Atrio de los gentiles: «Pensar en la muerte y en la esperanza». (Parte II)

6 marzo de 2018

2-Pensar la muerte.

En la anterior entrada hablábamos de la necesidad que tiene el ser humano de volver a plantearse las  preguntas  que atañen al sentido de la  vida. Preguntarse por el sentido de la vida implica cuestionarse si tiene alguna finalidad, algún para qué, algún significado que pueda expresarse, algún valor, o sea si merece la pena vivir. Esta pregunta por el sentido de la vida es algo que cada persona debe intentar responder. Al  intentar comprender la vida humana uno tendrá que encarar una cuestión tan decisiva como la de la muerte. Ningún  cambio de contexto cultural podrá suprimir el persistente y tozudo hecho de que tenemos que morir. Como afirmaba Unamuno,  si alguien dice que esto no le preocupa nada miente o es un alma de corcho.

2.1- Quitémonos la venda.[1]

Decía Viktor Frankl que si indagamos cómo se comporta el hombre de la calle en su búsqueda de sentido, descubrimos que existen tres caminos principales que conducen a la realización del sentido: el primero consiste en llevar a cabo una acción o crear una obra, o sea realizar algo; el segundo, más que con el hacer, proyectar o realizar, tendría que ver con el experimentar algo o el encontrarse con alguien, el sentido estaría sobre todo en el amor. Sin embargo , señala, el camino más importante es el tercero: al tener que enfrentarnos a un destino que no está en nuestras manos cambiar, nos sentimos interpelados a sobreponernos a nosotros mismos y a crecer más allá de nosotros, en una palabra a cambiarnos a nosotros mismos[2].Es cierto que al enfrentarnos a un destino que no podemos cambiar nos sentimos llamados a ir más allá de nosotros mismos. La vida nos deparará  acontecimientos y hechos que, al imponerse, nos  interpelarán en lo más profundo de nuestro ser. Si hay algo que se nos impone, que siempre está presente de  modo anticipado, es la realidad de la muerte. Somos mortales, hemos de morir. Ante este  acontecimiento, siempre posible e imprevisible, muchos toman la decisión  de eludir la cuestión cayendo en la tentación de la que ya nos avisara Pascal: No habiendo podido encontrar remedio a la muerte, a la miseria, a la ignorancia, los hombres para ser felices han decidido no pensar en ello[3]. Sin embargo de nada sirve colocarse una venda en los ojos, mirar hacia otro lado y dormitar porque  el sueño termina derivando en pesadillas. Suele ser mejor enfrentarse a la realidad, abordarla con ese método que  Ortega  nos enseñó, el método que  los hebreos utilizaron en la toma de Jericó, darle vueltas al tema y enfocarlo desde todas sus posibles perspectivas. Jorge Manrique nos invitaba a ello con aquellos inmortales versos:Recuerde el alma dormida, avive el sesoy despierte contemplando  cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando. Hagámosle caso al poeta. Pensar  la muerte nos despierta, y nos  lleva a plantearnos la  autenticidad de nuestra existencia. Creo que,por mucha angustia que ello nos cause, es estúpido negarse a aceptar la realidad  y mirar la muerte con toda la verdad que tiene. Decía Schopenhauer  que la muerte es la musa del filósofo,  dado que todos somos un poco filósofos, pensémosla.

2.2- La muerte como maestra.

Cuando alguien se pregunta por el sentido de la vida la cuestión de la muerte siempre se le muestra en el horizonte. Quizás antes de cuestionarnos sobre el sentido  de la vida lo debiéramos hacer  sobre el sentido de la muerte. El hombre lleva la muerte a sus espaldas, es el único animal que sabe que va a morir. Más aún, la muerte no se presenta como una cuestión puramente teórica y aséptica, es una cuestión  vital y existencial que,antes o después, nos golpeará. A lo largo de la historia la muerte se ha tratado, sentido y vivido de muchas formas.  Sin embargo en nuestra sociedad se ha  operado un cambio que no tiene  parangón histórico.Casi todos los estudios contemporáneos sobre el tema de la muertecoinciden en una cosa: la muerte es algo que ha ido desapareciendo de la escena pública occidentaly, por tanto, ha dejado de ser motivo de reflexión crucial para la vida del hombre[4]. Al presentarsecomo algo  doloroso hemos querido sacarnos su aguijón  tratando de domesticarla.¿Cómo?,  la muerte ha pasado a vivirse  como si fuera algo que solo les sucede a los demás[5]. Intento vano, pues la historia personal nos devolverá la pregunta al ruedo de nuestra existencia y tendremos que faenar con ella.

