Carta Pastoral: Fiesta del Trabajo 2014

28 abril de 2014
     Queridos fieles diocesanos:
     1. El jueves, día 1 de mayo, fiesta de san José Obrero, celebramos el día del Trabajo.
     El mismo Jesucristo ha sido un trabajador y pasó buena parte de sus años en Nazaret, en la carpintería de san José. La gente hablaba de él como “el hijo del carpintero” (Mt 13, 55). Se ganaban el pan con el sudor de su frente.

     San Juan Pablo II, el Papa recientemente canonizado, habló sobre el Evangelio del trabajo, afirmando que “fue escrito, sobre todo, por el hecho de que el Hijo de Dios, hecho hombre, trabajó con sus propias manos”. (Discurso en Terni, Italia, del 9 de marzo de 1981).
     2. En numerosas páginas la Biblia nos muestra cómo el trabajo pertenece a la condición originaria del hombre. Cuando el Creador plasmó al hombre, a su imagen y semejanza, lo invitó a trabajar la tierra (cf. Gn 2, 5-6). Por el pecado de nuestros primeros padres, sin embargo, el trabajo se transformó en fatiga y sudor (cf. Gn 3, 6-8), pero el proyecto divino mantiene intacto su valor y finalidad.
     Es muy importante que comprendamos el trabajo bajo esta perspectiva y no como un instrumento de explotación o de ofensa a la dignidad de la persona. Esta se dignifica precisamente por el trabajo, se hace más persona, porque mediante él desarrollamos nuestra dignidad y contribuimos al sostenimiento de la sociedad. Por ello mismo es preciso que el trabajo se organice y desarrolle siempre en el pleno respeto a la dignidad humana y al servicio del bien común.
     Leemos en la Encíclica Laborem excercens que “El trabajo está en función del hombre y no el hombre en función del trabajo” (Juan Pablo II, 14 de septiembre de 1981, n. 6).
     3. En la época de la industrialización, el trabajo, como en las culturas griega y romana, dividía a los seres humanos en esclavos y libres. Aunque no en los mismos términos se volvió de hecho a caer en planteamientos no muy distintos. Se consideró al trabajo como una mercancía que vendía el trabajador y que compraba el empresario. Según fuera la calidad y cantidad de la oferta, el trabajo valía más o menos.
     Esta mentalidad materialista y economicista se fue superando con el paso del tiempo, teniendo mucho que ver en ello la Doctrina Social de la Iglesia en que se sienta por cierto que el valor del trabajo humano no es en primer lugar el trabajo mismo, sino la persona que lo realiza.
     Pero la teoría contraria rebrota una y otra vez, aunque sea con nuevas modalidades. Efectivamente, detrás de la precariedad de no pocos contratos de trabajo, de la mano de obra barata, de las dificultades para la maternidad en la mujer trabajadora, de tantos contratos eventuales… se encuentra la concepción mercantilista, más o menos solapada.
     4. Hemos  de tener muy claro, por tanto, que a la luz de la Revelación y Enseñanzas de la Iglesia, el ser humano se hace cercano a Dios por su trabajo. Por ello, el cristiano, acepta y vive su realidad de trabajador como santificante y santificadora. Participa en la obra creadora de Dios y, con esa participación, procura entender sus trabajos.
     Al Patriarca san José la Iglesia le propone como modelo de trabajador porque, en circunstancias nada fáciles, sobre todo como inmigrante en Egipto, proveyó a las necesidades de su familia, haciendo de su trabajo una oración, y santificación en su taller.
     Bajo su intercesión y ejemplo hemos de seguir los cristianos testimoniando el evangelio del trabajo y su alto valor, procurar y defender el trabajo para todos y denunciar cualquier desorden contra estos principios. Nunca podremos tolerar que, unos pocos, dispongan de “tanto” y que se olviden de “una gran mayoría”, que ni pueden trabajar, ni contar con los medios más elementales para su propio sustento y el de sus familias.
     Mi felicitación al mundo del trabajo y saludo en el Señor.
+Ramón del Hoyo López
      Obispo de Jaén
 
 

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