El atrio de los gentiles y la Misión. Una fe razonable III. El secularismo y la religión ante la cuestión del sentido y la plenitud de la vida.

18 abril de 2019

1-. EL SENTIDO DE LA VIDA. DOS RESPUESTAS ANTAGÓNICAS.

Los seres humanos nos distinguimos del resto de los otros seres vivos por la capacidad de cuestionar nuestra propia existencia. Somos criaturas para las que la existencia como tal, no solo los rasgos específicos de ésta, es problemática[1]. No podemos evitar preguntarnos sobre si nuestra vida tiene algún propósito, alguna finalidad, algún significado o algún valor. Ese tipo de cuestiones se sintetizan en la pregunta más relevante que se hace un ser humano ¿tiene la vida sentido?, y si lo tiene, ¿cuál es el sentido de la vida? Algunos pensadores consideran que está es una pregunta falaz, el sentido no sería una característica de algo en el mundo, solo tiene que ver con el hecho de cómo los humanos se sienten en un momento. Si la tumba es la única meta real de la vida, piensan, no deberíamos torturarnos con ese tipo de preguntas[2]. Sin embargo nos las hacemos. Para el ser humano el hecho de solo existir, tener techo, alimento, estar a salvo y vivos, no basta, incluso nos pareced fútil. Una vida caracterizada solo por el vivir sin más nos parece vacía, todos buscamos una razón más allá de nosotros mismos.

1.1.-De la modernidad a la posmodernidad.  

La crisis de sentido se hizo patente en los últimos siglos. La muerte de Dios en la conciencia de muchos occidentales desveló el lacerante dolor causado por el abismo del sinsentido. Como indica T. Eagleton[3] la obra de autores modernos como Chéjov, Kafka, Sartre o Camus, por citar algunos, reveló “la necesidad persistente de sentido y la punzante sensación de su elusión”. Era la perspectiva de una muerte inevitable la que hacía la vida absurda. “¡Fuera, fuera breve candela! La vida no es sino una sombra pasajera, un pobre actor que se contonea y consume su hora en la escena, y luego no se la escucha más” había dicho Shakespeare en Macbeth. La visión secular de una realidad en que todo el trabajo, el amor y el genio humano están destinados a una extinción final lleva consigo la desesperación firme del alma. Esta crisis sobre el sentido de la vida que afectó a artistas y filósofos de los siglos XIX y XX ha sido cuestionada en el siglo XXI.

Si el universo no tiene propósito, como sostienen algunos, y es en verdad indiferente y sin sentido, ¿por qué pensar que no deba ser así?, asumamos que la vida no tiene sentido y ya está, piensan algunos. La realidad es que difícilmente podemos vivir así. Como enseña B. Welte[4] en el hombre se da un postulado de sentido, él no puede vivir, desarrollarse, crear, realizar proyectos o seguir simplemente hacia delante si no creyese que lo que hace tiene algún sentido. La falta total de sentido bloquearía de hecho cualquier acción. Ante esa situación muchos en la posmodernidad han buscado una solución.  Esta solución podría resumirse en las siguientes afirmaciones de Jerry Coyne[5]: “La cosmología no da un ápice de evidencia para un propósito…o para (la existencia de Dios) …Los secularistas ven el universo sin aparente propósito y se dan cuenta de que debemos forjar nuestros propios propósitos …pero, aunque el universo no tenga propósito, nuestras vidas sí lo tienen…Nosotros forjamos nuestros propios propósitos, y ellos son reales”. La cuestión no sería por tanto buscar y encontrar el sentido de la vida, sino forjar y construir nuestros propios sentidos.

