos animales sociales, pero no hay ningún anclaje para esa confianza, y eso crea un enorme nerviosismo”[5].

O sea,  vivimos en lo que podríamos denominar una sociedad que podríamos caracterizar como sociedad de la incertidumbre y de la duda.

La cuestión es: ¿cómo está afectando este hecho a la religión?, o mejor ¿qué nos está desvelando? Algunos afirmaban que el alma occidental estaba dejando de anhelar a Dios e intentaban convencernos de ello, sin embargo la realidad es que no se ha asistido a un abandono de la religiosidad en esta era, sino a una metamorfosis[6]. Para todos aquellos que estamos embarcados en la “nueva evangelización” comprender esto es muy importante. Hemos de reconocer  que han aumentado las posibilidades religiosas con la que los individuos y grupos sociales siguen intentando dar sentido a sus vidas. En este contexto de libertad personal, y en un mundo globalizado,  la religión es entendida como una práctica totalmente libre cultivada por personas que toman y viven sus opciones desde sus propias convicciones. Por lo  tanto  no debe extrañar que las instituciones pierdan fuerza reguladora sobre sus adeptos[7]. El descenso de la creencia no es tan acentuado como el de la práctica religiosa. Además  asistimos al aumento de creyentes ajenos a una confesión determinada, lo que se conoce  “creencia sin pertenencia” o a una  búsqueda creciente de la espiritualidad dentro del ateísmo[8]. Podemos decir que nos hallamos ante un auténtico tsunami cultural.

Con todo,  el fenómeno que considero más relevante es que la duda comienza a minar las supuestas bases sólidas de la increencia. Tradicionalmente se pensaba que la duda minaba las posiciones del creyente, sin embargo aquí se ha operado un cambio importante como señala el sociólogo Eduardo Bericot: ”Mientras que hasta ahora pensábamos que la duda corroía únicamente la certeza en la creencia religiosa (Teorías de la secularización), ahora podemos ver que la duda también ejerce una acción corrosiva sobre las certezas del espíritu científico, intramundano, materialista , racionalista y secular (Teoría del ocaso de la secularización)”[9].  La razón me parece clara. El vacío dejado por Dios se intentó ocupar con algún tipo de ídolo.  Así nos encontramos por ejemplo con el ídolo cientifista que auguraba un mundo donde la ciencia lo resolvería todo; los ídolos de las utopías políticas que proyectaban paraísos en la tierra; los ídolos económicos que endiosaban el mercado y el progreso, etc. Todos ellos portadores  de sus propios artículos de fe que adquirían para sus adeptos validez dogmática. Sin embargo todo ídolo termina mostrando su falta de vida, y por lo tanto su incapacidad para dar sentido y alimentar la esperanza. Es el drama de aquellos que pretenden erradicar a Dios de la vida de los hombres. En el fondo,  por mucho que se intente reprimir lo sagrado este siempre retorna de un modo u otro. El ser humano ni puede dejar de anhelar un fundamento en el que asentar la esperanza ni dejar de buscar algo que dé significado profundo a su vida. En palabras de  Carreto Palín  el gran drama del ateo es la incapacidad de abandonar el creer[10].  Las preguntas religiosas, la sed de infinito, la cuestión del sentido de la existencia, los interrogantes sobre la vida y la muerte no se encuentran en crisis. Esto significa que el hombre hoy, sea más o menos consciente de ello,  sigue teniendo sed de Dios.

A modo de apéndice quiero reseñar que el cristiano  se siente portador de una Buena Noticia,  sabe por propia experiencia que Jesucristo es capaz de calmar cualquier sed, dar respuesta a los grandes interrogantes existenciales, contrarrestar las incertidumbres y miedos que pululan por doquier suscitando la esperanza e insuflando vida en una sociedad anémica. Obviamente, para dar a conocer la Buena Noticia hará falta una racionalidad que permita el encuentro con las realidades de nuestro tiempo y un lenguaje entendible. Sabiendo que el único camino digno de crédito, aquel que trasciende los espacios y los tiempos, es el amor.  Eso nos  exige  eliminar  cualquier actitud inquisitorial residual,  amar la pluralidad que se da tanto en nuestras sociedades como en nuestra iglesia y no partir desde los cánones, sino desde el encuentro, la promesa y la esperanza, sabiendo que la verdad no se impone  sino por la fuerza de la verdad misma[11].

Juan Jesús Cañete Olmedo
Sacerdote diocesano y profesor de Filosofía

 

[1] M. Heidegger, La frase Dios ha muerto en Caminos del Bosque, Alianza, Madrid 2000, p. 198.

[2] J. Lipovestky, La era del vacío, Anagrama, Barcelona 1988, p.36.

[3] M. Heidegger, ¿Qué significa pensar?, Nova, Buenos aires, p.10.

[4]  E. Morin, ¿Es posible la esperanza?, Conferencia en el Instituto Francés de Madrid, 11-Marzo-2012.

[5] Z. Baumann, Entrevista de Daniel Gamper a Z. Baumann en Múltiples culturas una sola humanidad, Katz Barpal, Buenos Aires 2004,pp 39-64, p. 44.

[6] F. Lenoir, La metamorfosis de Dios. La nueva espiritualidad occidental, Alianza, Madrid 2005.

[7] Ch. T. Taylor, La era Secular, Gedisa, Barcelona 2014.

[8] J. A. Estrada, Las muertes de Dios. Ateísmo y espiritualidad, Trotta, Madrid 2018.

[9] E. Bericot Alastuey., Duda y postmodernidad el ocaso de la secularización en Europa. Revista de Investigaciones Sociológicas (REIS) 121,2008, pp. 13-53, p. 39.

[10] A. E. Carreto Palín., Religión intersticial: la metamorfosis de lo sagrado en la sociedad contemporánea, Gazeta de Antropología, 19 (2003) articulo 29.

[11] Dignitatis Humanae 1.

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