Carta Pastoral – Campaña Manos Unidas 2020

7 febrero de 2020

Dios casi no reconoce lo que creó

Queridos diocesanos:

Como cada año, cumplo con el deber de convocar, animar y estimular la Campaña que promueve Manos Unidas en favor de proyectos sociales para el tercer mundo. Es la Campaña Contra el Hambre, como se conoce desde sus comienzos. Esta institución de la Iglesia católica despierta nuestro interés cada año, poniendo de relieve alguna situación de este planeta tierra en el que hay tanta desigualdad e injusticia y en el que tantos problemas sociales, culturales y medioambientales están reclamando nuestra atención y generosidad.

Es, por eso, que este año empezaré por deciros la última frase del mensaje: colaborar esta en tú mano. Con eso digo, ya de entrada, lo que se busca: que nos impliquemos todos. Tu mano es la mía, la del otro, la de cualquiera. Tu mano es la del que tiene mucho, gasta mucho, pero también es la mano de los más humildes y sencillos, la de los austeros y, por supuesto, la de los pobres. Porque la generosidad y la responsabilidad es cosa de todos. También lo es la mano del que está igual o peor que mal. Todos estamos llamados a colaborar. Cada año nos proponen desde Manos Unidas unos proyectos; pues, como siempre, hay que sacarlos adelante, porque son necesarios y porque solucionan siempre necesidades primarias y urgentes para aquellos que viven en muchos lugares del mundo en la mayor precariedad.

Y hecha la llamada, vamos al mensaje que este año nos ofrece Manos Unidas: QUIEN MÁS SUFRE EL MAL TRATO AL PLANETA NO ERES TÚ. La verdad es que, además de exacto, es provocador. Centrados como estamos, en este trienio, en el mal trato al planeta, en esta ocasión nos hace ver que perjudica a unos más que a otros; más, por supuesto, a los pobres de la tierra. No obstante, no podemos olvidar que ese mal es para todos: para los que ahora lo habitamos, pero también, y sobre todo, para las futuras generaciones. Esos, lo hemos de reconocer, serán los que van a sufrir, si no invertimos la situación, el daño será mayor, y si acaso, irreparable. Pero hay que insistir: la peor parte se la llevarán los más pobres de la tierra.

De momento, el mal es para millones de personas castigadas por el hambre y la pobreza; el daño irreparable es para los que se ven alejados por haber sido expulsados de sus territorios ancestrales; de los que deben emigrar en busca de un sustento que su tierra les niega; de los que enferman a causa de la contaminación del agua y de los suelos… Y así, podríamos seguir exponiendo problemas que se crearán a partir de ahora, si no empezamos a cuidar con esmero la “casa común” que todos habitamos y que, siendo de todos, la disfrutan unos pocos y unos pocos también la deterioran; aunque en esto ninguno podemos tirar la primera piedra. De cualquier modo, la consecuencia de la contaminación, del agotamiento de los recursos, del cambio climático, de la deforestación y de la pérdida de biodiversidad afecta de un manera especial a los más empobrecidos.

Y como vosotros y yo vemos a Dios en todos esto, me permito reescribir este tramo de la historia evocando lo que Dios quería en los comienzos. Recordamos que al hacerlo todo, vio que era bueno. Hasta a sus criaturas humanas, el hombre y la mujer, los hizo tan buenos que, incluso, les encomendó el cuidado y el embellecimiento permanente de la creación. Con dificultades, calamidades y pecados, durante muchos siglos lo ha ido haciendo bastante bien. Pero desde no hace mucho, cuando comenzó un progreso frenético de la humanidad en la búsqueda del bienestar material, el ser humano se ha ido olvidando de la encomienda de Dios y, sobre todo, se ha descuidando en ir creando unas condiciones de vida que no se olvidaran de los deseos del Creador: vivir en una fraternidad universal, también de los bienes; consolidar el bien común, para que todo ser humano tenga una vida digna; buscar un equilibrio entre el desarrollo y el cuidado medioambiental.

En fin, que hay que cambiar, invertir la dinámica destructora de la creación que, por ahora, aún llevamos. Y no lo olvidemos, esto tiene soluciones políticas, sí, por supuesto. Pero esto es también un tema moral, religioso. Dios también anda entre nosotros contemplando impresionado su obra y casi no la reconoce. ¡Qué dolor! Dios anda por nuestro mundo buscando conciencias ecológicas y casi no las encuentra; más bien lo que ve es una fatua autosuficiencia del ser humano que se considera, no administrador, sino dueño de lo creado. Y cuando Dios pregunta a las conciencias qué está sucediendo, nadie quiere saber nada, más bien se le responde: “a mí que me registren”. Y si mira cómo vivimos los que tenemos acceso a los bienes, aunque en esto haya muchas diferencias, Dios seguramente tendrá que llevarse las manos a la cabeza por la cultura del consumo y del descarte que encuentra, incluso, en la vida de los que creemos en Él. Pero, ¿cómo es posible?, se preguntará Dios, que el deseo de esas personas sea sólo: para mí todo, cuanto más mejor; y que se hayan olvidado del todo de algo que el hombre tenía cuando fue creado: sentido de la justicia, de la solidaridad, del respeto y de la sobriedad.

En fin, acabo, pero no olvidéis que esta campaña, además de pedir colaboración, quiere también “darnos que pensar”: ¿Cómo estar, cómo sentir, cómo vivir en este mundo que tantos interrogantes y temores nos está poniendo de cara al futuro? Es verdad que nos esperan una tierra nueva y unos cielos nuevos, pero si no cambiamos e invertimos la dinámica socio ambiental, fracasaremos en el plan que Dios le encomendó a los seres humanos para el desarrollo del mundo.

Con mi afecto y bendición.

+Amadeo Rodríguez Magro
Obispo de Jaén

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