Ante este enfoque luminoso de un universo sin sentido surge inmediatamente una pregunta, ¿funciona, en la práctica, para vivir la vida? ¿Podemos tomar algo en la vida y construir un sentido alrededor de ese algo por nuestra propia cuenta? El primer problema que encontramos en esta nueva visión es que la realidad se nos impone más allá de nuestros proyectos y deseos. El mundo es independiente de nuestras interpretaciones de él. La vida no solo depende de lo que tú hagas de ella. No somos completamente libres para imponer nuestros sentidos a la vida. Más bien debiéramos descubrir un sentido que concuerde con el mundo tal cual es. Con todo, la cuestión central sigue siendo: ¿puede tener sentido la vida sin creer en Dios? La respuesta es sí y no.  Sí, pues un no creyente puede darle sentido a su vida siendo un buen padre, luchando por una causa política o enseñando a los jóvenes más desfavorecidos, etc. Es bastante probable encontrar un gran propósito en las tareas de la vida ordinaria y vivir sin sentirse torturado por la respuesta a las grandes cuestiones. Y no, los sentidos que el no creyente da a su vida no son descubiertos sino creados. No están objetivamente allí. Son totalmente subjetivos y dependientes de sus sentimientos. Precisamente eso es lo que seguidamente mostraremos. Vamos a ver como los sentidos creados no solo son más frágiles, menos racionales, menos duraderos, y se ajustan menos a la vida real que los descubiertos.

1.2-El Sentido creado del secularista versus el sentido descubierto del creyente, ¿cuál responde mejor a la realidad que vivimos?

1.2.1- ¿Cuál de los dos es más racional?

Siempre que realizamos alguna actividad significativa pensamos que sirve para algo, que tiene un propósito, un fin, un sentido. El sentido de la vida es lo que “marca una diferencia”, lo que da un valor a nuestros proyectos, tareas o acciones. Hacemos esto o lo otro por un motivo, cuando nos preguntamos por el sentido de ese motivo respondemos con otro motivo, y así sucesivamente, conforme avanzamos en esta cadena las respuestas son cada vez más difíciles de encontrar. Estudiar algo determinado, formar una familia, crecer como personas, dejar un determinado legado, buscar la felicidad, colmar el vacío, etc. El problema desde el punto de vista secularista es que al final el universo da una respuesta definitiva: no importa si nunca hubieras existido; y cuando dejes de existir, no importará que hayas existido. Y esto afecta a todos los humanos, a sus sueños, proyectos y realizaciones. Más aún afectará a nuestro mundo y finalmente al propio universo. Al final no será la vida, sino la muerte la que esboce la última sonrisa. Si esta vida es todo, y no hay Dios o vida más allá de este mundo material, en última instancia no importará si eres un genocida, un maníaco o un altruista; no importará si luchas contra el hambre o si eres cruel y codicioso.  Finálmente lo que hagas no marcará ninguna diferencia y visto a gran escala será insignificante. Por eso algunos piensan que deberíamos disciplinarnos para no pensar en el resultado final y limitarnos al presente, ya que si no se reprime este pensamiento las implicaciones del secularismo harían perder la paz y podría llevar a una vida insoportable. Vienen a la memoria aquellas palabras de Tolstoi[6] en su Confesión cuando, en la cumbre de su éxito, comenzó a darse cuenta de que todo ser amado le sería arrebatado y todo lo escrito sería finalmente olvidado y se preguntó qué cómo podíamos dejar de ver esto. “Uno, escribió, solo puede vivir mientras está intoxicado con ella (la vida); pero tan pronto está sobrio es imposible no ver que todo es un mero fraude y ¡uno estúpido!”.

Pero el problema del sentido para el secularista no solo se circunscribe a esa falta de sentido global que puede llevar al pesimismo existencial cuando tomamos conciencia de que simplemente estamos de más, y que no hay ninguna razón ni para vivir ni para morir. El problema afecta a todos los detalles que hacen que la vida merezca la pena. El secularista, al negar cualquier trascendencia, difícilmente podrá escapar de la cosmovisión naturalista, qué complicado es poder crear verdaderos sentidos desde ese marco materialista. Un par de ejemplos bastarán para comprenderlo.  Cómo enamorarte de una chica si sabes (y no dejas de recordar) que la belleza y el carácter de esa persona son solo un patrón momentáneo producido por la colisión de átomos, y que tu propia respuesta a ellos es solo una clase de fosforescencia psíquica que surge del comportamiento de tus genes. Cómo podrás obtener demasiado placer de la música si recuerdas que su aire de importancia es pura ilusión, que te gusta porque tu cerebro está irracionalmente condicionado.  Si es coherente con la visión naturalista difícilmente se evitará el desasosiego que se produce al experimentar que una cosa es el universo en el que se cree y otra las emociones y sentimientos que uno tiene.  Si crees que no hay sentido descubierto en la vida, solo sentido creado, y si comienzas a pensar en profundidad sobre el hecho de que hagas lo que hagas nada marcará la diferencia, comenzaras a experimentar el pavor y la náusea de Sartre o Camus.