Por mucho que pretendamos eludirla la muerte siempre estará ahí y de poco valdrán respuestas biológicas, psicológicas o sociológicas. No se trata solo de que somos mortales y tenemos que afrontar este hecho. La pregunta crucial  tiene que ver con la singular angustia que el hombre siente ante la desaparición radical de su existencia particular. La conciencia de la muerte nos planta ante nuestra propia finitud, nuestra propia contingencia, en definitiva nos hace vislumbrar el vacío y la nada, esto siempre es traumático. Uno puede buscar el consuelo filosófico al estilo de Epicuro: El sabio…ni rehúsa, la vida ni teme no vivir. Porque no le abruma el vivir, ni considera que sea un mal el no vivir[6].  Pensar que es una especie de ley de la vida y con ello  querer  solucionarlo todo, como pretenden algunos, sirve de poco,  pues precisamente ese es el problema. Lomás temible es la muerte: es una terminación, y más allá de ella nada parece  ser ni bueno ni malo para el muerto,  decía Aristóteles[7] . En este sentido la muerte no es algo natural sino todo lo contrario. La muerte es mala por la vida que nos arrebata, pues es la negación del bien que tenemos. Por muy  repetitiva que sea la muerte es siempre la muerte de alguien y, sobre todo, es mi muerte. Desde que nacemos comenzamos a morir,es un hecho interno a la vida.La muerte es la posibilidad más propia, más peculiar, irreferente e irrebasable como sostuviera Heidegger[8]. Es un suceso intransferible, nadie puede morir por otro, muestra la finitud radical de la vida y parece resistirse a ser pensada, es como si intentara distanciarnos del misterio que encubre.  Desde esta perspectiva más que seres para la vida parece que somos seres para la muerte.

2.3- Mi muerte y la muerte del otro.

Algunos han sostenido que hay que vivir la finitud satisfactoriamente. Más aún,llegaban a considerar como enfermiza cualquier insatisfacción ante nuestra finitud[9]. Si tienen razón habrá que definir al hombre como un animal enfermizo, pero, díganlo o no, todos tenemos un profundo deseo de plenitud y llevamos inscrito en nuestro ser  la exigencia de un  sentido que la muerte cuestiona en su raíz. La cuestión no es que al final uno muere, sino que al vivir uno ya está muriendo, cada momento de nuestra historia está calificado por ella. Por tanto nuestro modo de vivir es esencial y existencialmente mortal. Una cosa es saber que tenemos que morir, hasta ahí normal, y otra  entenderla como esencia misma del vivir, y eso ya es otra cosa. Heidegger caracterizaba  al hombre como el  ser-para-la muerte. Para que nos entendamos, la muerte no seríasimplemente comoel cese de una melodía sino más bien su resolución. Sin embargo, qué tipo de resolución es ésta si   la muerte no nos tiene en cuenta, si supone laaniquilación de nuestras posibilidades. Es la gran paradoja: la posibilidad más propia (que moriremos) será la de que ya no tendremos más posibilidades. Mirándolo  así, la pregunta por la vida se transforma en la pregunta por la muerte porque esta es nuestra realidad más profunda: estamos de paso, somos como esas estrellas fugaces que brillan un instante para inmediatamente desaparecer.

Heideggerafirmaba que no experimentamos en su genuino sentido el morir de los otros, sino que nos limitamos a asistir a él, ¿es eso así? Pienso que no del todo. La realidad es que voy desvelando el sentido de la muerte en lo que significa la muerte de otro para mí, especialmente de la persona que amo. La muerte de ese ser querido es la que puede decirme algo decisivo. Es en la muerte del otro al que estoy unido realmente como puedo saber el significado que tendrá mi muerte. Entonces se me oscureció el corazón y todo cuanto miraba no era sino muerte…lo odiaba todo…Yo mismo me había convertido para mí en una gran pregunta[10]confesaba Agustín ante la muerte de su amigo.En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha muerto como del rayo Ramón Sijé, con quien tanto quería, lloraba Miguel Hernández, es el poeta el que recoge esa voz que rasga el alma  en lo más  profundo. La muerte deja de ser impersonal, su conocimiento deja de ser puramente nocional y me presenta, duramente y a la cara, lo que significa sentir la muerte.  Más que la angustia por nuestra muerte es la  muerte de la persona a la que amo profundamente la que me asoma al abismo de  la muerte. Ahora podemos comprender  aquello que quería de decir Marcel: amar a alguien es decir tú no morirás jamás[11].

2.4- La nada o la esperanza.

Nos hemos atrevido a mirar cara a cara la muerte. ¿Qué camino queda?,más aún ¿queda  algún camino? Algo parece cierto, si al final de todo la última sonrisa la esboza la muerte no quedaría ningún asidero al que agarrarnos en nuestra afanosa búsqueda de sentido. Todo intento de defender una especie de plenitud inmanente quedaría definitivamente refutado. Poco sentido podríamos encontrar en la parca que nos elimina arbitraria e indiscriminadamente. Si esto es así, la verdad despiadada es que la muerte y la realidad son lo mismo. Su posibilidad siempre presente es la imposibilidad de la vida, y afirmar ese absurdo es lo insoportable. Como expresara Camus por medio de su personaje Calígula:

“Y ¿cuál es la verdad, Cayo?

Los hombres mueren y no son felices”[12].