Desde luego no se tiene por qué pensar así, esta no es la única manera de ver la realidad, y no nos parece la más racional para vivir una vida con sentido. El sentido y propósito de la vida actúan en la dirección opuesta para el creyente cristiano, la existencia para el cristiano es un don de un Dios-Amor, y la vida una tarea que culmina en el encuentro definitivo con el creador. Vivir tu vida viéndola como un don recibido y una tarea a realizar parece bastante más saludable que entenderse como un ser arrojado a este mundo, sin ninguna razón para existir, que debe construir una vida a través de unos sentidos que se va creando, pero  finalmente  abocado a la nada. Desde esa perspectiva uno no puede escapar a la impresión de que después de todo no somos más que una “pasión inútil” como decía Sartre. Parece ser que  el  sentido descubierto es una manera más racional de vivir la vida que la de considerar que el sentido es creado, algo que al final y a la postre no es más que una ilusión pasajera.

1.2.2- ¿Cuál encaja mejor con nuestro ser social?

Todos estamos de acuerdo en que los seres humanos necesitamos dar o encontrar un sentido a nuestras vidas. Necesitamos una causa por la que vivir, por la que estemos dispuestos a sacrificarnos, y si me lo permiten, por la que morir. Somos felices solo si el sentido de nuestra existencia es algo más grande que nuestra propia felicidad. Los sentidos individualistas creados llevan a un relativismo acomodaticio que aboca una sociedad desarticulada, pensamos que nadie debería cuestionar esos sentidos o valores como si estuvieran equivocados. Sin el sentido descubierto compartido, a nivel social no tenemos fundamento para decir a alguien: ¡Debes dejar de hacer eso! El relativismo está servido, un relativismo que paradójicamente no aumenta la libertad sino todo lo contrario. Como afirma irónicamente Terry Eagleton[7],  la cuestión del sentido de la vida está ahora en manos de los tecnólogos de la alegría entubada y de los quiroprácticos de la psiquis. Esos sentidos que parecen crearse se dejan arrastrar por las modas y los influencers[8] del momento. Sustentándose en el individualismo y disolviendo los lazos de cohesión social no pueden ser el fundamento para un programa de justician social. En cambio, los sentidos descubiertos están al margen del marketing publicitario y son los que generan fuertes lazos sociales pues se asientan en las relaciones con Dios y con los demás y no en un egocéntrico yo. Así que los sentidos creados funcionan menos a nivel racional y en comunidad que los descubiertos.

1.2.3- ¿Qué decir respecto al sufrimiento y la muerte?

¿Qué sentido, el creado o el descubierto, es capaz de ayudarte a superar la adversidad, el sufrimiento o la muerte? En este apartado bastan unas pocas consideraciones para responder a esta cuestión.

Es evidente que las religiones han sido capaces de encontrar en el sufrimiento y en la muerte una manera de afirmar que algo importa más allá de esta vida, que esto no es todo, que hay una realidad que la trasciende. El enfoque secular, por el contrario, puede dejarte radicalmente vulnerable a la realidad tal como transcurre en el mundo. Precisamente la futilidad de los sentidos que hemos ido creando para dotar de valor y significado a nuestras vidas queda manifiesta ante la inoperancia ante algo tan universal como el sufrimiento y la realidad de la muerte. Su respuesta, antropológicamente pesimista, se limita a unos pocos balbuceos que se limitan a decirnos: “la vida es así”,” resígnate”, “es mala suerte” o algo por el estilo. Nuestra sociedad secularizada hace difícil afirmar la bondad de la vida entera cuando se enfrenta a la aflicción. Las sociedades occidentales son quizás las peores sociedades en la historia del mundo en preparar a las personas para el sufrimiento y la muerte, pues el sentido creado no es solo menos razonable y social, sino también menos duradero. Sin un referente trascendente,  si consideramos que esto es todo lo que hay, es difícil conservar el sentido de la existencia ante el advenimiento de las grandes adversidades[9].

2.- SENTIDO Y PLENITUD.

2.1.- La situación del perenne buscador eternamente insatisfecho.

Un aspecto ligado íntimamente al sentido de la vida es el deseo de plenitud del corazón humano y que, sin embargo, nada parece colmarlo, por lo que siempre sentimos que algo nos falta. El autor del libro del Eclesiastés describía una vida de éxito que muy pocos logran: “Realicé grandes obras…Amontoné oro y plata…disfruté de los deleites de los hombres…No le negué a los ojos ningún deseo, ni privé a mi corazón de placer alguno” (Ecl.2,4-10). Con todo, afirmaba: “Aborrecí entonces mi vida… Volví a sentirme descorazonado de haberme afanado tanto en esta vida” (Ecl. 2, 17-20). El autor no solo estaba luchando contra el temor de la falta de sentido en la vida; estaba luchando con el desencanto del éxito, nada terminaba causándole satisfacción. Este parece ser un problema humano permanente.

La respuesta de los filósofos griegos y de los sabios orientales era que el deseo y el apego emocional causaban el sufrimiento. “No pretendas que las cosas ocurran como tú quieres. Desea más bien, que ocurran como ocurren, y serás feliz” decía Epicteto[10]. La actitud moderna en este sentido ha cambiado ostensiblemente, hoy la invitación es a encontrar la satisfacción a través de esfuerzos activos para cambiar nuestra vida en vez de aceptarla como es. “Crece, realízate, llega a ser tú mismo” son típicos slogans de los numerosos manuales de autorrealización que copan el mercado. Sin embargo, nuestros esfuerzos en relación a la felicidad están prácticamente donde comenzamos, es impactante ver nuestra falta de progreso en este camino. Algunos argumentan que no hay verdadero problema, que la mayoría son bastante felices casi todo el tiempo. Sin embargo, como señala Eagleton, el término felicidad enmascara y pone de manifiesto el problema[11]. Cuando hablamos de felicidad la mayoría entendemos algo así como “estar bien” o “pasarlo bien”. Estar bien no es muy difícil de lograr. Si un amigo te pregunta ¿cómo estás hoy?, instintivamente le respondemos: Bien, gracias”. Sin embargo los conflictos no tardan en llegar y las estadísticas de depresión asustan. En el fondo seguimos negando la magnitud y profundidad de nuestro descontento, la satisfacción está más diluida de lo que queremos reconocer. Los artistas y pensadores que hablan más dramáticamente sobre esto parecen casos aislados, pero en realidad son voces proféticas.

 Los viajes, los bienes materiales, la gratificación sensual, el éxito y la condición social provocan rápidos brotes de placer y luego se desvanecen cuando tratamos de apretujarlos y saborearlos. No solo queremos una satisfacción que dure más, sino una que vaya más profundo. La naturaleza efímera de toda satisfacción nos hace desear algo que podamos conservar, pero buscamos en vano. Al final terminamos preguntando: “¿Es eso todo lo que hay?”. Una ilusión de la vida es creer que algún objeto o condición te dará finalmente la satisfacción que anhelabas. Sin embargo, en algún momento, la realidad la destruirá, y lo peor, nada la destruye tanto como alcanzar de verdad tus sueños. El hombre es el eterno ‘Fausto’, decía Max Scheler[12], la bestia cupidissima rerum novarum, jamás satisfecha con la realidad que tiene a su alcance, siempre deseosa de transcender los límites de su existencia aquí y ahora, de su medio y de su propia realidad presente.

2.2- Las estrategias del hombre secular ante este hecho.

Cuáles son las estrategias que adoptamos ante este hecho. Hay dos amplios enfoques: algo existe y la satisfacción es posible, o no existe ese algo y la satisfacción es imposible.

Algo existe. El joven se embarca en un viaje lleno de esperanzas anticipando un feliz arribo. Entonces piensa que si tiene una pareja adecuada, un trabajo adecuado, si hace dinero, etc., su deseo será colmado. Pensamos que solo tenemos que subir la colina o dar la vuelta a la esquina y tendremos la satisfacción anhelada. Esta estrategia, sin duda, es solo efectiva temporalmente. Con el paso del tiempo, empezamos a darnos cuenta de que no estamos logrando ese algo. A veces, cuando no se realizan nuestros proyectos, podemos reaccionar culpando a los obstáculos que nos impiden llegar, podemos sentirnos víctimas, o simplemente nos culpamos a nosotros mismos. Cuando por el contrario estos han parecido cumplirse nos damos cuenta de que los sueños no se parecen a la realidad. La realidad es que sentimos que nos sigue faltando algo significativo, la alegría por el logro alcanzado rápidamente se desvanece, y la pregunta sigue ahí ¿esto es todo?