Puede que lo más lógico después de todo sea volver a ponerse la venda; puedeque el único modo viable de poder vivir  sea vivir de espaldas a la muerte. La vida hay que tomarla o dejarla, escribe Comte – Sponville, porque no hay otra cosa…no hay nada que esperar de la muerte…no hay otra esperanza[13] . La respuesta es vivir lo mejor posible amando a la gente y disfrutando de la vida. Es  absurdo que hayamos nacido es absurdo que muramos[14], no esperemos nada más, vivamos esta tragicomedia porque la  realidad  está herida en su mismo corazón. Milan Kundera dice con amargura: Por eso la vida parece un boceto. Pero ni siquiera un boceto es la palabra precisa, porque un boceto es siempre un borrador de algo, la preparación para un cuadro, mientras que el boceto que es nuestra vida es un boceto para nada, un borrador sin cuadro. Quizás nuestro linaje humano no sea más que una fatídica procesión de fantasmas que van de la nada a la nada[15].

La  alternativa del sinsentido de la vida es legítima, además es teóricamente sostenible pero, como no me negarán,  difícilmente vivible. Sin embargo  se puede mirar la realidad desde otra perspectiva. En una entrevista Comte–Sponville afirmaba: Usted me pregunta, ¿cómo pasó usted de la fe al ateísmo?Pues bien, pasé de la fe al ateísmo al pasar de la esperanza a la desesperanza. …Creer en Dios es creer que todo irá mejor, mañana o pasado mañana…y, sobre todo (creer) que después de la muerte lo esencial nos será concedido. Ser ateo es lo contrario.  Comte –Sponville ponía el dedo en la llaga, aquí hablamos de esperanza o desesperanza.Calígulatras la muerte de su amante confiesa que “el mundo tal y como está no es soportable. Por eso necesito o la luna o la dicha, o la inmortalidad, algo descabellado quizá, pero que no sea de este mundo[16]. Quizás no sea tan descabellado, quizás haya razones  para la esperanza.

Lo cierto es que el pensar sobre la muerte nos ha lanzado hacia el misterio y el religamiento de nuestro ser, y en esa raíz profunda pueden otearse signos que sostengan la esperanza. Es posible, al fin y al cabo,  que todo  no se pierda como lágrimas en la lluvia,  este será  el tema de la siguiente entrada.

Juan Jesús Cañete Olmedo
Sacerdote y Profesor de Filosofía

 

[1] Mi reflexión no será desde una perspectiva teológica, no trataré la muerte desde la fe en el Dios de Jesucristo. Mi análisis, ajustándose al planteamiento del atrio de los gentiles se centra más en la pregunta que en una respuesta anticipada. En esta entrada abordaremos lo que supone la muerte ylo que nos puede enseñar; en una tercera parte trataremos el tema desde la óptica de la esperanza. Para una reflexión sobre la muerte desde la perspectiva de Dios, por su exposición que capaz de aunar  la sencillez y la profundidad,  recomiendo el libro de Olegario González de Cardedal, Pensar la muerte,Sígueme , Salamanca 2012.

[2] V. E. Frankl,Logoterapia y análisis existencial, Herder, Barcelona 2011.

[3]B. Pascal, Pensamientos, nº 168, Alianza, Madrid 2015.

[4] E. AnrubiaAparici, La muerte en las filosofías contemporáneas, Diálogo filosófico 75 (2009), pg. 396-428.

[5] V. Jankélévitch, La muerte, Pre-textos, Valencia, 2002, p. 21.

[6] Epicuro, Carta a Meneceo, en Diógenes Laercio, Vida de los filósofos ilustres, Alianza, Madrid 2007.

[7]Aristóteles,Ética Nicómaco III, 6:1115 a 25-27, Alianza, Madrid 2004.

[8]M. Heidegger, Ser y tiempo, Trotta, Madrid  2012 nº 50;  Sartre,a diferencia de Heidegger, sostuvo que la muerte venía de fuera y quitaba toda posibilidad de sentido a la vida del hombre. J. P. Sartre, El ser y la nada, Alianza, Madrid 1989.

[9] E.Tierno Galván, ¿Qué es ser agnóstico?,Tecnos, Madrid 1976.

[10] S. Agustín,Confesiones, IV, 14,22. Planeta, Barcelona 2017.

[11] La famosa expresión de Gabriel Marcel aparece en L’Insondable en Presence e Inmortalité, Flanmarion, Paris  1959. E. Levinas ,Dios, la muerte y el tiempo, Cátedra, Madrid, 1994.

[12] A. Camus, Calígula, acto I, escena V. Alianza, Madrid, 1996.

[13] A. Comte-Sponville,La feliz desesperanza, Paidós, Barcelona 2008

[14] Sartre, El ser y la nada,Alianza, Madrid 1989.

[15]M. Kundera,La insoportable levedad del ser, Barcelona 1988. Esa herida en el corazón de la propia realidad si la muerte  es el abocamiento hacia la nada la expresa muy bien  G. Marcel al final del Homo viator, Sígueme , Salamanca 2005.Respecto a esa posible procesión de fantasmas  siempre me han parecido inspiradora la reflexiçon de M. Unamuno  en Del Sentimiento Trágico de la Vida, Alianza ,Madrid 2013.

[16]Obras citadas anteriormente tanto de Comte-Sponville como de Camus.

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