Algo no existe. En algún momento podemos cuestionar la premisa de que partíamos: los seres humanos pueden y deben vivir una vida de satisfacción y realización. Hay personas que descubren que quizás la mejor alternativa no está en mejorarse a ellos mismos, sino que la satisfacción está en tratar de mejorar a los demás, sería la postura altruista. Nos volcamos hacia los otros colaborando en algún proyecto, una ONG, un grupo del barrio, incluso en una institución religiosa. Eso está muy bien, el problema es que, como ya atisbara Nietzsche, esta sea una respuesta a nuestro propio descontento, para sentirnos mejor, en este caso esto no funcionará a largo plazo.  Podemos, finalmente, terminar volviendo a la forma antigua: el desapego. No amar ni esperar nada en demasía. Mientras besas a tu hijo, di susurrando: mañana morirás, decía Epicteto. No es extraño escuchar eso de “ya he dejado de buscar sueños”, o, “he aprendido a alegrarme con lo que tengo, no anhelo nada”. Sin embargo disminuir el amor no aumenta la satisfacción. El hombre está hecho del material de sus sueños como dijera un personaje shakesperiano. Lo que te hace un ser humano es que quieres la alegría, el sentido de la vida, la satisfacción. Si decides que no existen el corazón termina endureciéndose al cortar toda esperanza.

2.3- ¿Cuál es la razón profunda de ese perenne descontento?

2.3.1- El ensayo de una respuesta secularista.

Parece que las personas encuentran más placer en trabajar hacia la meta que el que experimentan cuando la alcanzan. El secularista puede responder, apoyándose en la hipótesis de la psicología evolucionista[13], que esto habrá surgido como una especie de mecanismo de adaptación. Si después del logro alcanzado nuestros antepasados no se sentían plenamente satisfechos, esto les impulsaría a estar dispuestos a trabajar duro en orden a lograr nuevas metas, lo que conllevaría el vivir más, y al tener más hijos que heredaran sus genes. Así pues, la impresión de que algo nos falta sería una ilusión, una jugada de nuestros genes para hacernos más diligentes. A parte de que este tipo de explicaciones nos parecen demasiado especulativas y artificiosas, el problema mayor es que no explican nada. De hecho, la desilusión repetida más que hacernos trabajar más duro, termina por socavar toda iniciativa y todo empuje, que se lo digan si no a muchos opositores.

2.3.2.- Algo se nos ha escapado.

Decía C. S. Lewis[14] que “si la mayoría de los seres humanos en realidad aprendieran a mirar dentro de sus corazones, sabrían que lo que anhelan, y lo anhelan muy agudamente, es algo que no puede obtenerse en este mundo. Existe en este mundo toda suerte de cosas que ofrecen cumplir nuestros anhelos, pero que no cumplen a cabalidad sus promesas…Hablamos de las más logradas de las cosas. Había algo que tratamos de asir, cuando empezamos a anhelar tales cosas, que luego la realidad se encargó de desvanecer…pues al lograrlas siempre sentimos que algo se nos ha escapado”. Pero ¿qué es lo que se nos ha escapado?

San Agustín nos puede dar la respuesta. Él comprendió que estamos fundamentalmente moldeados no tanto por lo que creemos, o pensamos, o incluso lo que hacemos, sino por lo que amamos. “Un cuerpo, por su peso, tiende a moverse hacia su lugar…Mi peso es mi amor, él me lleva dondequiera que soy llevado[15]. Tú eres lo que amas.  Lo que sea que capture la confianza y el amor de tu corazón controla tus pensamientos, sentimientos y conducta. Lo que el corazón ama y quiere más, la mente lo encuentra razonable, las emociones lo encuentran valioso y la voluntad lo encuentra factible. El descontento viene del desorden de nuestros afectos y amores.  O sea que amamos más las cosas menos importantes. Un ejemplo, no hay nada malo en amar tu trabajo, pero si lo amas más que a tu familia, entonces tus afectos están desordenados y puedes arruinar a tu familia. Si fuimos creados para amar lo divino y entrar en comunión con Él, y buscamos, sin embargo, la satisfacción en amar algo creado, sentirás finalmente que nunca quedas satisfecho. Si amas algo más que a Dios, estropeas el objeto de tu amor y terminas profundamente insatisfecho y descontento. El análisis de San Agustín hace justicia a nuestra experiencia, algo que por cierto no logra ninguna explicación secularista.

S. Lewis[16] expresaba estás mismas ideas en forma de argumento:

Las criaturas no nacen con deseos a menos que exista satisfacción por esos deseos. Un bebé siente hambre: bien, existe algo llamado comida. Un patito quiere nadar: bien, existe algo llamado agua. Los hombres tienen deseo sexual, existe algo llamado sexo. Si encuentro en mí un deseo que ninguna experiencia en este mundo puede satisfacer, la explicación más probable, es que fui hecho para otro mundo”.

2.3.3- El deseo de plenitud, la marca en el alma de que estamos hechos por y para Dios.

Nuestra perenne insatisfacción evidencia que la caverna en nuestra alma es sin duda infinitamente profunda. Los antiguos sabiamente enseñaron que la única manera de evitar el descontento era abstenernos de este “amor como apego” que nos hacía frágiles y vulnerables ante los avatares de la vida. Sin embargo todos sentimos que estamos hechos para amar y ser amados, necesitamos recibir y dar amor. San Agustín por su propia experiencia descubrió que el sufrimiento venía de amar lo que era mortal y perecedero como si fuese inmortal. El alma no podía encontrar descanso en el amor a algo perecedero, por muy relevante que fuese. Solo el amor a Dios nunca puede ser arrebatado, y en la medida que lo amas entonces las cosas comienzan a ordenarse. En vez de mirar las cosas del mundo como la fuente más profunda de tu contentamiento, puedes gozarlas por lo que son.

3. CONCLUSIÓN: UNA RESPUESTA CRISTIANA A LA CUESTIÓN DEL SIGNIFICADO DE LA VIDA.

Ahora podemos comprender por qué aquellos que han encontrado la fe pueden sentir que antes su vida no tenía mucho sentido. Parte de la riqueza de la vida cristiana reside en las maneras en que el cristianismo le da sentido a la vida. Las cuales son distintas no solo del secularismo, sino de otras formas de religión. A diferencia del concepto de Karma, el cristianismo enseña que el sufrimiento es muchas veces injusto y no está justificado. A diferencia del budismo, el cristianismo enseña que el sufrimiento es una terrible realidad, no una ilusión que debe superarse con desapego estoico. A diferencia del fatalismo de la antigüedad o de las culturas del honor y la vergüenza, el cristianismo no encuentra nada noble en el sufrimiento, ni que deba celebrase.  A diferencia del secularismo, el cristianismo enseña que el sufrimiento y la perenne insatisfacción que el hombre experimenta en el hondón de su ser pueden ser significativos. La razón es que el punto de vista cristiano sobre el universo es diferente.  El mundo externo puede ser oscuro, en él se da el sufrimiento, pero su parte medular es puro amor.

Quizás parezca que en muchas ocasiones el hombre merezca esa nausea eterna, pero Jesucristo se metió en nuestra vida, nuestra miseria, nuestra mortalidad, así nosotros podemos entrar en su vida, su gozo y su inmortalidad. El cristianismo no afirma que merecemos la bendición por privarnos y darle la espalda al mundo para ganar el cielo. No, el cristianismo te enseña el camino para reordenar tus afectos. El apego a Dios amplifica y profundiza el gozo del mundo, no lo hace menguar. El mensaje no es ama menos, sino aprende a amar a Dios y amaras otras cosas con mucha mayor satisfacción. Amar a Dios más que a las cosas materiales incrementa las alegrías de la vida corriente porque se ven como dones gratuitos de nuestro Padre. Así se evitan tanto los inconvenientes de la antigua tranquilidad a través del desapego, como la moderna felicidad a través de la conquista y el logro. En cada sentido que buscamos en nuestro peregrinar terreno, en lo logros y en los fracasos, se va vislumbrando aquella realidad suprema hacia la que tendemos. Es esa inquietud fundamental que nos impulsa a ir siempre más allá, esa inquietud que desvela que, a diferencia de lo que pensaba Heidegger, no es la angustia sino la esperanza el motor que anima nuestras vidas y que San Agustín[17]  expresaba de modo tan contundente y bello al comienzo de sus Confesiones: “Nos creaste para ti y nuestro corazón andará siempre inquieto mientras no descanse en ti».

El cristianismo explica y resuelve el dilema de nuestro irremediable descontento mucho mejor que el secularismo. Nos hacemos daño si tratamos de satisfacer nuestros profundos anhelos en el amor humano, y nos hacemos daño si desapegamos demasiado nuestros corazones del amor. Solo un amor infinito puede satisfacer nuestra hambre por el gozo infinito. El amor no puede generarse solo por un acto de voluntad, debemos asir y ser asidos por un amor que no es el de una divinidad abstracta sino el de Jesucristo. “En esto consiste el amor en que Él nos amó primero” (1 Jn 4,19) dirá San Juan. Es el amor que puede saciar toda hambre (Jn 6, 35) y calmar toda sed (Jn 4, 5-43). No puedes obligar a tu corazón a amar. Solo comprendiendo el amor de Jesús hacia ti, que dio su vida por ti puede despertase ese amor que todo lo sacia.

Los cristianos vieron en Jesús el Logos que los griegos intuían: el sentido del universo, la razón para la vida. Sin embargo, a diferencia de los filósofos griegos, ellos creyeron que el Logos no era un concepto para aprenderse, sino una persona para conocerse. Y por eso no creemos en un sentido de la vida que debamos salir y encontrar, sino un sentido de la vida que vino al mundo para encontrarnos. Abrazarlo puede darte una vida con propósito incluso si te encuentras en un campo de exterminio.

Juan Jesús Cañete Olmedo
Sacerdote diocesano y Profesor de Filosofía

[1] M. Heidegger, Ser y tiempo, Trotta, Madrid 2018.

[2] T. Nagel, The Absurd, en The Meaning of Life, Oxford, Oxford University Press 2008.

[3] T. Eagleton, The Meaning of Life: A Very Short Introduction, Oxford, Oxford University Press 2007

[4]   B. Welte, Filosofía de la religión, Herder, Barcelona 1982.

[5] J. A. Coyne, Ross Douthat Is On Another Erroneous Rampage Against Secularism en https://newrepublic.com/article/116047/ross-douthat-wrong-about-secularism-and-ethics.

[6] L. Tolstoi, Confesión, Acantilado, Madrid 2008.

[7] T. Eagleton, The Meaning of Life: A Very Short Introduction, Oxford, Oxford University Press 2007

[8] Un influencer es una persona que cuenta con cierta credibilidad sobre un tema concreto, y por su presencia e influencia en redes sociales puede llegar a convertirse en un prescriptor interesante para una marca.

[9] V. Frankl, El hombre en busca de sentido, Herder, Barcelona 2015.

[10] Epicteto , Enquiridión, Anthropos,  Barcelona 2004.

[11] T. Eagleton, The Meaning of Life: A Very Short Introduction, Oxford, Oxford University Press 2007

[12] M. Scheler, El puesto del hombre en el cosmos, Losada, Buenos Aires, 1978.

[13] J. Haidt, The Happiness Hypothesis: Putting Ancient Wisdom and Philosophy to the Test Modern Science, Arrow Books, Londres 2006. La psicología moderna trata a menudo de explicar diversos rasgos humanos como adaptaciones de selección natural. Es importante tener presente que estás teorías de la evolución, respecto a los rasgos humanos, son meras hipótesi que no pueden demostrase.

[14] C. S. Lewis, Mero Cristianismo, Rialp, Madrid 1995.

[15] San Agustín, Confesiones, Palabra, Madrid 2011; pensemos que esto es precisamente lo que quiere decir la expresión de Jesús en Mateo: donde está tu tesoro allí esta tú corazón (Mt 6,21)

[16] C. S. Lewis, Mero Cristianismo, Rialp, Madrid 1995.

[17] San Agustín, Confesiones, Palabra, Madrid 2011

 

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